*Reinstalar Consejo Nacional sectorial
*Pasos en un proceso que madura
La decisión del Gobierno de volver a convocar el Consejo Nacional de Paz es saludable desde varios puntos de vista. En primer lugar, es claro que logrados ya en la Mesa de Negociación de La Habana dos acuerdos parciales en los temas del agro y la participación política, y avanzada ya la discusión en asuntos de fondo sobre el punto relacionado con la lucha contra el narcotráfico, es positivo que sectores políticos, sociales, económicos, gremiales y de todo el país en general se vayan acercando de manera ordenada y objetiva al proceso de paz. Como lo dijo el propio presidente Juan Manuel Santos al hacer el anuncio esta semana, el proceso ya tiene la suficiente madurez para dar este paso hacia una mayor apertura que lleve no sólo a impulsar las negociaciones sino a crear una cultura de la paz que blinde todos los mecanismos a que habrá que acudir para hacer realidad el fin definitivo del conflicto.
No se trata, en modo alguno, de romper las reglas del juego que se pactaron al comienzo de la negociación, en torno de que debería dejarse a las delegaciones de ambas partes avanzar las tratativas en medio de un ambiente de discreción y cautela. Ese modelo ha funcionado y debe mantenerse. Igual continúa inamovible la premisa base de que “nada está acordado hasta que todo esté acordado”, lo que les permite a todos los colombianos tener la seguridad de que el Estado sólo suscribirá un pacto final que sea integral en todos sus alcances y ámbitos, sin traspasar en un milímetro las líneas rojas que el mismo Gobierno ha señalado reiteradamente.
En segundo lugar, el Consejo debe servir de motor para que la meta de hacer del proceso de paz un propósito nacional se apuntale en todos los rincones del país. No para crear unanimismos etéreos ni forzados consensos, sino para todo lo contrario: generar debates constructivos sobre propuestas e ideas que ayuden a enriquecer la negociación, que den más perspectivas a los delegaciones de lado y lado sobre lo que está pensando el país y, sobre todo, que permita que los acuerdos a que se pueda llegar eventualmente aterricen sobre realidades nacionales tangibles y no en escenarios hipotéticos y ajenos al día a día de una nación que lleva más de cinco décadas sufriendo una guerra en la que los ilegales han sembrado muerte y dolor a lo largo de varias generaciones. Este punto es clave pues está decidido que cualquier acuerdo de paz debe tener un mecanismo de refrendación popular y en ese marco el referendo y el plebiscito aparecen como las herramientas más idóneas para que los colombianos, con su voto directo, expresen en qué están o no de acuerdo. Para que este proceso democrático responda a posturas racionales y objetivas, y no a meros impulsos emocionales, es necesario que haya una pedagogía por la paz y la reconciliación.
Suele decirse que Colombia necesita una “cultura de la paz” y es cierto. Es imperativo que, primero, todos entiendan que la paz va más allá del mero silencio de los fusiles y que implica ajustes profundos en muchos ámbitos, en donde todos, de una forma u otra, tendrán que poner su granito de arena. Por ejemplo, mucho se habla en nuestro país de la “justicia transicional” pero a la hora de la verdad un gran sector de la población desconoce sus implicaciones. Es allí en donde la labor del Consejo tiene que concentrarse.
En ese orden de ideas, es claro que el Consejo debe tener un carácter incluyente, que permita la vocería amplia y equilibrada de los sectores nacionales, regionales y locales. Para que cumpla su objetivo, hay que señalar algunos derroteros de entrada. Por ejemplo, quienes tengan asiento allí deben ser ajenos a afanes protagónicos, pues se trata de un ejercicio de construcción colectiva de la cultura de la paz, no como un propósito gubernamental o incluso estatal, sino como objetivo nacional. Tampoco puede volverse esta instancia en un tinglado más del clima de polarización política o partidista. Es más, exige que la llamada “sociedad civil” se organice y estructure, evitando caer en la torre de babel en que naufragó en el pasado.
Creemos que el proceso sí está maduro para avanzar en esta dirección, siempre y cuando se cumpla con los requerimientos señalados. El Consejo debe ser una pieza más en un engranaje, ya de por sí complejo, que busca un acuerdo de paz que lleve a una paz real y duradera.