Cuando celebramos el centenario del nacimiento del famoso y fecundo poeta Eduardo Carranza, que honra nuestras letras y que consideraba la hispanidad como la Patria grande, fallece en México su amigo y compañero Álvaro Mutis -que nace en Bogotá el 25 de agosto de 1923- unidos por ese amor por la cultura y los valores espirituales de nuestro pueblo. Mutis tenía grabados en el corazón varios de los versos de Carranza, que expresan el amor intenso por el terruño, por nuestras costumbres y la manera de ver la vida. Una mutua admiración tenían ambos por Álvaro Gómez, que ilustró algunos de los libros de poemas del primero. Los tres signados por el afán de escribir, de dejar su impronta sobre el mundo que los rodea desde la diversidad de sus inquietudes. Los tres, desde su honda visión colombianista tenían una inquietud histórica universal, que de manera inevitable aterrizaba en el análisis de nuestro devenir, de nuestro medio, de nuestras gentes y sus manifestaciones culturales. Los tres compartieron el conocimiento de la obra del conde de Keysserling, Meditaciones Sudamericanas,sin que necesariamente sus conclusiones fuesen las mismas, pero reconociendo esa falta de ganas que por épocas agobia a nuestros pueblos.
Carranza vibra como “una llama al viento”, su poesía sacude las fibras más íntimas del sentimiento y culto a la mujer. Mutis se deja llevar por la insatisfacción del mundo en el que le toca vivir, con el que no se conforman como el político español por cuanto aman su tierra y les duele el atraso en el cual se debate nuestra sociedad, dado que entienden que desarrollo material sin cultura, civilización sin cultura, política sin culto al saber, constituyen una de las peores lacras de nuestra Nación. Los tres se conmovieron con la lectura de Marcel Proust. Podían hablar por horas sobre ese notable escritor que se eleva a las cumbres de la narrativa con una fina penetración psicológica que deja perplejos a los que no están familiarizados con la evolución social francesa, por la forma como retrata uno a uno los personajes. Si bien, Álvaro Gómez, cuya cultura literaria y política en buena parte era gala, consideraba que Proust, exageraba un tanto desde su visión de cronista social y genial de salón, agrandándolos de manera caricaturesca y restando naturalidad a la aristocracia decadente y ociosa de su época, expulsada del poder desde la Revolución Francesa; mataban el tiempo en interminables reuniones sociales en las que ejercían la ácida crítica de los personajes de moda que por lo general les parecían ordinarios, como comediantes de segunda. Proust los veía desde abajo más grandes, en tanto el Greco lo hizo con los personajes que pintaba por deformación óptica y otros, como lo hace hoy Botero de manera deliberada con sus gordas y gordos. Mutis, cuando estuvo en la sórdida prisión de Lacuberri, sin los atenuantes ni comodidades de las que por ser marqués le toleraron a Sade, aun en La Bastilla; con la sombría dureza que capta Óscar Wilde a su paso por la cárcel de Reading, comentaba que lo sacó del lodazal que amenazaba triturarlo la foto que puso en su celda de Proust, el genial escritor, para trasladarse al mundo espiritual de la literatura y la bella época en la que quizás le habría gustado vivir antes del estrepitoso derrumbe que da paso a la primera Guerra Mundial. Quizá allí para liberarse y volar nació Maqroll el Gaviero.
Es de recordar que, en la memorable y famosa revista Mito, aparee un escrito de los años cincuenta de Octavio Paz, en el cual sentencia que: “los textos que leo en Mito, me hacen pensar que Mutis avanza con firmeza en su obra”. Se trata acaso de una premonición sobre el juego del destino que llevaría a Mutis a quedarse a vivir en México, en donde se destaca entre los grandes intelectuales. Es en Mito a donde deberán bucear sus biógrafos sobre sus relaciones, entre otros con Jorge Gaitán Durán, Fernando Charry Lara, Hernando Téllez, Hernando Valencia Goelkel, Rafael Gutiérrez Girardot, Jorge Eliécer Ruiz, Pedro Gómez Valderrama. En otra zona de la cultura están sus amigos entrañables Belisario Betancur, que como Presidente de Colombia le otorgó la Cruz de Boyacá al notable escritor o Álvaro Castaño Castillo, su amigo de todas las horas.
Mutis es bogotano, desde los tiempos coloniales en los cuales se establece en Santa Fe de Bogotá el sabio José Celestino Muis, quien llega a la ciudad con su sobrino, que se casa y deja familia aquí. Álvaro Mutis fue galardonado durante su nutrida carrera en las letras con el Premio Xavier Villaurrutia en 1988, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1997, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1997, el Premio Cervantes en el 2001 y el Premio Internacional Neustadt de Literatura en el 2002.
Capitulo aparte merece la fraternal amistad de Álvaro Mutis con Gabriel García Márquez, que se robusteció por las afinidades culturales cuando ambos vivieron en México, compartieron espacios y lecturas comunes, dado que conocían a fondo la literatura norteamericana y disfrutaban sus mejores escritores, los mismos que siguieron como suyos los triunfos de los grandes prosistas mexicanos de los que fueron amigos. Mutis escribió textos de la obra de García Márquez y a la inversa, sin que muchos pudieran identificar los pasajes. Los dos conocieron a fondo la pasión poética de Barba Jacob, sus imposturas y desmanes de una vida errabunda, quien escribe parte de su obra en México y muere en esa tierra, en donde fusilan al general José María Melo, en confuso episodio político y ahora fallece Mutis. Álvaro Mutis es por sobre todas las cosas un creador, un imaginativo, un ser que huye de lo manido, del mal gusto. En historia es riguroso y les exige a los políticos que se destacan las virtudes de las que carece la mayoría de los mortales. Por lo mismo, proclamaba su desbordada admiración por el Libertador Simón Bolívar y lamentaba que en el turbio incidente de Cúcuta, éste no fusilase a Santander como estuvo a punto de hacerlo.