La paciencia no es eterna
Contradictoria dialéctica terrorista
A nadie debe extrañar la posición firme del presidente Juan Manuel Santos frente a las Farc. De hecho, ha sido el Ministro de Defensa más efectivo contra esta organización subversiva y como Primer Mandatario desvertebró buena parte del llamado Secretariado guerrillero. Con estos antecedentes mal puede calificarse de sorpresiva su advertencia de que están jugando con candela y que con las acciones terroristas están cavando así la fosa de su cada vez más lejano devenir político. El mensaje es claro: en cualquier momento el Estado puede levantarse de la mesa y terminar el proceso de paz.
No existe, desde luego, ideología alguna en dinamitar una torre aislada para dejar sin energía a los 400 mil habitantes de Buenaventura o sabotear los camiones y pozos petroleros, causando un daño ambiental irreparable. Mucho menos pueden catalogarse de acervo ideológico los ataques contra los acueductos del Meta. Todo ello no es más que el accionar anacrónico de un aparato terrorista que se quedó anclado en los años sesenta, cuando de la rebelión cubana de 1959, contra el corrupto régimen militar de Batista, pasó a revolución comunista y se creyó ver en ello el paraíso terrenal que jamás floreció.
Colombia, indudablemente, está en la posibilidad de empujar todos para el mismo lado y hacer de la paz un punto de inflexión que le permita al país avizorar el futuro con optimismo, desarrollo social y equilibrio económico. Por primera vez, por ejemplo, el presupuesto nacional recién presentado supera los rubros de educación frente a los de defensa. No quiere decir, ciertamente, que el país vaya a abandonar las necesidades de la Fuerza Pública, los requerimientos de seguridad y la protección de las fronteras. Pero se va en la dirección correcta cuando se incrementan las inversiones sociales para lograr una sociedad más homogénea y equitativa.
Tal y como está señalado el proceso de paz de La Habana lo que corresponde, a medida que se van discutiendo los puntos que faltan, es enrutarse hacia el fin del conflicto pactado en la agenda. En ese sentido, lo natural y lógico es desescalar la guerra antes que profundizarla.
Para ello no hay necesidad de convenios o transacciones, sino generar la pedagogía correspondiente y las actitudes que rodeen al proceso de las garantías propias para llegar al puerto convenido. Todo lo contrario, precisamente, es cercar la mesa de negociaciones con una alambrada de conductas hostiles. La opinión pública no entiende, ni tiene por qué hacerlo, que a medida en que se eleva la retórica por la reconciliación se incremente paralelamente la agresión subversiva.
Un elemento original de este proceso de paz consiste en que no hay ni se propende por el cese el fuego. Mal haría el Estado colombiano en paralizar su aparato institucional, en cabeza de las Fuerzas Militares y de Policía, cuando persisten las bacrim, el narcotráfico y la delincuencia, como los mismos remanentes guerrilleros. Lo que se pretende, en cambio, es el fin del conflicto, de manera que la firma del acuerdo final suponga, al mismo tiempo, el armisticio y la dejación o entrega de las armas. Ya no hay, pues, los modelos anteriores en que se propendía por un cese el fuego y al hacerlo se buscaban ventajas militares en caso de pactarlo. Eso es cosa del pasado y tampoco se puede, mientras se firma la paz, salirse del marco del Derecho Internacional Humanitario.
A la mesa de La Habana se llegó por la victoria de las Fuerzas Militares. De no haberse cambiado el eje gravitacional de la guerra, demostrándose la primacía institucional, ello no habría sido posible. La mayoría de las conflagraciones bélicas, internas o internacionales, terminan por la vía del diálogo.
Atacar puntos vitales de la economía colombiana, así como arremeter desquiciamente contra la población civil, cuando se pretende o por lo menos se dice que el propósito es entrar en la civilidad resulta más que contradictorio. Fue de alguna manera lo que Hitler hizo al dinamitar sitios claves de la propia Alemania cuando se vio perdido, cerrada la compuerta de la negociación por los aliados. La diferencia consiste en que actualmente se adelanta un proceso de paz para acabar con la depredación y la barbarie. Es lo que debe entenderse si se está en el propósito sincero de hacerlo. El Presidente, con mandato electoral a bordo, le está dando una oportunidad a la salida negociada al conflicto. Pero como lo ha dejado entrever, la paciencia no es eterna. Ese, el verdadero sentido de sus palabras.