El ajedrez de Mohamed VI | El Nuevo Siglo
Lunes, 28 de Julio de 2014

La lucidez reformista

Estabilidad y equilibrio de poderes

 

El extremismo  en los países árabes intenta deponer los gobiernos y hacerse con el poder por medio de la prédica del revanchismo implacable  y  la conquista del mismo por la fuerza de las armas. Por excepción, en Marruecos el rey Mohamed VI, mantiene un prudente e inexorable control de la situación por medio de acuerdos políticos, que se fundamentan en un tejido diplomático experimentado y habilísimo, que hila sutiles  acuerdos políticos que se respetan y que implican concesiones de las partes. Al anunciar el Rey su disposición de hacer grandes reformas democráticas en el país, en general, la curiosidad y  el escepticismo marcaron la actitud de los comentaristas europeos y del extranjero, que veían los cambios como un juego de ajedrez para ganar de  momento la partida, sin percatarse de que se trataba de avanzar con moderación en proyectos de cambio esenciales para impulsar el equilibrio político con desarrollo y estrategias sociales. Tampoco confiaban en la madurez del pueblo ni de los partidos políticos para entender las reformas y asumirlas con responsabilidad en una democracia más participativa, puesto que por siglos el poder político y religioso de la monarquía ha sido proverbial e inmenso. La lucidez de los agentes de la monarquía que hicieron la reforma constitucional de fines de 2011 ha sido corroborada ampliamente por los hechos. La monarquía propicia las reformas y delega parte del poder, para conseguir mayor estabilidad y respaldo popular al sistema. Eso lo pudo hacer el monarca por cuanto goza de gran popularidad entre la población, en  parte por los resultados prácticos materiales y en la lucha por avanzar en infraestructura y crecimiento económico.

La estabilidad del reino de Marruecos contrasta con la inestabilidad y los levantamientos que se suceden unos a otros con velocidad de vértigo en algunos países árabes, que no hicieron cambios a tiempo y no consiguieron estructurar partidos políticos que se ganaran el apoyo de la población con la finalidad de sustituir en paz  los regímenes autoritarios que caían por eclosión interna o bajo fuego de las potencias, como en el caso de Irak y Libia. Sin instituciones respetables y eficaces, el Estado hace agua, lo que sumado a la debilidad de los  partidos fracasados o sin  proyectos programáticos de gobierno, la política va cediendo el campo a los fundamentalistas y extremistas que apelan a una retórica delirante, los cuales cuentan  con el apoyo de milicianos armados. Se esperan milagros de los jerarcas más violentos que acaudillan las milicias y que carecen de un proyecto político realista. Al tiempo que irrumpen nuevos dirigentes religiosos con ambiciones políticas, dispuestos a librar una guerra santa. En tales condiciones de incertidumbre, caos y rencillas entre grupos armados, predominan los iluminados cuyo delirio atrae a las multitudes atrapadas y desesperadas por la creciente ola de violencia.

En momentos como este en los que parece hundirse el piso de las gobiernos de la vecindad de Marruecos, azotados por el conflicto armado, es cuando los comentaristas le dan crédito a las reformas que auspició en el pasado el rey Mohamed VI, que dieron frutos al fortalecer el régimen y conseguir un mayor compromiso popular con el Estado. El Rey, en dicha reforma pasó de ser sagrado a comendador de todos los creyentes. Un esfuerzo por  desacralización ponderada, que le da juego a la sociedad civil... Tal como se pensó, en la medida que los partidos se han fortalecido y el pueblo se beneficia con la paz y el desarrollo, la estabilidad fortalecen al gobierno y la sociedad. El respeto propiciado por las autoridades a la identidad de los nativos del país, su lengua y derechos, ha dado frutos. Al tiempo que el Estado de derecho prevalece y el Parlamento cumple su misión de estudiar y  aprobar las leyes,  que rigen la sociedad y que buscan garantizar el orden y el imperio de la ley. Y se toman medidas para controlar los excesos verbales de los jerarcas religiosos, que deben concentrase más en lo suyo. Es sugestivo el avance  en democracia cuando en la región se extiende como plaga la anarquía y la violencia.