Crece el malestar de los bogotanos por cuenta de la inseguridad. Es notorio que los secuestros han bajado, pese a que se conocen algunos casos de familias que negocian en silencio la devolución por cuenta del hampa común de sus familiares. Lo cierto es que ese delito atroz que le hizo tanto daño a la sociedad es hoy en Bogotá una rareza, gracias a la eficacia de la policía y sus servicios de inteligencia.
En tanto la violencia contra los ciudadanos del común, las violaciones de menores por cuenta de familiares y allegados, van en aumento, aunque en ocasiones no se denuncian. Por desgracia el mismo círculo familiar se convierte en cómplice de esos delincuentes, en algunos casos por temor.
Aumento de los ataques a la propiedad, el boleteo parroquial a los transeúntes, que en algunas zonas deben guardar unos pesos para evitar ser atacados por las pandillas por no cargar efectivo. El combate contra esos grupos de jóvenes que utilizan para distribuir drogas, y que son autores de amenazas constantes a sus vecinos, se dificulta en tanto se mueven con astucia dentro del delito menor. Esos casos por su cuantía no prosperan en los juzgados. Esos jóvenes aprendices de delincuentes cuando los detienen, suelen con frecuencia quedar libres, a la espera de que cometan un delito más grave. Es preciso atacar ese espiral de violencia urbana y delincuencia de raíz, para lo que se requiere del apoyo de la sociedad, de la solidaridad de todos para encauzar a los jóvenes más díscolos e integrarlos a la sociedad.
Es un hecho conocido de las autoridades y los trabajadores sociales que los más violentos de las barriadas son reclutados por delincuentes avezados, que los entrenan en toda suerte de delitos y el manejo de las armas, como la antesala del ingreso al hampa profesional y las ligas mayores del delito, que azotan nuestras grandes ciudades y que deben combatir las autoridades como la peor amenaza de violencia en el futuro.