*Pacifismo de Marroquín
*La cultura del perdón
No pasa día en el cual los colombianos no le pidan algo, le exijan o renieguen del Gobierno. Pareciera que Simón Bolívar consagró la libertad formal de Colombia sin romper el invisible cordón umbilical que liga la sociedad a los tiempos coloniales en los cuales el rey lejano lo podía todo y cada quién le pedía alguna merced. Esa mentalidad arcaica es tan poderosa que nuestras masas confunden, en ocasiones, el Estado con el enemigo, con un opresor y algunos llevan la deformación a tal punto que lo asaltan, se apoderan de los dineros públicos, se burlan de la autoridad y cometen toda clase de tropelías en su contra.
Durante todo el siglo XIX era legítimo levantarse contra el Estado, rebelarse contra el poder constituido, perder las elecciones y buscar un grupo armado para reclamar el triunfo por la fuerza. A su vez, en ciertos casos, quienes llegaban al poder se dejaban llevar por la tentación de deslegitimar su propia autoridad y ejercer la violencia contra los del bando contrario. Quizá Colombia fue uno de los países donde más se habló, en ese siglo, del Estado de Derecho y en donde más se invocó la libertad para violar las normas consagradas en las distintas constituciones. Todo comenzó a cambiar a finales del siglo XX cuando Rafael Núñez, quien aborrecía la guerra civil y las reyertas sangrientas, se la juega para crear un Estado en forma y se sale del chaleco opresivo del liberalismo independiente para convocar a conservadores y elementos sin partido a forjar un Estado moderno, defendido políticamente por el partido nacional que electoralmente resultaba imbatible.
Para consagrar a ese Estado convocó a una asamblea de Delegatarios compuesta por los más prestantes personajes de distintas corrientes políticas. No quiso denominar ese foro como admirable, pero lo era y en él se agigantó la figura del más insigne y culto de los colombianos de la época: Miguel Antonio Caro. No todos entendieron el notable esfuerzo del estadista del Cabrero para crear el Estado moderno en Colombia y organizar las finanzas oficiales bajo los principios de no emitir más moneda que la que correspondía al monto de los ingresos anuales del erario, con lo que se consiguió pagar deuda externa y manejar los propios recursos, que hasta entonces habían estado en manos de los banqueros del Olimpo Radical. Ello suscita otra guerra para tratar de restablecer un modelo económico librecambista agotado y que siguieran los financistas radicales manejando los dineros públicos como caja menor. Lo cierto es que al consagrar un Estado en forma dos intelectuales conservadores (Sanclemente y Mallarino) pudieron resistir una guerra civil interna apoyados los rebeldes por una coalición internacional de hecho, conformada por Estados Unidos bajo la presidencia de Roosevelt, Venezuela con Cipriano Castro, Ecuador con Eloy Alfaro y El Salvador y Nicaragua con los respectivos gobiernos.
Si Núñez - el estadista visionario-, no hubiese constituido ese Estado, posiblemente el gobierno no había resistido la embestida de los alzados en armas y la unidad colombiana se habría atomizado de manera fatal. Es verdad que se perdió Panamá, pero se habría perdido gran parte del territorio continental si el Estado no se hubiera recuperado y el gobierno actuado para hacer la paz.
Se ha olvidado la historia del más trascendental discurso que se ha pronunciado sobre la paz en este país, en el cual el presidente José Manuel Marroquín perdona a sus enemigos y proclama como objetivo fundamental la paz. Esa pieza oratoria debería ser reproducida y repartida entre los negociadores de La Habana para su mayor ilustración.
En cualquier caso, la conclusión que podemos sacar y los esfuerzos que se hicieron por la paz después de varias guerras triunfantes en tiempos de Núñez, de Caro o de Marroquín es que se requiere del respaldo nacional al gobierno para que éste pueda negociar con la altura de miras que requiere semejante empresa. Y también nos enseñan esas experiencias que la sociedad debe comenzar a preguntarse qué está haciendo por la paz, cuál es su contribución a esa reconciliación, cómo puede influir en el gobierno y en los mismos agentes negociadores para que esa apertura mental por la pacificación surta efecto en 40 millones de colombianos. Puesto que así se firmara hoy o mañana un convenio de paz, sin el apoyo conjunto de la sociedad civil se podría fragmentar el conflicto en cientos de comandos revolucionarios y bandas armadas, que tratarían de seguir sus prácticas en todo el país. Solo con un compromiso fundamental y gigantesco por la paz, por incorporar a los excombatientes a la sociedad civil y por encontrar alternativas de desarrollo que les permita llevar una vida digna a ellos y el resto de colombianos se podrá aprovechar la “bonanza” económica que estamos viviendo. Para EL NUEVO SIGLO el mayor compromiso es por la paz, con dignidad, sin que se claudique ninguno de los valores de nuestra sociedad y con la generosidad cristiana de nuestra cultura que entre sus premisas establece la posibilidad de perdonar al adversario, en el convencimiento de que para perdonar, ante todo hay que ser fuerte.