El Congreso de Infraestructura que se efectúa en Cartagena es una prueba palpable del potencial de Colombia en ese campo y las inmensas posibilidades de desarrollo en juego. En algunas regiones del país aún todo está por hacer, en particular en las zonas que han sido más afectadas por la violencia crónica durante más de medio siglo. La situación en esas extensas áreas es deplorable por la miseria acumulada y la debilidad de un precario barniz civilizador; a veces pareciera que todo está por construir. Grandes empresas internacionales que se ocupan de participar en jugosos contratos y licitaciones, para hacer puentes, carreteras, avanzar en sísmica y quebrar la barrera del atraso, ven en Colombia opciones inmensas de explotar la riqueza e intercomunicar el país, para hacerlo más viable y productivo.
Las posibilidades de paz animan a los inversionistas locales y del exterior; grandes compañías aceptan el reto de construir obras gigantescas y de miles de millones de dólares, que el Gobierno pagará cuando se terminen y entreguen, llave en mano. Crece la confianza en Colombia y sus expectativas de desarrollo, que se multiplicarán en cuanto se llegue a un acuerdo con los violentos en La Habana.
Crece la tendencia a la morosidad de la burocracia colombiana, así que de nada sirven puentes y túneles que acortan en horas los recorridos de las ciudades a los puertos, cuando el caos del tráfico y la lentitud de los procedimientos aduaneros, retrasan por varios días el transporte de un conteiner, así como resulta mortal la carestía del transporte terrestre, rubro que sobrepasa en costo a todos los países de la región. Agregan, que cada funcionario, aun de menor rango, suele dilatar las cosas. Procedimientos portuarios que en Estados Unidos, duran 24 horas y menos tiempo, aquí con suerte tardan más de una semana. La burocracia lleva discutiendo por años un código aduanero adaptado a la apertura, que no avanza e impide agilizar la movilización de mercancías, provocando cuantiosas pérdidas a importadores y exportadores.