Crucial visita papal a Turquía
El papa Francisco no deja de sorprender. Ahora, después de su aplaudido discurso en el Parlamento Europeo, en el que pidió recuperar el prestigio y los valores del viejo continente, deshaciéndose de las burocracias inútiles y condenando la persecución a los inmigrantes, ha llegado a la boca del lobo: Turquía.
Se trata de una nación que no solo es confluencia europea y asiática, sino musulmana, y portadora de una cultura atávica. En ese lugar, donde la humanidad ha gestado algunos de sus pasos, el Papa condenó al llamado “Estado Islámico” (EI), nueva expresión del terrorismo islamista, una vez eliminado Al Qaeda. Expresión, por lo demás, de lo nocivo que puede llegar a ser el internet, cuando allí se publica, a gusto, el asesinato de periodistas, en vivo y en directo, acuchillándolos por el cuello, luego de ser secuestrados.
“Es fundamental -dijo el Papa- que los ciudadanos judíos, cristianos y musulmanes… tengan los mismos derechos y respeten las mismas obligaciones”. Lo afirmó en momentos en que se produce el embate fanático de los fundamentalistas contra los cristianos en las vecinas Siria e Irak. Hay, desde luego, que volver por las leyes humanitarias más elementales, el valor de la vida y revertir el caos conceptual de lo que supone eliminarse unos a otros sobre las bases endebles de una fe llevada al sectarismo terrorista.
El presidente turco Recep Tayyip Erdogan contestó que el mundo está infestado de islamofobia. No es cierto. Lo que el mundo reclama, desde hace décadas, es la paz de los espíritus, de modo que cada quien pueda desarrollar sus convicciones y creencias dentro del marco de la civilización.
Para el político la condena que en Occidente se hace del islamismo militante lo que hace es agravar los problemas y echar leña a la hoguera de la hostilidad entre los pueblos. Entretanto, el Papa, con particular energía, condenó el exterminio sistemático de las gentes de diversa religión por cuenta de las milicias del EI, lo mismo que lamentó la mala suerte de millares de seres que son obligados a salir de sus hogares al exilio, por lo general para salvar la vida y apenas con la ropa puesta. Ello, sin dejar de reconocer que millares de exiliados han sido acogidos por el gobierno y el pueblo de Turquía.
En la ciudad de Ankara el Pontífice clamó por la civilidad y el respeto por el credo y la vida de los seres humanos y condenó con severidad “toda forma de fundamentalismo y terrorismo”. Al tiempo que desde el palacio presidencial execró “las violaciones de las más elementales leyes humanitarias respecto a prisioneros y grupos étnicos” en Siria e Irak.