*Necesidad de la convivencia
* Consecuencias del triunfo militar
La tensión natural que suscitan las elecciones presidenciales en un país signado por la violencia y la posibilidad de una paz inminente, contrasta con los resultados positivos en materia económica y social, que hoy mantiene el sosiego y la tranquilidad de los inversionistas y de los trabajadores que ven mejorar sus ingresos y alternativas de elevar los niveles de vida. Y contrasta, también, el momento político aún más en cuanto las masas con el inicio del Mundial de fútbol se sumergen en la pasión por el deporte, lo que deja como a contrapelo la disputa por el poder. Pese a lo cual debemos recordar que Colombia se juega en gran medida el futuro en las próximas elecciones, y no se trata de esas frases de cajón que se han inventado y usado desde los orígenes de la República, cuando se implantó el sistema electoral entre nosotros. El reto es demostrar en las urnas, con el entusiasta apoyo popular a la política de convivencia, si somos capaces de derrotar de una vez por toda la violencia.
El realismo político y el frío análisis nos muestran que las Fuerzas Armadas han conseguido derrotar a la subversión, la que pese a la ayuda decisiva de terceros países, lo que le ha permitido a sus jefes sobrevivir en tierra ajena, está reducida al mínimo en su capacidad de combate y la dura experiencia les muestra que gran parte del antiguo “Secretariado” ha caído en combate y que cada vez pierden más hombres, en tanto aumenta el número de desertores y apenas pueden reclutar por la fuerza a menores de edad. Son nuestros soldados con sacrificio de sus vidas, con enormes esfuerzos, valor e inteligencia quienes han conseguido reducir a sus madrigueras, en montes y selvas, a los milicianos que en otros tiempos amenazaban asaltar las ciudades y tomarse el poder. Esa es la razón fundamental por la cual las Farc negocian en La Habana y por la que el Eln anuncia que está por negociar la paz. Nada de eso es casual, se debe a la eficacia estratégica y en armamento de nuestras Fuerzas Armadas, que han demostrado en miles de combates que el espacio de los que buscan incendiar y rendir por la violencia el país se acorta de manera dramática para la subversión. El crecimiento de la economía colombiana, acompañado de más de dos millones de habitantes que han salido de la pobreza absoluta, junto con la política de paz, son conquistas en materia de desarrollo que el país debe defender y prolongar a todo trance.
La acción oficial en cuanto al esfuerzo por mejorar las condiciones de vida de la familia colombiana, no puede quedar al garete. Este Gobierno impulsó la construcción de 100.000 viviendas gratis para los sectores más desfavorecidos. Lo mismo hizo desde el Ministerio de Agricultura Juan Camilo Restrepo, quien entregó en las apartadas zonas rurales otras 100.000 viviendas. Esa política de favorecer a los más necesitados y de proteger a la familia debe proseguir.
Los colombianos tenemos la más triste, aciaga y dura de las experiencias en materia de violación de los derechos humanos y de crímenes infames, en una guerra que no parece culminar nunca. Se trata, no solamente de conseguir que los subversivos dejen las armas, es fundamental y mucho más complejo desarmar los espíritus, dejar atrás los odios y la hostilidad. El propósito nacional es terminar la sangrienta y ominosa contienda y apoyar los triunfos de las Fuerzas Armadas. Es preciso que los colombianos de buena voluntad apoyen la paz, encabezada por un negociador hábil y serio como ha sido el presidente Santos. Ello, en el entendido que la violencia agrava todos los males y que los ciudadanos de bien tienen la obligación de contribuir al esfuerzo por la paz, para lo cual deben cumplir con el deber cívico de votar. La mejor receta contra la violencia es fomentar la educación, el desarrollo, el empleo, la microempresa, la industrialización y el comercio. Esa política actual es la que está en juego, se trata de sacar el país del atraso y de que nos tracemos políticas de largo aliento por encima de las rencillas partidistas y personalistas. Lo mismo que en ese esquema de crecimiento dentro de la equidad social es preciso encauzar las energías nacionales por la convivencia, el dialogo y desarrollo sostenible, en el sentido de preservar la naturaleza y hacer uso inteligente de nuestras riquezas.
Es un hecho que el presidente Santos se ha jugado todo su capital político por la paz, después de ser el más fiero y efectivo enemigo de las Farc, como lo es que el candidato Óscar Iván Zuluaga, que antes planteaba el retiro de la mesa de negociación en La Habana, ha intentado correrse hacia una paz negociada bajo determinadas condiciones. Es evidente que nadie en sus cabales quiere que siga la guerra, la que hoy carece de justificación, incluso en cuanto a la aspiración de los subversivos de tomarse el poder por las armas, puesto que está demostrado que se quiebran los dientes en lucha con un Ejército probado en tantos combates como el nuestro, mientras que por la vía electoral la izquierda ha llegado al poder en varios países de nuestra región y en alcaldías y gobernaciones colombianos.
El Nuevo Siglo, que defiende con ardor la filosofía conservadora y el orden, como lo hemos manifestado en múltiples ocasiones, mantiene el compromiso ineludible e insobornable por la paz. Nada es más importante que la paz, sin la paz la civilización se degrada, la democracia se hunde, los hogares se destruyen, la vida colectiva se sume en la desesperanza y los mayores logros económicos peligran.