- No lanzar las campanas al vuelo…
- Hay que ajustar en lo macro y micro
Que la economía colombiana haya crecido el año pasado a un ritmo del 3,3 por ciento es, a todas luces, positivo, más aún porque desde 2014 no se lograba un indicador así. Y no solo porque dicho porcentaje está muy por encima del promedio de América Latina y el Caribe, que no llegó ni al 1 por ciento. Tampoco porque ese desempeño productivo se haya logrado en un lapso en el que la incertidumbre fue la nota predominante en la economía a nivel mundial, sobre todo por las consecuencias de la ‘guerra comercial’ entre Estados Unidos y China, que solo comenzó a dejarse atrás hace unas pocas semanas. En realidad el hecho más relevante, sin que los anteriores sean desestimables en modo alguno, es que Colombia se confirmó como un país con una alta dosis de estabilidad y resiliencia frente a los fenómenos externos e internos.
Esto último porque no hay que olvidar la alarma fiscal que se generó cuando la Corte Constitucional tumbó la Ley de Financiamiento, en octubre pasado (aunque dejó vigentes sus efectos tributarios hasta diciembre) y hubo de procederse a tramitar de urgencia una nueva iniciativa en el Parlamento. Es claro que sin los incentivos y alivios impositivos a las empresas que una y otra norma contienen, la dinámica productiva hubiera sido mucho menor. El récord en inversión extranjera directa, alcanzar la meta de recaudo de impuestos, el control inflacionario, el margen de potabilidad en el frente cambiario, una balanza comercial sin síntomas de alerta, déficits fiscal y de cuenta corriente medianamente en cintura así como el repunte en el comercio y el consumo de los hogares… Fueron todos ellos elementos que explican el buen desempeño del PIB el año pasado.
Sin embargo, no es momento para lanzar las campanas al vuelo. Por el contrario, si se revisan los datos del informe del DANE el viernes pasado se encuentra que así como hubo un comportamiento superlativo de algunos sectores, como el comercio, turismo, la administración pública y defensa, en otros el ritmo está muy lejos del promedio. Industria, construcción y agricultura siguen lastrando el PIB, por más que al analizar cada uno de esos rubros se encuentren algunos puntos positivos o, al menos, un efecto de rebote que se espera mantener en este 2020.
De igual manera, debe tenerse en cuenta que si bien la economía creció un 3,4% en el último trimestre de 2019, en el tercero -con el reajuste que se le hizo al dato inicial- se alcanzó un 3,5%. Esto significa, entonces, que se retrocedió levemente entre uno y otro lapsos.
Un ejemplo de la necesidad de tomar ese 3,3% de crecimiento con optimismo pero con cabeza fría lo dio el propio Ministro de Hacienda, quien dijo que el resultado refleja que la economía se recuperó en 2019 pero no a los niveles deseados. En otras palabras, que se avanza por buen camino aunque no al ritmo esperado. No hay que olvidar que se tenía la expectativa de un desempeño más alto, pero fue evidente que las circunstancias externas terminaron jugando en contra. Aun así, como bien lo dijera un dirigente gremial, lo que quedó comprobado es que Colombia es el país “más estable de la cuadra”, con un manejo ortodoxo de sus indicadores macro y micro, y ello tiene un peso específico que, pese a algunas alertas puntuales, es reconocido y relievado por las firmas calificadoras de riesgo y los entes multilaterales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Cepal o la misma OCDE.
¿Cómo mantener el ritmo de crecimiento lento pero sostenido y acercarse a que en diciembre se esté por encima del 3,7 por ciento o, al decir de los más optimistas, cerca del 4 por ciento de crecimiento del PIB? Varios de los voceros de sectores productivos consideran que hay aspectos clave que trabajar en el aquí y ahora. Por ejemplo, está claro que se requiere de mayor audacia en el plan de choque contra el desempleo. También debe aclararse, de una vez por todas, si Colombia se le medirá o no al fracking, ya que el panorama petrolero apunta a ser muy inestable este año. No menos importante es que se determine qué reformas en el flanco económico se abocarán y cuáles se dejarán para años venideros. Acelerar la implementación de la Ley de Crecimiento es vital así como darle un empujón más definitivo a las inversiones en infraestructura de alto espectro. Igualmente es urgente determinar instrumentos adicionales para reactivar con mayor rapidez la actividad inmobiliaria, el agro y la industria manufacturera.
Para avanzar en muchos de esos tópicos se requiere que desde el Gobierno se asegure un clima de estabilidad jurídica así como una respuesta proactiva y eficaz a la protesta social, evitando que esta se desborde y afecte los indicadores productivos. El remezón actual en el gabinete, de igual manera, debe llevar a propiciar un escenario de gobernabilidad más estable, necesario a cual más para las reformas en ciernes y la consolidación de un clima de negocios que continúe atrayendo inversión extranjera.
Como se ve, entonces, el dato de crecimiento del PIB en 2019 es positivo y confirma que se camina en la dirección correcta, sobre todo en medio de un entorno global incierto. Pero no es momento de cantar victoria porque son muchos los retos y desafíos por superar en el corto, mediano y largo plazos.