Diplomacia y conflicto armado | El Nuevo Siglo
Miércoles, 30 de Julio de 2014

*El proceso de paz en peligro

*Recrudecen los atentados criminales

La  fina línea que  en un proceso de paz “extraordinario” o en circunstancias “normales” apela a la diplomacia, como parte de la política en la estrategia de acabar con el conflicto armado, en realidad linda con lo imaginario, por lo mismo no es fácil establecer sus límites. Puesto que así como Clausewitz sostiene que la guerra es la continuación de la política por otros medios, es evidente desde otra óptica que la política es el arte de la guerra por la vía de la inteligencia, la  retórica y la persuasión. Si bien el lenguaje político se alimenta del de la guerra y a la inversa, es normal que el político arengue a su cauda convocando a la orden de batalla contra el enemigo común, por la defensa de algún aspecto vital del momento, como lo haría un general frente a sus tropas. Lo mismo que apelar a las masas para mostrar su poder en las calles. La política implica  la guerra desarmada y  permanente por el poder, sea para adquirirlo, mantenerse o negociarlo. Sin esa tensión la política perece en la inactividad acomodaticia de lo burocrático, queda reducida a la carpintería, lo gerencial, lo que se conoce como el reparto de la partija burocrática.

En la dimensión de lo político se depende de múltiples factores que indican lo que están dispuestas a ceder las partes y la  facción que está por la dejación de las armas para alcanzar los fines políticos que el resto de colombianos alcanza por medios civilizados. El Estado es el representante de la  legitimidad  frente a sus enemigos viscerales, que mediante la lucha armada pretendían negarlo. Se intenta llegar a un acuerdo político con quienes están desgastados, deambulan por la inmensidad de la periferia del país y mantienen algunos cuadros urbanos ligados al terrorismo y los negocios ilícitos de los que se lucran, sin capacidad de poner en jaque al Gobierno, ni tomarse el poder por la fuerza. Sí de causar enorme daño a la población inerme y la economía. El intento subversivo de pretender mostrar que representan al grueso de la población es absurdo, su respaldo político es minúsculo. En las zonas de violencia donde han prevalecido por la fuerza las Farc, cuando el Ejército libera esas regiones, casi sin excepción la población al ir a elecciones libres se aparta de sus verdugos, vota por los partidos de la democracia. Eso es algo que debe asimilar la comunidad internacional, como los asesores extranjeros de paz. 

El rechazo de la opinión a los subversivos se ha manifestado en diversas ocasiones, en particular cuando se les ha dado a los jefes de las Farc la oportunidad de hablar por los medios de comunicación del sistema, donde han mostrado su vocabulario obsoleto y rígido del siglo XIX, de corte marxista y revanchista. Lo sorprendente de esa organización subversiva es su capacidad de sobrevivir, incluso cuando se le acabó el discurso mesiánico, puesto que el comunismo colapsó con el fin de la guerra fría y el estruendoso fracaso de países  como Cuba que predicaban la revolución para salir del atraso. En medio de la negociación desempolvar la jerga marxista-leninista revela debilidad y falta de imaginación, puesto que basta  comprobar que esas ideas utópicas pueden conducir hasta a un país tan rico  como Venezuela a la ruina. Apelar a la guerra de tierra arrasada, que es la que más afecta a la población civil, con la finalidad de destruir  los centros productivos de la zona, extorsionar y poner al Gobierno en aprietos, es una gran equivocación. Los atentados demenciales de las Farc, no van a doblegar la mano oficial y de seguir las prácticas terroristas, volando oleoductos, destruyendo la infraestructura y asesinando  a la población más vulnerable, como sostiene el presidente Juan Manuel Santos “el proceso se puede acabar”.

Las Farc  concentran sus atentados contra la economía nacional y el pueblo, a sabiendas de que los costos de sus ataques son invaluables, afectan no solamente la infraestructura local sino las finanzas nacionales. La sociedad colombiana está dispuesta a respaldar un proceso de paz con justicia, verdad y reparación, es impensable una capitulación suicida por temor al terrorismo.