- No caer en ramplonería e irrespeto
- Legislatura marcada por alta política
El Congreso es, por excelencia, la corporación colegiada más alta de la democracia representativa. Y como tal no sólo debe ser el escenario natural para que se expresen todas las vocerías políticas nacionales, regionales y locales, sino que tiene la alta misión de ser el hacedor de las leyes y reformas constitucionales que requiere el país para alcanzar sus metas. Colombia, al ser la democracia más estable del continente, ha tenido siempre en el Parlamento una de las entidades más determinantes del día a día institucional. A diferencia de otras naciones del continente, en donde han primado regímenes dictatoriales y populistas de viejo y nuevo cuño, el Senado y la Cámara de Representantes en nuestro país no han llegado a ser desconocidos, cerrados o reemplazados por terceras instancias, tan extraordinarias como ajenas al espíritu constitucional.
Si bien es cierto que el Legislativo ha sido por décadas una de las entidades más desprestigiadas, no solo por vicios acendrados como la politiquería y el clientelismo, sino por graves escándalos de corrupción que han llevado a decenas de parlamentarios tras las rejas, lo cierto es que, como institución, está obligado a mantener y representar la legitimidad de uno de los tres poderes públicos. Y fue, precisamente, esa premisa la que pareció extraviar el miércoles pasado, cuando la jornada se vio afectada por dos hechos tan bochornosos como intolerables. De un lado, en la plenaria del Senado algún desadaptado decidió lanzar, desde el espacio en donde suelen ubicarse las barras, una bolsa con ratones vivos a la bancada del Centro Democrático. Y, de otro, en la plenaria de la Cámara la discusión por un artículo del proyecto que reforma la ley que sirve de marco instrumental a los procesos de paz, degeneró en una silbatina a todas luces irrespetuosa contra la Ministra del Interior.
Ambos episodios, que desdicen de la majestad del hemiciclo y la altura que se le exige a quien ostenta una investidura parlamentaria, contrastan con la imagen que había dejado este mismo Congreso en algunos debates de este segundo semestre, como aquella memorable sesión en la que todas las bancadas, incluyendo la uribista así como la del partido político en que convirtieron las desmovilizadas Farc, hicieron un profundo y descarnado análisis de la política de paz y de confrontación militar en Colombia. Pese a la contradicción de ideologías y posturas, ver a fuerzas políticas antagónicas ‘cantarse la tabla’ de forma enfática pero respetuosa, fue interpretado por no pocos sectores como una evidencia de madurez política en un país profundamente polarizado. O qué decir de los debates de control político que centraron la atención de todos los colombianos, como el desarrollado contra el Ministro de Hacienda por el caso de los “bonos agua” o aquel en donde el Fiscal General de la Nación replicó de forma contundente los señalamientos de sus críticos por hechos relacionados con el caso Odebrecht.
Fue también este Congreso el que estrenó el Estatuto de Oposición, el que ha sido escenario de los experimentos pedagógicos del senador y profesor Antanas Mockus, el que ha presenciado escenas antes imposibles como los saludos y actos simbólicos entre el expresidente Álvaro Uribe y congresistas del partido Farc, así todos los días crucen duras argumentaciones en comisiones y plenarias. También fueron miembros y voceros de bancada de este Parlamento los que a finales de agosto acudieron a la Casa de Nariño para buscar un acuerdo político multipartidista que sacara avante el paquete de medidas anticorrupción que recibió un mandato popular inapelable en la votación de la consulta…
Nadie está pidiéndole al Congreso unanimismo, tampoco consensos forzados. Por el contrario, revitaliza la democracia ver a los partidos debatiendo y discutiendo enfática pero civilizadamente qué le conviene al país y qué no. Total la polarización sigue vigente y es claro que faltando alrededor de once meses para los comicios regionales y locales las colectividades están haciendo movidas políticas y electorales cada vez más visibles. Pero no por ello el recinto parlamentario debe ser escenario de actos ramplones, irrespetuosos, acusaciones insultantes y otros descaches de forma y fondo que desdicen de la majestad institucional del Legislativo, avergüenzan a los propios senadores y Representantes, impactan negativamente a la opinión pública y, como si lo anterior fuera poco, ahondan el desprestigio congresional que está enquistado en el imaginario popular.
La autocrítica es la más sana de las tareas. El Parlamento está en mora de hacerla de forma seria y serena. No puede ser que el mismo Congreso que dio esos ejemplos de alta política ya referidos, borre con el codo y de la forma más vergonzante lo avanzado, como ocurrió el miércoles pasado.