De nuevo la “puerta sublime” | El Nuevo Siglo
Miércoles, 18 de Noviembre de 2020
  • Renacimiento del imperialismo turco
  • Las movidas geopolíticas de Erdogan

 

Lo que estamos presenciando con el renacimiento del nacionalismo islámico en Turquía no es exagerado denominarlo el surgimiento de un nuevo imperialismo. Y es, acaso, uno de los acontecimientos geopolíticos más importantes de los últimos tiempos.

Turquía -bajo el liderazgo de Erdogan- se está afianzando como la fuerza islamista más agresiva y potente del mundo actual. Más aún: el presidente turco ha hecho de la reafirmación de su mensaje islámico el más señalado hecho de la política internacional de los últimos tiempos. “Un musulmán es un turco y un turco es musulmán”, dijo perentoriamente ese mandatario quien, como se recordará, reabrió como mezquita dedicada a los oficios musulmanes la iglesia de Santa Sofía en Estambul que, desde los tiempos del padre de la Turquía moderna, Ataturk, estaba desafectada a todo culto religioso.

La presencia arrolladora de Turquía se está imponiendo también en el Mediterráneo oriental donde se han descubierto ricos yacimientos de hidrocarburos, especialmente de gas natural. Ese país los reclama de manera contundente, chocando gravemente con Grecia, con la cual ha estado a punto de irse a las vías de hecho. Turquía desconoce el concepto de zonas de explotación marítima, reconocidas por el moderno Derecho del Mar, alegando que la nación no fue signataria de los acuerdos internacionales que rigen esa figura. También recalca que esas aguas e islas le pertenecen desde los tiempos del Imperio Otomano y, por tanto, rechaza las pretensiones de Grecia y Chipre en sus reivindicaciones sobre la soberanía gasífera del área, al igual que sobre el mar territorial de varias de las islas griegas que le habían sido adjudicadas al país helénico con posterioridad al derrumbe del Imperio Otomano, al terminar la Primera Guerra Mundial. Dichas aguas están siendo patrulladas y reclamadas como propias por Ankara en los últimos tiempos.

Turquía ha chocado también -y de manera grave- con Francia. Rechazó agriamente las manifestaciones del presidente galo Emmanuel Macron contra el islamismo radical. Y ha llegado al extremo de calificar a ese Jefe de Estado como carente de equilibrio mental. Con declaraciones como ésta se ha posicionado en pocos meses como el adalid político de las fuerzas maximalistas islámicas. Además, porque no solamente rechaza airadamente las caricaturas del profeta que se han hecho en Francia, sino que con agresividad inusitada condena a todo aquel que, como el titular del Palacio del Elíseo, señala al radicalismo islámico como el germen de muchos focos de terrorismo que florecen en Europa.

Recientemente también han chocado Francia y Turquía por el conflicto territorial que enfrentó semanas atrás a Azerbaiyán y Armenia. Turquía, coaligada con Rusia, apoyó las pretensiones de la primera. Y París, junto con otros países de la Unión Europea, a la segunda. El conflicto militar parece haberse zanjado en favor de las pretensiones de Azerbaiyán, pero las heridas políticas y el resentimiento entre el bloque multinacional del viejo continente y Ankara están abiertos.

Asimismo, Turquía también ha hecho presencia en Libia donde se contradicen Francia y la Unión Europea sobre la legitimidad de los contendientes al gobierno local, en medio de una guerra civil que inició hace varios años pero que, en el fondo, tiene como justificación profunda la lucha geopolítica por el petróleo de esa nación.

Estos intentos de agresivos nacionalismos turcos son tan solo uno de los muchos conflictos regionales de inmensa importancia geopolítica que le esperan a la nueva administración norteamericana del presidente electo Joe Biden. La puja de Turquía sobre el mar territorial de Grecia y también en Libia, y su aguerrida coalición con Putin son, al fin y al cabo, conflictos cercanos a las rutas estratégicas del petróleo por donde se abastecen países occidentales.

Turquía tiene gran poderío militar, tal vez el más fuerte de Oriente Medio y una población que le asegura un mercado dinámico a su economía, aunque últimamente viene padeciendo una profunda crisis monetaria. Y ahora las pretensiones del presidente Erdogan para constituirse en árbitro de la región, en controlador de los recursos energéticos descubiertos en el mar Egeo y, sobre todo, con sus inmensas ambiciones de ser líder incontrastable del mundo musulmán, hacen de la Turquía actual, como en los tiempos otomanos, el centro donde está renaciendo la “sublime puerta”. Como en las épocas de “Solimán, el magnífico”.