Todo el peso operativo de las FF.MM.
Los otros laberintos del proceso de paz
Las FARC rompieron ayer la tregua unilateral que habían declarado el 20 de diciembre del año pasado. Así lo hicieron en una operación ofensiva donde mataron a once militares e hirieron a otros tantos, unos de suma gravedad, en medio del estupor y el desencanto nacionales. Ese, el hecho objetivo y fehaciente. De modo que las cosas, desde el punto de vista bélico, parecerían retornar o incluso empeorar a la situación previa a ese mes. Si esto es así, la incertidumbre del proceso de paz tenderá a seguir subiendo. Difícil, frente a estos sucesos, recuperar la credibilidad que es la materia de la que hoy más adolece las conversaciones de La Habana. Para la mayoría es muy complejo entender que mientras se habla de paz se haga la guerra, mucho menos después de dos años y medio de instalada la Mesa formal y de unos ocho meses anteriores de diálogos secretos.
Suele decirse reiterativamente que en este proceso se ha avanzado más que en cualquiera otro. Si bien eso es cierto en algunos aspectos, en otros, no. Basta recordar que en la época de Belisario Betancur se llegó a una amnistía anticipada y efectiva para miembros de las FARC (entre otros grupos subversivos); a la creación de un partido político representativo de ellas en el Congreso, incluida por ejemplo la curul de Iván Márquez, y también en las corporaciones públicas de segundo nivel y las alcaldías municipales; y a un cese de fuego bilateral que con esa organización se mantuvo casi por dos años y solo se rompió a comienzo del gobierno de Virgilio Barco, a partir de un ataque parecido al de ayer, por parte de las FARC en el Cauca, que cobró un número similar de víctimas en tropas del Batallón Cazadores, en jurisdicción de San Vicente del Caguán, Caquetá. Entonces, más avanzado que hoy, se venían preparando, con Betancur, los proyectos de ley acordados en la agenda para ser presentados al Parlamento. Pero la nefanda toma del Palacio de Justicia, por parte del M-19, terminó minando la credibilidad de todo el proceso, incluso lo que se avanzaba tanto con las FARC como con el EPL.
Lo anterior para decir que, pese a que se ha progresado en los diálogos de hoy, en cualquier momento el Presidente puede retirarse de estos. Existe la nociva sensación, casi generalizada, de que la suerte del Gobierno está indisolublemente atada a los resultados que se produzcan en La Habana. Y que por lo tanto hay un exceso de flexibilidades, además de que bajo ningún motivo el primer mandatario se levantará de la Mesa. No es bueno que eso ocurra, ni para el Gobierno, ni para el proceso. Porque, a más de otras consideraciones, se pierde por completo la iniciativa. De hecho, van ya casi diez meses desde que la Mesa no produce ningún acuerdo referido a la agenda, como los que hace ya tiempo se venían produciendo. Y ese vacío también genera desconcierto, todavía más grave si el espacio se ocupa con hechos tan lamentables como los del Cauca.
No es secreto, por lo demás, que el proceso afronta una dificultad mayúscula en la aproximación divergente que las partes tienen sobre el modelo de desmovilización. En los dos últimos meses el Presidente ha insistido en que se trata de un asunto de justicia transicional con soporte en el Estatuto Penal de Roma, dirigido a emitir condenas flexibles y pagar las penas de modo alternativo, mientras las FARC se cobijan en los protocolos de Ginebra, la vigencia de los delitos políticos e incluso piden Constituyente dónde participar para reconfirmar los acuerdos. El abismo es, pues, bastante notable. Tanto como para que la Mesa permanezca paralizada en los puntos centrales y eventualmente se progrese solo en temas colaterales.
Entre tanto, ocurre la matanza del Cauca. Han roto allí las FARC la tregua unilateral de modo deliberado. Siendo así es una declaración de guerra, por lo menos en la zona. Más allá, pues, de las opiniones de los políticos que de inmediato creyeron suficiente con una manifestación genérica, reinstaurando los bombardeos en el país, lo que se requiere es una contestación afirmativa en el propio campo que las FARC escogieron para llevar a cabo sus acciones. En tal sentido, el Gobierno debería declarar al Cauca teatro de operaciones militares especiales, con todo lo que ello supone en mayor número de contingentes, pertrechos y respaldo aéreo, con un cronograma específico y público, y operaciones de tarea conjunta comandadas por uno de los generales de más alto grado. Planteado el teatro por las FARC, tiene allí el Gobierno un polo de desarrollo militar que implica la preponderancia del Estado de modo puntual y delimitado, lo que por décadas no se ha hecho. Si de igual manera, las FARC rompen la tregua en otros lugares, ya verá el Gobierno qué actitud toma. Pero aquí y ahora, el Cauca es el objetivo, sin que la Mesa de La Habana tenga nada que ver con ello.