- Jefatura de Estado e instalación del Congreso
- Oportunidad para enfatizar el norte del país
En medio de un ambiente político bastante movido y en plena recta final de la campaña para las elecciones regionales y locales se instala mañana el segundo periodo de sesiones del Congreso durante el mandato del presidente Iván Duque.
A decir verdad, la expectativa respecto al arranque de este periodo parlamentario no gira en torno a cómo se reconfigurarán las mesas directivas de Senado y Cámara ni tampoco sobre el impacto que ello tendría en cuanto a una mayor o menor capacidad de la Casa de Nariño para sacar avante los proyectos de ley y acto legislativo que considere más urgentes o pertinentes. Para nadie es un secreto que los relevos en las presidencias de ambas cámaras legislativas ya están definidos, en cabeza del liberal Lidio García y Carlos Cuenca, de Cambio Radical, respectivamente. De igual manera, pese a la cantidad de versiones que circulan en los corrillos políticos, no se prevé ninguna movida real en el ajedrez de las coaliciones gobiernista, independiente y de oposición. También quedó más que claro que el Jefe de Estado no aplicará reajuste alguno en su nómina ministerial, como se especulaba semanas atrás. Es más, el balance de la primera legislatura continúa siendo disímil, ya que mientras el Ejecutivo lo calificó positivamente por haber logrado, sin mediar “mermelada” presupuestal ni “transaccionismo” burocrático, la aprobación de 15 leyes y reformas constitucionales importantes, los críticos insisten en que la Casa de Nariño evidenció una débil gobernabilidad y careció de margen de maniobra política para evitar el hundimiento de proyectos clave, incluyendo varias de sus promesas de campaña…
Visto todo lo anterior es evidente que lo más crucial en la instalación hoy de la legislatura será el tono político y el mensaje de fondo que sobre su primer año de gestión y las prioridades gubernamentales a corto, mediano y largo plazos envíe el presidente Duque, no solo al Congreso y los partidos políticos allí representados, sino al país en general e incluso a la comunidad internacional que tiene el ojo encima sobre varias de las coyunturas nacionales.
Como lo hemos señalado en estas columnas, tras casi doce meses en el poder la opinión pública y los sectores políticos, económicos, gremiales, regionales e institucionales del país ya tienen una idea muy construida sobre el estilo y los énfasis del gobierno Duque. Esa es la gran diferencia frente a lo que ocurría un año atrás, ya que tanto en la instalación del nuevo Congreso como en la ceremonia de posesión presidencial, lo que primaba eran las expectativas sobre lo que haría o no el entrante Jefe de Estado, cómo se confeccionarían las coaliciones parlamentarias al amparo del debutante Estatuto de Oposición, cuáles podrían ser las prioridades de la agenda legislativa, cómo se manejaría en el día a día la relación del Primer Mandatario con el expresidente y senador Álvaro Uribe, qué línea de acción se utilizaría para cumplir promesas electorales como el ajuste al acuerdo de paz y cuáles serían las primeras medidas gubernamentales y la dimensión del timonazo para redirigir un país que recibía del mayor contradictor político del uribismo.
Hoy ya la mayoría de esos interrogantes están despejados y hay que decir que muchos de los pronósticos un año atrás no se cumplieron o lo hicieron a medias. Hoy, también, el país tiene en vigencia y aplicación el Plan de Desarrollo de este gobierno, con sus énfasis y metas. También es posible una calificación sobre lo hecho o no por la actual administración, dejando en un segundo plano el llamado “espejo retrovisor” y qué tan crítica fue la herencia del mandato Santos.
Precisamente por todo lo anterior es que el discurso presidencial de mañana es de trascendental importancia, pues se basará más en realidades y menos en expectativas. Aunque es importante el corte de cuentas sobre su gestión en este primer año, lo que los colombianos más esperan de su Jefe de Estado es que delinee de forma inequívoca y contundente el norte al cual quiere dirigir el país, las reformas parlamentarias y ejecutivas que emprenderá, los ajustes coyunturales y estructurales que se requieren para enfrentar distintas y graves problemáticas, los mecanismos que aplicará para superar -en lo posible- la polarización política… En fin, un Presidente enfocado en el futuro y cómo evolucionar hacia él, y no atado al pasado y sus ya desgastantes debates.
Con una cuarta parte de su mandato ya recorrido y sin existir posibilidad de reelección, el presidente Duque no tiene tiempo que perder y, por el contrario, debe apretar el ritmo de su gestión. Su discurso mañana ante el Congreso es una oportunidad de oro para enfatizar su hoja de ruta, defender su estilo de gobierno, remarcar las líneas rojas y, sobre todo, hacer valer su rol constitucional de Jefe de Estado y símbolo de la unidad nacional. No será, en consecuencia, un discurso más.