Aleccionante. Así se puede calificar el informe revelado ayer por Planeación Nacional, según el cual el 66 por ciento de las empresas colombianas han sido afectadas por el cambio climático, especialmente en los últimos cinco años por la ocurrencia de los fenómenos climáticos de La Niña y el Niño. Basados en una encuesta realizada a nivel nacional entre más de 150 empresas, se encontró, además, que el 78 por ciento de los consultados considera que el cambio climático podría representar un incremento en los costos asociados para su negocio de entre el 5 y más del 20 por ciento, lo que evidencia que no se está hablando de un impacto económico tangencial o residual, sino que la sostenibilidad financiera de una compañía puede complicarse o aliviarse de acuerdo a la forma en que adapte su proceso productivo con el entorno medioambiental.
Ahora bien, según la Dirección de la Misión de Crecimiento Verde -iniciativa que lidera Planeación Nacional- se encontraron hechos positivos como que la mayoría de los empresarios dijo haber implementado en el último quinquenio programas de reciclaje y aprovechamiento de los residuos sólidos, en tanto que un 77,5 por ciento afirmó haber reducido el uso de agua y emplearla de forma más eficiente, entre otros aspectos. Esto implicaría, entonces, que el sector productivo nacional estaría empezando a comprender mejor el impacto que tienen los asuntos ambientales y el cambio climático en sus cadenas de valor y su competitividad, procediendo a aplicar los correctivos y reformas que disminuyan los efectos negativos.
Si esa tendencia se generalizara es claro que el país estaría dando un paso muy importante hacia métodos de producción limpia que se están empezando a convertir, ya no es un plus y un valor agregado, sino en una obligación dentro de la globalización económica. Por ejemplo, hay países europeos en donde determinadas mercancías extranjeras, desde alimentos perecederos hasta manufacturas, tienen menos barreras arancelarias en la medida en que se certifique que su proceso de producción fue ambientalmente sostenible. En ese orden de ideas, el llamado “sello verde” se convierte en un elemento clave de competitividad por partida doble, al hacer, de un lado, más eficiente la estructura de costos de la empresa por disminuir el impacto de la interacción con el entorno natural y, del otro, erigirse en una cualidad que permite un mejor acceso a mercados cada vez más exigentes en materia de producción limpia, que es un concepto de amplio espectro en tanto comporta no sólo el cumplimiento de regulaciones y licenciamientos cada vez más estrictos a nivel local e internacional, sino que también mejoran o afectan la reputación e imagen institucional, y el concepto mismo del prestigio de la marca, elementos todos fundamentales en la economía moderna y la sociedad de consumo.
En ese orden de ideas, encaminar el sistema productivo por la senda del crecimiento verde no implica sólo, como lo sostiene Planeación Nacional, lograr una armonía entre las metas de crecimiento y mejora del bienestar social y económico, con la preservación del capital natural, redundando en la sostenibilidad en el largo plazo de la estrategia de desarrollo empresarial, sino que produce una completa reingeniería en el rumbo de un país que, como tantas veces lo hemos recalcado en estas páginas, es uno de los más vulnerables a nivel continental a los efectos negativos del cambio climático.
En un mundo en el que las pérdidas vinculadas con los desastres naturales se calculan en 520.000 millones de dólares por año, es claro que el efecto del calentamiento global no se debe medir sólo en su afectación a la calidad de vida de la población, sino también en su impacto económico. No en vano el acuerdo sobre lucha contra cambio climático suscrito en París en 2015, y que hoy se encuentra en vilo por la negativa de grandes potencias a ratificarlo, en especial Estados Unidos y Rusia, recalca que son los países con mayores índices de industrialización y de consumo de combustibles fósiles los responsables del porcentaje más alto de emisiones de gases de efecto invernadero. Y tampoco es gratuito que los peros en esas naciones a someterse a los compromisos para reducir el aumento de la temperatura global se enfoquen en el impacto que los mismos tendrán en sus sistemas productivos.
Por lo pronto, hay que destacar los resultados de la encuesta de Planeación Nacional y considerarla como un paso en la dirección correcta en la lucha contra el cambio climático en nuestro país, pues pone en evidencia que los métodos de producción limpia y ambientalmente sostenibles no sólo son rentables sino que constituyen un valor agregado crucial para aumentar la competitividad empresarial, uno de los flancos más débiles de nuestra economía, como se ha demostrado con varios de los TLC en vigencia.