*Y ahora dizque voto obligatorio
*Lo que se necesita es mayor cultura y educación
Repentinamente en la reforma política aprobada en primer debate, donde parece haber de todo, saltó el voto obligatorio como una idea luminosa. La misma idea que ha venido trasegando el país desde hace décadas y que vuelve a entrar en el escenario como si fuera la panacea y remedio de los males democráticos.
Pero el voto obligatorio tiene tanto de largo como de ancho, mucho más en las actuales circunstancias nacionales. Véase no más que de inmediato se cambiarían los umbrales, la financiación y el mismísimo tiempo en las mesas de votación.
En cuanto a los umbrales, con el censo electoral completo sería de alrededor de 800 mil votos, de manera que una parte de los partidos políticos en Colombia no podría acceder a curules en el Senado. Resultaría ingenuo pensar, por ejemplo, que partidos minoritarios pudieran pescar en el nuevo electorado frente a los recursos estatales proporcionalmente más altos para los grandes partidos. Del mismo modo, la cifra repartidora se volvería tremendamente abultada. En tal sentido, por igual, un solo senador entraría a representar unos 300 mil habitantes. Esto comportaría, siendo cien los senadores, una corporación de fuerza inusitada, donde lo lógico dejaría de ser la circunscripción nacional a cambio de circunscripciones territoriales más acotadas y acordes con una representatividad homogénea y menos dispersa.
De otra parte, el gasto democrático de las múltiples elecciones, tanto en las estructuras electorales del Estado como en la financiación de los partidos y los miles de candidatos, sería todo un reto fiscal en medio, precisamente, de la desfinanciación presupuestal en varios frentes sectoriales de suma urgencia, como la infraestructura y la educación. El voto obligatorio implicaría, por tanto, añadirle más profundidad al hueco fiscal. Al menos un mínimo estudio de prefactibilidad en la materia tendría que añadirse si la propuesta tiene algún tipo de seriedad.
Igualmente se tendrían que modificar los mecanismos y los horarios de votación para recibir el doble de sufragios que actualmente se depositan. Inclusive, los escrutinios que suelen llevarse una parte importante de tiempo después de las elecciones, muchas veces entregando las credenciales apenas un día antes de la instalación de las corporaciones, tendrían de la misma manera que cambiarse para no causar una catástrofe nacional. Idénticas circunstancias podrían repetirse con tantas demandas de fraude y los “carruseles” de tarjetones serían pan de cada elección, salvo porque en realidad pudiera ponerse en curso el voto electrónico y biométrico, lo que, a su vez, exigiría altas dosis de pedagogía, no solo en quienes han votado, sino particularmente en quienes nunca lo han hecho. A ello tendría que añadirse el coste del transporte, especialmente en veredas y lugares distantes, que es justamente en donde se produce la mayor abstención.
Pero más allá de ello tal vez lo más contradictorio a la misma democracia es obligar a participar en ella con férula autoritaria y las sanciones correspondientes. Indudablemente la participación es derecho y deber ciudadano. No obstante, convertirla en una especie de carga impositiva resulta divergente de los cánones de libertad que animan al sistema democrático. La libertad de abstenerse hace, sin duda, parte del libre juego de la democracia. De hecho, en muchos países con voto obligatorio, el registro final en las urnas está lejos del cien por ciento y muchas veces por debajo de los mismos índices colombianos.
La democracia colombiana, aun con sus defectos, no solo es una de las más antiguas del mundo, con muy pocas suspensiones, sino que puede ser ejemplo para algunos países. De modo reciente, precisamente, los resultados electorales de la campaña presidencial, casi inmediatamente, le dieron la vuelta al mundo por la eficacia y eficiencia de la Registraduría Nacional.
Para el caso del referendo por la paz, que todavía se avizora bastante lejano, incluir el voto obligatorio podría ser un elemento perturbador. El hecho de obligar a votarlo podría suscitar reacciones negativas, incluso de la gente que no quiere o no pretende informarse para participar en la materia.
La conciencia política solo puede lograrse a partir de la educación y la cultura. Cada día son más, por el contrario, los hechos que por la corrupción, el ditirambo, el personalismo o la falta de enfoque sobre los verdaderos problemas nacionales, apartan a la ciudadanía de las urnas. De lo que se trata es de suplir esas falencias para que se incremente el número de electores. Al contrario, no es más sino revisar las encuestas para que se vea cómo el Congreso o los partidos políticos se mantienen en el sótano de la favorabilidad. Y ello, ciertamente, no se va a remediar imponiendo el voto obligatorio, porque la calentura no está en las sábanas. En efecto, una cosa es la democracia y otra el democraterismo.