Democracia y libertad | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Mayo de 2013

*Del anacronismo a la actualidad

*Política internacional y solidaridad

 

Uno  de los temas recurrentes de la humanidad y en particular  de los países de Hispanoamérica es el del desarrollo de la democracia y la libertad. Los partidos de orden han sido defensores de la democracia y la libertad, desde los inicios de nuestras repúblicas en el siglo XIX. Pese a las dictaduras y satrapías que surgieron en esa misma época como consecuencia de la debilidad del Estado, del desequilibrio de poderes y los excesos de los caudillos de turno. Puede reducirse en cierta forma la política a la lucha visceral entre estas dos tendencias y, en medio de esos desencuentros, a los antagonismos que surgieron por cuenta de los asuntos religiosos, que en varios de nuestros países degeneran en ominosas guerras civiles. Guerras que sorprenden a los  expertos extranjeros que las analizan, dado que después de años de combatirse unos y otros, de dejar tendidos en la arena a miles de seres, en batallas que deciden la victoria a favor de uno u otro de los contendientes, posteriormente en el gobierno poco se distinguen del contendor de la víspera que antes estaba en el poder. Lo que demuestra la falta de cultura y de compromiso político de los caudillos bárbaros que asolaron nuestra tierra en tiempos aciagos. Los cuales no se diferenciaban por nada distinto a repartirse el botín estatal.

En resumen, la mayoría de las guerras civiles hispanoamericanas carecen con muy pocas excepciones de una verdadera explicación ideológica. Incluso, en algunos casos, no siempre los enemigos declarados de la Iglesia Católica, lo eran por motivos religiosos, pues muchos de ellos eran creyentes y practicantes, sino por motivaciones electorales, en cuanto sostenían que desde el pulpito la Iglesia ayudaba a los conservadores y eso los debilitaba en cuanto a conseguir el apoyo de las masas. Los caudillos bárbaros, indistintamente,  a su acomodo, usaban los credos políticos de otras latitudes para movilizar  en un momento dado a sus seguidores. Esa es una de las posibles explicaciones de caudillos como el general Tomás Cipriano de Mosquera que perteneció con la misma pasión a dos partidos antagónicos  históricos y a un tercero propio, así como combatió militarmente por ambas causas con el ardor que ponía en todas sus empresas. Según lo reconoce Rafael Núñez, ese sería el antecedente del nacionalismo que él refunda con Carlos Holguín y Miguel Antonio Caro, de clarísima inspiración en el democesarismo de Simón Bolívar; doctrina que está a la vista de los lectores que con cierta capacidad de reflexión leen los textos de Bolívar a partir del famoso Manifiesto de Cartagena.

Los caudillos barbaros tienen un punto de contacto con los políticos de nuestra región, que consiste en que se nutren intelectualmente de ideologías foráneas, no estudian ni analizan el país propio, ni su circunstancia, rara vez están en contacto con las fuerzas telúricas. Son tan inactuales los que importaban en el siglo XIX el anticlericalismo en un país consagrado al Corazón de Jesús, como los radicales que decían profesar el socialismo utópico, en un país en donde carecíamos de desarrollo industrial y por tanto de proletariado urbano. Algo similar pasa con los que se declaran “marxistas” y revolucionarios en el siglo XX o XXI. Los que no aprenden del fracaso de la revolución cubana, que se propuso desarrollar ese país y en el gobierno del comandante Fidel Castro lo redujo casi a la mendicidad.

Por ese fatal anacronismo de nuestra región ha sido posible que con el entusiasmo, la voluntad, los dólares y el petróleo  que sumaba el comandante Chávez, en sus empresas, prospere a contrapelo de la historia el socialismo del siglo XXI, combinado con el populismo pedestre que por lo general degenera en la quiebra o burla de la democracia. Y cuando las instituciones de la democracia se resquebrajan, la corrupción y la arbitrariedad prosperan. No es de extrañar que varios de los gobiernos populistas de la región se distingan por el saqueo del Tesoro Público, la persecución a la oposición, como a los medios de comunicación. Lo que deriva  en el viejo dilema de resignarse o salir a defender la democracia y la libertad, uno de los desafíos de los partidos políticos en el siglo XIX y XX, que se creía superado. La visita relámpago de la Juana de Arco desarmada, golpeada brutalmente en la sesión de la Asamblea  de Venezuela, al Congreso de Colombia, tuvo la virtud de despertar a la opinión púbica adormecida para que reaccione y defienda su modelo de vida cuando aún es posible, como de mostrar solidaridad con las fuerzas democráticas en apuros o perseguidas en Hispanoamérica. En la convicción de practicar el debido respeto por la política interior de cada país y sus asuntos soberanos, en tanto se mantenga la legitimidad.