Culmina este fin de semana el Mundial de Fútbol que, sin lugar a dudas, evidenció porqué este deporte es considerado el más practicado y seguido en todo el planeta. Brasileños y holandeses se miden mañana, con tono de resignación pese a haber llegado a semifinales, por el tercer y cuarto lugares, en tanto el domingo dos potencias históricas como Argentina y Alemania reeditarán la final de 1990.
Más allá de las controversias que han rodeado el torneo y del apasionamiento normal de los analistas e hinchadas de los equipos que más sorprendieron en el campeonato, encabezados por el combinado colombiano, el hecho de que la Copa la vayan a disputar dos conjuntos pletóricos de estrellas y con la tradición de gauchos y teutones no resulta sorpresivo, entendido que los primeros tienen en sus filas al considerado mejor jugador del mundo (y así lo probó en los momentos más determinantes cuando su equipo no encontraba el norte en la fase de octavos y cuartos) y los segundos han exhibido el mejor juego de conjunto, potencia y efectividad en el Mundial, a tal punto que para clasificar a la gran final demolieron a la selección local dejando en la memoria futbolística brasileña una marca trágica que perdurará por varias décadas.
Ya no hay que desgastarse con hipótesis en torno de si otros equipos debieron llegar a la pelea por la Copa y qué habría pasado si los yerros arbitrales, lesiones y otras circunstancias futbolísticas y extrafutbolísticas no se hubieran presentado. Lo que pasó, pasó, y no hay manera de corregirlo o cambiarlo. Así es este deporte y quizá por lo mismo resulta ser tan apasionante.
Sobre los colombianos ya los balances están hechos y no es menester repetir de nuevo todo lo positivo que dejó la gesta en Brasil. Por lo pronto, sí debe llenar de orgullo que el estelar volante James Rodríguez continúe punteando la tabla de artilleros, pese a que sus perseguidores gauchos, holandeses y alemanes tengan ya un partido adicional, Igual, en los análisis y balances que se empiezan a hacer sobre lo que dejará este Mundial, hay menciones muy meritorias del conjunto de Pekerman y varios de sus jugadores.
Respecto a lo que pueda pasar este fin de semana, las apuestas están divididas. Hay quienes afirman que los brasileños saldrán a romperse el alma para no sufrir una segunda y vergonzante derrota en línea en casa, mientras que otros observadores consideran que para los locales ya no hay inspiración alguna, en tanto que los holandeses no sólo tienen más fútbol y conjunto, sino que están interesados en el tercer lugar, luego que en Sudáfrica fueran subcampeones.
En cuanto a la gran final es evidente que los alemanes son favoritos, no sólo por tener un equipo más sólido, equilibrado y efectivo, sino porque es claro que vienen por el título y, sabedores de su poder, llegar a este último partido no lo consideran en gran logro ya de por sí, sino apenas el paso definitivo para entrar a disputar su gran objetivo: la cuarta copa mundial.
Argentina, por el contrario, armó una escuadra competitiva, aunque con altibajos, para llegar lo más lejos posible, empujados siempre por la ilusión, de allí que el tener la posibilidad de pelear por el título ya se considera una gesta histórica, sufrida y casi heroica. Si bien son conscientes de la fortaleza alemana, tienen la garra y oficio suficientes para contenerlos y esperar que en un momento dado la genialidad del mejor jugador del planeta les dé la gloria que tanto han esperado.
Así suene a frase de cajón: ¡que ruede, pues, el balón y gane el mejor!