* En Venezuela está en juego democracia continental
* No a posturas de complicidad pasiva con el régimen
El peor error que están cometiendo gobiernos como los de Colombia, Brasil y México, todos de izquierda, es considerar que a un régimen dictatorial como el de Nicolás Maduro se le puede dar algún tipo de credibilidad o ponerlo al mismo nivel de una oposición política que lleva años luchando, siempre con mecanismos democráticos y pacíficos, para sacar a la satrapía chavista del poder y recuperar un país que está hoy sumido en una crisis política, económica, social e institucional sin precedentes. Un Estado fallido.
Plantear, como lo han hecho los mandatarios Gustavo Petro o Andrés Manuel López Obrador, que corresponde exclusivamente a los venezolanos desenredar la grave crisis derivada del cuestionado y a todas luces fraudulento triunfo de Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del domingo pasado, termina siendo una postura de complicidad pasiva con el gobierno autoritario que, a no dudarlo, cada día que pase sin reconocer que el verdadero ganador de los comicios fue el candidato opositor Edmundo González, es un tiempo que gana para aferrarse más al poder y reprimir a todos los partidos, ciudadanos y sectores internos que claman porque prime el dictamen democrático expresado en las urnas.
¿Acaso ignoran los presidentes Petro, López Obrador y Lula da Silva que en cuestión de cinco días las fuerzas oficiales reprimieron violentamente las manifestaciones democráticas, hubo más de una decena de muertos, muchos más desaparecidos y fueron detenidos más de mil manifestantes opositores, a quienes piensan recluir en dos cárceles de máxima seguridad, sin mayor fórmula de juicio y debido proceso? ¿Desconocen que a la líder opositora María Corina Machado no solo la Fiscalía –cooptada por el régimen– le abrió causa criminal, sino que tuvo que pasar el jueves a la clandestinidad porque teme por su vida o ser capturada, como ya ocurrió esta semana con el líder Freddy Superlano y estuvo a punto de pasar con otros voceros refugiados en la embajada de Argentina en Caracas, que resultó sitiada por fuerzas de seguridad chavistas? ¿No entienden tampoco que considerar imparcial o reconocerle el más mínimo grado de credibilidad institucional al Consejo Nacional Electoral o al Tribunal Supremo de Justicia venezolanos es contrario al sentido común en un país regido por un mandato dictatorial en el último cuarto de siglo? ¿Cómo pueden creer dichos mandatarios que una declaración tripartita a todas luces débil y falta de contundencia ante la realidad innegable de una trampa electoral a gran escala puede tener más trascendencia y peso político específico que la certera decisión de países como Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Ecuador, Costa Rica y Perú, que ya reconocieron como ganador a González? ¿Piensan esos tres jefes de Estado que resulta mínimamente procedente exigir que la comunidad internacional no presione ni abogue por la democracia en Venezuela, sobre todo tras la advertencia de Maduro en torno a que si no ganaba habría un “baño de sangre” que, visto lo ocurrido en estos seis días, parece estar dispuesto a cumplir sin importar cuántos inocentes mueran?
No hay que llamarse a engaños: dictadura es dictadura. El régimen chavista está acudiendo al mismo ‘manual’ que han aplicado sus similares de Cuba y Nicaragua para tratar de camuflar en comicios tramposos, antidemocráticos y faltos de cualquier garantía, lo que son en realidad: gobiernos autoritarios, con todos los poderes públicos cooptados y en los que las voces inconformes son condenadas a la represión violenta, la cárcel, el exilio o, incluso, la desaparición o la muerte. Todas manejan una narrativa llena de discursos populistas, lenguaje incendiario, caudillismo barato, asalto al presupuesto público y, sobre todo, descalificación sistemática a todo aquel que exija justicia, democracia, respeto a los derechos humanos y prevalencia de la separación de poderes y la institucionalidad estatal. Si se hace una revisión de todas las maniobras en la última semana de Maduro y compañía, se pueden identificar fácilmente cada una de esas circunstancias. Como se dijo, es una especie de ‘manual autoritario’.
Así las cosas, resulta evidente que la mediación diplomática en modo alguno puede traslucirse en debilidad y, menos aún, en cohonestar con el fraude. Ya el gobierno Biden cometió el error de subestimar a la dictadura venezolana, cediéndole la flexibilización de las sanciones económicas y la excarcelación y envío a Caracas de Alex Saab, pero el régimen de Miraflores no solo desconoció olímpicamente el Acuerdo de Barbados, sino que sacó de la carrera presidencial a Machado, siguió persiguiendo a la oposición y ahora, basado en una estratagema de escrutinios burda e inverosímil, quiere falsear el triunfo de González.
Como ya se indicó, no se puede caer en la ingenuidad de lanzarle salvavidas o darle oxígeno al régimen chavista. Por el contrario, la exigencia global debe ser una sola, inamovible y no negociable: que acepte la derrota y permita una transición a la democracia pacífica e institucional. De lo contrario, la satrapía seguirá enquistada en el poder, con Venezuela hundida en crisis múltiples, un aumento a corto plazo de la diáspora y con una única esperanza: que Maduro finalmente termine en el banquillo de los acusados de la Corte Penal Internacional para que él y su cúpula política y militar paguen por los delitos de lesa humanidad en que han incurrido en estos últimos once años.