EL 29 de mayo de 1988 el jefe del Partido Conservador y director del periódico El Siglo, Álvaro Gómez Hurtado, como era habitual los días domingos, se dirigía a la Iglesia de la Inmaculada del Chicó para cumplir con el rito católico de la misa. Súbitamente y desde la sombra apareció un comando del M-19 que asaltó el vehículo en que viajaba y disparó contra el escolta Juan de Dios Hidalgo Bernal, sin que el político alcanzara a defenderse, como sería su instintiva reacción. De inmediato lo sacaron violentamente del automóvil y lo llevaron vendado, a bordo de otro automotor, a un lugar desconocido, en donde viviría el suplicio del cautiverio y de estar alejado de su esposa, doña Margarita Escobar, y sus hijos.
La noticia del secuestro conmocionó a los colombianos y apareció en primera página de casi todos los diarios de Hispanoamérica y Estados Unidos, lo mismo que en varios medios europeos. Tal despliegue informativo ponía en evidencia que Gómez Hurtado era uno de los humanistas más destacados de Occidente y de la derecha continental. No se entendía el por qué del ataque a un hombre pacífico y de ideas y menos que se quisiera acallar de manera tan brutal a quien solía defender sus tesis en El Siglo, la universidad, el Congreso y la plaza pública.
De allí que muchos dirigentes de izquierda y de otras tendencias políticas mostraron su solidaridad con el talentoso político cautivo y condenaron a los subversivos que, en su desesperación, se habían apoderado de quien en ese momento representaba la conciencia nacionalista del país.
La reacción del Gobierno del presidente Barco, que se encontraba en ese momento de gira internacional por Estados Unidos y Europa, fue la de que se hiciera hasta lo imposible por rescatar con vida al prestigioso hombre público. El mandatario delegó en su ministro de Gobierno, César Gaviria Trujillo, la delicadísima tarea de resolver el caso. Es de reconocer que el alto funcionario se dedicó de tiempo completo a ello. Asimismo, los conservadores de todas las tendencias se movilizaron en respaldo del connotado líder y todo el país mostró la más cálida solidaridad para con él y su familia, al tiempo que desde los medios de comunicación se clamaba por su liberación.
Es de destacar que durante su cautiverio Álvaro Gómez demostró la fuerza espiritual y la grandeza propia del talante conservador que había defendido a lo largo de su carrera pública. En ningún momento claudicó de sus principios y lo que trascendió de sus charlas con los subversivos, es que intentó convencerlos de las bondades de la democracia. Lo mismo les explicaba que la lucha política y los ideales no combinaban con las armas. Que el mejor medio para hacer política es la razón y no la violencia. Y en conmovedoras cartas que dirigió a su señora esposa se encomendaba a Dios y reiteraba que se mantenía firme en sus convicciones y dado el caso dispuesto a morir por ellas.
La presión de la sociedad, el Gobierno nacional y la colaboración de terceros países, en medio de delicadísimas negociaciones secretas de la familia y sus amigos más cercanos, se consiguió lo que parecía imposible: su liberación. Tras varias semanas de secuestro pudo reunirse con su familia y recibir el conmovedor afecto de todo un pueblo que consideraba que había ocurrido una suerte de milagro.
A partir de ese momento se dedicó a escribir el famoso libro Soy libre -del cual le encomendó el prólogo a Juan Gabriel Uribe-, en donde explicó su actitud existencial frente al desafío de estar encerrado, con pistoleros a la vista, sin que tan estrambótica situación le impidiera reflexionar sobre el destino de la patria e hiciera un balance de su propia vida. Por eso, aunque estuvo retenido, jamás perdió su libertad de pensar, amar, sentir y soñar.
Ello explica el vigor con que retomó su carrera de servicio político al país y sus grandes propuestas sobre el Acuerdo sobre lo Fundamental y, en lo económico, lo que se llamó el desarrollismo, una plataforma para derrotar el atraso secular e impulsar el avance industrial, elevar los ingresos, el empleo y la calidad de vida de todos, con la cual soñaba a diario.
El dirigente conservador se dolía de que mientras el país en la época del gobierno de su padre, Laureano Gómez, estaba por encima de naciones como Corea y varias de los que posteriormente se denominaron “tigres asiáticos”, en la década del 80 en vez de avanzar había retrocedido en cuanto al gran proyecto de industrializar a Colombia. Gómez Hurtado llamaba la atención sobre el hecho de que en la administración de su progenitor se había creado Ecopetrol con el magno objetivo de explotar nuestra riqueza, desarrollar la petroquímica y favorecer la industrialización del país, pero sus sucesores en el gobierno no tuvieron la misma visión y por un buen trecho seguimos dependiendo del monocultivo de la caficultura. Fuera de eso, es de anotar que cuando Gómez Hurtado planteó el desarrollismo, que coincidía con los proyectos macro que en ese momento se impulsaban en Brasil y que dieron tan positivos resultados, dirigentes políticos y economistas colombianos sostenían que era una locura hacer desarrollismo. Como solía suceder con las políticas de cambio del jefe conservador, apenas fueron asimiladas por unos pocos de sus seguidores y sólo hasta ahora se reconoce que de haber seguido sus propuestas o haberlo llevado al solio de los presidentes, nuestra realidad sería muy distinta y estaríamos posiblemente compitiendo con las potencias asiáticas.
Hoy más que nunca siguen vigentes las propuestas de Álvaro Gómez de derrotar el Régimen, reconquistar la paz y dedicar las energías nacionales al avance espiritual y material de Colombia.