Hace un año el diario discurrir de Natalia Ponce de León, en su hogar, bajo el cálido afecto de su madre y familiares, con los que llevaba una vida apacible, normal y sin sorpresas, llena de sueños y esperanzas, de improviso se rompió. En un instante, al salir a responder, en la puerta de su edifico, un llamado, un criminal, un cobarde, la atacó con ácido. Fueron instantes indescriptibles de pavor y dolor, en los que la joven no sabía qué estaba pasando. Todo parecía derrumbarse, como si el mundo se le hubiese venido encima por medio de la acción alevosa de un sujeto que había resuelto descargar su odio demoníaco sobre su frágil e indefensa humanidad. La muchacha, al parecer, se salvó de quedar ciega de por vida, gracias a que en un movimiento instintivo se tapó los ojos con las manos al percatarse de la agresión.
Natalia no recuerda, exactamente, en esos momentos febriles y de tan intensa angustia, cómo llegó al piso de su departamento, en donde su madre al verla tan gravemente herida, sufrió un percance cardíaco. La muchacha sentía que estaba en manos de Dios cuando era conducida a los servicios médicos de urgencias. Allí empezó a recibir el cuidado de los especialistas que se esmeraron por mitigarle el dolor de las quemaduras en su rostro y varias partes de su cuerpo.
Sus familiares y amigos, conmovidos hasta las lágrimas, se organizaron en círculos de oración. La comunidad nacional respondió conmocionada y solidaria, condenando el crimen y urgiendo el castigo al responsable. Entre tanto la Policía, informó que el abominable criminal había sido captado por las cámaras de seguridad del sector, por lo que se logró su plena identificación, captura y envío a prisión. Se supo entonces que había premeditado con alevosía y meticulosa paciencia el execrable atentado.
Los mejores especialistas médicos han tratado a la joven. Y tanto ellos como su familia y ahora toda la opinión pública han constatado el valor de Natalia, quien sin abatirse por la amargura y el dolor, sobreponiéndose a la injusticia, da ejemplo de fortaleza y decisión para recuperarse y afrontar su nueva vida. Hoy Natalia es un ejemplo de entereza espiritual y coraje, valores que todos los colombianos deben ponderar e imitar.