Aunque la escogencia del nuevo Premio Nobel de la Paz tiene un claro tinte coyuntural, lo cierto es que el galardón a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) envía un mensaje contundente al mundo: cero tolerancia.
Para la comunidad internacional esta organización volvió a la primera plana tras los macabros hechos ocurridos recientemente en Siria, en donde las tropas del régimen de Bashar al Asad atacaron a civiles y rebeldes con gas sarín, lo que produjo la muerte de centenares de niños, mujeres y hombres.
Sin embargo, la OPAQ cumple desde hace muchos años una labor importante, aunque silenciosa, en todo el planeta. Baste con decir que desde 1997 a hoy realizó más de cinco mil ciento inspecciones en 86 países. Tras esa labor, hoy se calcula que más del 80 por ciento de los agentes químicos en todo el mundo se destruyeron de manera segura y controlada, así como más del 57% de las municiones y contenedores químicos.
Con sede en La Haya, en donde también funciona la Corte Internacional de Justicia, la OPAQ tiene como carta de navegación la Convención de Armas Químicas (CAQ), un tratado multilateral firmado en 1993, que entró en vigencia en 1997.
El consenso mundial en torno de la prohibición del desarrollo, producción, almacenamiento y el uso de las armas químicas, así como la orden de su destrucción total, sin excusa alguna, empezó a abrirse paso al final de la Guerra Fría, cuando la comunidad internacional tomó conciencia de que esta clase de armamento era, incluso por encima del nuclear, la mayor amenaza para la especie humana. Y esa prohibición se hizo aún más urgente en la medida en que el terrorismo se volvió el arma de lucha preferida de los grupos radicales en todo el orbe.
Ello explica por qué la OPAQ cuenta hoy con 189 países miembros, que reúnen a más del 98 por ciento de la población mundial, con las preocupantes excepciones de Corea del Norte, Angola, Egipto, Sudán del Sur, países que no han firmado ni ratificado la Convención, en tanto que Israel y Birmania la firmaron en 1993 pero no la han ratificado.
Por ahora es claro que el Nobel de Paz se constituye en un espaldarazo a la labor que la organización está cumpliendo en Siria, país que se vio forzado a permitir la entrada de los expertos de la ONU para verificar el uso de armas químicas en la guerra interna, y que luego, ante la inminencia de un ataque militar encabezado por Estados Unidos, decidió poner a disposición de la OPAQ todo su arsenal de armamento químico para ser controlado y desmantelado.
El galardón más importante en nivel global por los esfuerzos de paz confirma, una vez más, que la humanidad debe empezar a desactivar todo armamento, defensivo u ofensivo, que sea capaz de arrasar con miles de vidas en corto tiempo, como lo son las amenazas nuclear o química, más aún en momentos en que no se sabe en qué momento las facciones terroristas pueden tener acceso a estos artefactos y provocar tragedias de grandes dimensiones.