El derecho al consenso | El Nuevo Siglo
Miércoles, 13 de Enero de 2016

No es hora de más polarización

De la turbulencia a la tormenta 

 

En medio de la ola de pesimismo que ha invadido al país, resultado básicamente del confuso panorama económico de comienzos de año, conviene sostener que el consenso debería ser el instrumento político que garantice un mejor escenario para las épocas difíciles que se avizoran.

 

Si bien Colombia continúa creciendo en índices relativamente aceptables en la región, frente a circunstancias incendiarias como en Venezuela o Brasil, no es dable contentarse con esas comparaciones mientras los ciudadanos sufren la escalada en las tarifas de servicios públicos y privados y se cierne la amenaza de un golpe tributario sin parangón. A ello se suma el desmayo salarial, fruto de la presión inflacionaria que ha llegado a los índices históricos de las malas épocas. Y todo ello se condimenta con una depreciación de la moneda que, si bien se cacarea en favor de la industria y el turismo, ha distorsionado gravemente el panorama económico. Inclusive, llevando al país por una senda decreciente en las exportaciones según los datos del último bimestre. Para no hablar, en la misma medida, de la venta de activos estatales a la que suele recurrirse cuando ya no hay más de dónde raspar.

 

Es notable y hasta comprensible, claro está, el estado de desesperación en que parece hallarse el Gobierno. No en vano el precio del petróleo se acerca a los 30 dólares barril, desabasteciendo el tesoro gubernamental. Acostumbrados a manejar excedentes multibillonarios, producto de que el barril de crudo llegó a sobrepasar los 100 dólares, el hueco dejado es superlativo y el ajuste de los gastos estatales, ante semejante disyuntiva, hubo de ser similar. No fue, ciertamente, lo que ocurrió. Ni se informó el tamaño del barrigazo. Por el contrario, se pretende llenar la carencia de recursos, no sólo con mayor cupo de endeudamiento, sino con aquella catarata fiscalista que, según el Ministro de Hacienda, “no tiene reversa”.

 

Con ello, por supuesto, se habrá llegado a tasas impositivas superiores a las que hay en los países de mayor impacto fiscal. Que tampoco, por lo demás, han sido aliciente para morigerar el rubro de desigualdad o ser canal efectivo en la redistribución del ingreso. De hecho, la variable en Colombia parecería ser que ante más gravámenes, más la brecha social. No es sino corroborarlo, actualmente, en el desfalleciente índice de Gini o el desplome del promedio en el ingreso per cápita nacional.

 

Para sortear la situación se necesita, ante todo, una gran cantidad de sindéresis. No se trata, en modo alguno, de sumarse a las voces apocalípticas, similares a la Casandra mitológica. Pero sí conviene entender que el país ya no es el mismo de hace un par de años y que se necesitan sinergías para mantenerlo en la ruta del crecimiento y la productividad. Lo sensato, si de reforma tributaria se trata, sería recurrir al consenso y la concertación, no sólo en el frente económico y social, sino en los demás que se anuncian fundamentales. Porque el palo no está para cucharas, ni mucho menos para el dictamen exclusivo de los tecnócratas.

 

Volverlo todo un pulso político es, a su vez, equivocado. Nunca, como hoy, por ejemplo, la oposición a la venta de Isagen juntó a las voces políticas más disímiles del país. Faltó, a no dudarlo, una mayor pedagogía, justipreciar las alternativas y escuchar con detenimiento las opciones. Tendrá el Gobierno sus billones fruto de la paradójica subasta de un solo proponente, con las consecuencias judiciales que ya se avizoran.

Pero el asunto deja un claro tufillo de incierta y costosa imposición.

 

Lo mismo está ocurriendo en otros frentes, como en el proceso de paz. Aquel ha quedado prácticamente circunscrito al oficialismo, con ostentación. Es decir que lejos de ser una bandera nacional se ha disminuido al carácter de bandería personalista. Y ello está pasando cuenta de cobro  en el lugar donde debería tener más fortaleza, las mayorías silenciosas que son la clave del autodenominado plebiscito. Sigue faltando mucho pedagogía y ante todo consenso popular.

 

Es posible, desde luego, que el Gobierno se sienta cómodo en la polarización y la falta de convocatoria. Y que se recueste, cada día más, en el lubricado engranaje del Congreso. No obstante, si es así, si se hace oídos sordos a los clamores nacionales y se desestima el derecho al consenso, la turbulencia se volverá tormenta. Y es ello, naturalmente, lo que debe evitarse a toda costa.