DH y democracia, exigencia inapelable
Afán económico vs. el fondo político
La advertencia del Secretario de Estado norteamericano John Kerry el viernes pasado en La Habana, tras la histórica reapertura de su embajada en la capital cubana, no necesita mayor explicación: “No nos vamos a sentar aquí y hablar de normalización (de las relaciones bilaterales) sin avances” en derechos humanos. Por lo mismo el alto funcionario de la Casa Blanca fue muy cauteloso en torno de que el levantamiento del embargo económico a la isla, que debe definir el Congreso estadounidense, tras la petición que en ese sentido hiciera semanas atrás el presidente Obama, no tendrá ninguna posibilidad mientras que el régimen castrista no dé señales claras de avance en materia de respeto a los derechos humanos y apertura democrática.
Es evidente, por tanto, que el horizonte de las tratativas entre La Habana y Washington es muy amplio y todavía hay de por medio grandes bemoles en los que es sabido ambas partes tienen profundas diferencias. Por ejemplo, está claro que mientras el régimen de los Castro insiste en la devolución del área de Guantánamo el propio Kerry dijo en La Habana que el estatus de la base militar no hacía parte de la agenda de negociaciones. También está pendiente el viejo, desgastado pero aún presente pulso por las compensaciones económicas que se cobran mutuamente ambos gobiernos por, de un lado, las expropiaciones de empresas y bienes estadounidenses cinco décadas atrás, y de otra parte, las exigencias de La Habana por lo que califican como millonario daño generado por el embargo.
Sin embargo, estos últimos temas, sin dejar de ser importantes, terminan siéndolo menos ante la pugna en cuanto a las exigencias sobre derechos humanos y garantías democráticas que debe cumplir el gobierno cubano, y que están en cabeza no solo de Washington sino de muchos otros países e instancias internacionales, que así como condenan el embargo a la isla no exculpan en modo alguno las restricciones a las libertades políticas, ideológicas, sociales y económicas que el régimen castrista ha impuesto por décadas. De las declaraciones de Kerry, y las del canciller cubano podría deducirse que un acuerdo sobre este aspecto no solo es muy difícil sino incluso podría dar al traste con el proceso de normalización de las relaciones bilaterales que comenzó el año pasado y que ya, a estas alturas, tiene avances tan importantes como la reapertura de las respectivas embajadas, y otro tipo de flexibilización por parte de las autoridades norteamericanas para el envío de divisas, viajes de turismo y negocios desde y hacia La Habana.
Es innegable que el aspecto comercial y económico parece ser el que más rápido progresa en relación con el nuevo estatus cubano no solo por parte de empresarios y ciudadanos estadounidenses, sino de otros países, especialmente europeos, que se han apresurado a reforzar sus relaciones políticas y comerciales con la nación caribeña, que al decir de los inversionistas podría convertirse en corto tiempo en una receptora importante de capitales extranjeros. No obstante debe advertirse que mientras el fondo político en las negociaciones entre los gobiernos Castro y Obama no supere los cuellos de botella ya anotados, todo avance económico y comercial termina teniendo un alto grado de incertidumbre, pues la conocida renuencia de La Habana a ceder en materia de derechos humanos y apertura democrática se convierte en una especie de “espada de Damocles” que amenaza con caer en cualquier momento y romper las negociaciones.
A lo anterior debe sumarse que la Casa Blanca, no solo tiene en contra un Congreso dominado por los republicanos que condicionan cualquier flexibilización del embargo a que en Cuba las garantías democráticas se apliquen de manera efectiva, sino que todo este tramo de la negociación entre ambas naciones se da paralelo a la campaña presidencial norteamericana, en donde este tema sin duda marca un elemento diferencial entre el alud de candidatos y precandidatos ya en liza. Aunque el llamado “exilio cubano” ya no tiene la influencia ni fuerza política de antaño en Estados Unidos, sí conserva una fuerza electoral nada desestimable, por lo que es seguro que más de un candidato o precandidato buscará hacer eco a sus tesis anticastristas para ganar su apoyo.
Como se ve, más allá del simbolismo que marcó la reapertura de la embajada de EE.UU. en La Habana, y las fotos protocolarias y el ambiente festivo que imperó durante los actos, la normalización plena de las relaciones bilaterales todavía tiene mucho camino por recorrer. Siendo tan cerradas las tratativas, es claro que no hay margen de acción mayor para la intervención de mediadores o facilitadores internacionales, por lo que todo avance está supeditado única y excluyentemente a lo que las partes puedan y estén dispuestas a ceder. Y en ello, como se dijo, ninguna parece dispuesta a sacrificar sus inamovibles.