- No hay que esperar hasta el 2022
- Empleo, empleo y más empleo…
En un mundo signado por la polarización política a consecuencia del uso enfermizo y ruidoso de las redes sociales, entre otros, lo que llama a la sensatez es la búsqueda de consensos en procura de resolver los problemas colectivos. La verdad revelada en estas materias, como si fuera un credo intocable, no es la ruta intelectual que dé curso a las sinergias necesarias para abocar las soluciones integrales que requieren los colombianos. Desde luego, la democracia se compone de un desacuerdo inicial de conceptos sobre cómo enfocar las realidades circundantes, pero en medio de esa trayectoria tiene que darse un alto en el camino para encontrar puntos de convergencia y sobre esta base construir políticas vinculantes.
No creemos, en ese sentido, que se deba esperar hasta el 2022 para que el país pueda ponerse en la tarea inmediata de señalar una carta de navegación, con base en unas prioridades concertadas. Es decir, hay actuar aquí y ahora en vez de desperdiciar las energías en debates que no apunten a la resolución de los problemas causados por la pandemia del coronavirus, que sigue, de lejos, sin resolverse.
Pareciera, en cambio, que los sectores representativos de la política nacional, en sus diversas vertientes, se hallan más bien involucrados en una reyerta estéril por el poder y en situarse de la mejor manera en esa lucha divisiva que, si bien es legítima y parte del sistema democrático, no es el momento de anticipar. Semejante anomalía atenta, en primer lugar, contra el propio presidente Iván Duque, cuyo mandato pleno es de cuatro años y que hasta ahora va en mitad de período. Dar por clausurada implícitamente su labor en el Ejecutivo, pese a que los colombianos han venido rodeando su gestión, según consta en las encuestas, es limitar su margen de acción de modo contraproducente. Por el contrario, solo hasta este momento Duque ha logrado configurar una alianza de amplio alcance en el Congreso. Lo que le permite tener unas mayorías más que suficientes para sacar avante una agenda legislativa de gran envergadura. Hace falta el contenido.
Tal vez una de las consecuencias más gravosas de la política, en general, es perder el tiempo. En una nación como la colombiana una conducta en ese sentido es todavía un pecado de mayor impacto, puesto que los problemas suelen alargarse sin tomar las decisiones pertinentes. Es parte de nuestra historia. Esto hace, asimismo, que se pierda el foco y muchas veces el Estado se vaya por las ramas. Ante una situación como la creada por el coronavirus esto no puede volver a ocurrir. Ciertamente, el Gobierno actual logró conjurar, en principio, las deficiencias abrumadoras del sector salud y más temprano que tarde logró poner a tono las unidades de cuidados intensivos y ampliar el personal médico para enfrentar la pandemia. Esto es claro en ciudades como Bogotá, sin dejar de lado el resto que así lo requirieron. No obstante, hay que mantenerse alerta y cantar victoria en medio de la incertidumbre de un eventual rebrote sería tan catastrófico como dedicar las energías a batallas secundarias.
Al lado de la pandemia, como se sabe, corre de largo la crisis económica nacional y mundial suscitada a raíz de las cuarentenas, que nos retrotrajeron a la Edad Media y que se auspiciaron a partir del modelo comunista chino. Por fortuna, los tiempos modernos brindaron la oportunidad de tener salidas a partir del nuevo mundo digital que se ha venido abriendo camino y que sin duda llegó para quedarse. De hecho, hoy la Organización Mundial de la Salud (OMS) no es partidaria de volver a ese sistema drástico que al comienzo prohijó.
En todo caso, el problema central radica en la pérdida acumulada de empleos, producto del encogimiento generalizado de la economía, dando al traste con la forma en que el progreso había llevado a unas tasas de ocupación extraordinarias. En ese marco, Colombia se había convertido en uno de los “países milagro” de América Latina, en los lustros recientes. Hoy el reto superlativo está en volver a crear las plazas de trabajo perdidas o, al menos, una porción importante que permita elevar los índices laborales.
La gran política, pues, tiene que estar dedicada a ello, con el aporte de todos los sectores políticos nacionales. Quienes quieren sacar réditos políticos de protestas y marchas, mejor dicho, quienes buscan auspiciar el divisionismo y el encono, no entienden los anhelos de las mayorías silenciosas que ante todo requieren de respuestas que abran el camino de la esperanza. El presidente Duque tiene en sus manos, ciertamente, las llaves del futuro. No es posible esperar hasta el 2022. Es aquí y ahora. En lo que haga o deje de hacer está la clave.