- El apóstol de la no violencia
- Bondad, caridad, misericordia y medio ambiente
Llega hoy Su Santidad Francisco a Colombia, un país dispuesto a escucharlo. Trae, como lo ha dicho, un mensaje de armonía y fraternidad. Pide, igualmente, una paz estable y duradera, y habla de un primer paso en ese propósito.
La paz cristiana tiene que ver, desde luego, no solo con el perdón, sino particularmente con el arrepentimiento y la penitencia. Es ello, ciertamente, lo que permite la fraternidad, la hermandad y la capacidad de reconciliación. A no dudarlo, el arrepentimiento sincero, la certeza, el compromiso de no volver a cometer lo mismo y de pedir perdón desde el fondo del corazón son elementos esenciales de la doctrina cristiana. Es aquello lo que constituye el primer paso, como el propio papa Francisco, para poder amar, para poder crear puentes y para finalmente crear fraternidad.
Su Santidad, al mismo tiempo, conoce a Colombia desde hace tiempo. Vino en varias ocasiones, siendo obispo, y de algún modo puede decirse que es un Papa colombiano. Por supuesto que nació en Argentina y ha pasado buena parte de su vida en Roma, visitando continuamente el Vaticano, pero su carácter latinoamericano nos permite avizorar de inmediato una evidente cercanía con el país. Es por ello, que cuando dice sentirse honrado de visitar esta tierra rica de historia, de cultura, de fe, se le cree a pie juntillas. No hay en su dictamen y su aproximación al país ningún carácter impostado o formalista, sino que evidentemente siente a Colombia como parte de sí mismo.
Ha predicado Su Santidad, asimismo, la no violencia como norte central de sus enseñanzas. Así lo ha hecho en lugares tan riesgosos, como Turquía, donde llamó la atención del mundo para que cualquier tipo de religión no pudiera ser, en lo absoluto, canal del asesinato a nombre de Dios o de cualquier otro fenómeno.
La no violencia es, por supuesto, la doctrina fundamental que deben entender todos los colombianos. Un país que ha vivido los episodios violentos, de la manera más cruda, en las décadas recientes y, en particular, después del viaje que hiciera san Juan Pablo, debe refrescar su memoria para que nunca vuelva a ocurrir lo mismo. Es, desde luego, la violencia que aún se esparce por campos y ciudades y que no puede ser el horizonte del país.
Lo contrario a la violencia es, precisamente, de donde nacen todos los valores cristianos. Entre ellos, en primer lugar, la bondad, la caridad y la misericordia. La bondad, claro está, como ingrediente central para poder tratarse entre los seres humanos por el lado bueno de las cosas y no la maldad que suele acechar en la distorsión de los espíritus. La caridad, igualmente, como expresión fundamental de la solidaridad. Y la misericordia, en el entendido categórico de que el futuro siempre puede ser mejor. Son estos, entre otros, los componentes de la esperanza.
No son pues elementos inmediatos, como el optimismo o las cosas tangibles, los que permiten mejorar las condiciones de la esperanza. Ella actúa básicamente sobre los corazones y los espíritus y no se refiere, en particular, a las ambiciones personales o los retos individuales, ni mucho menos a ninguna circunstancia política, sino al equilibrio y al bienestar espiritual.
Llega, entonces, el Papa para abrir y afianzar la ruta de la esperanza. Su actividad es, por tanto, particularmente espiritual en un país necesitado, precisamente, de revivificar su espíritu, de recuperar su identidad y de dejar atrás el materialismo individualista al que ha sido sometido precisamente por el nefando impacto de la violencia y sus adláteres como el narcotráfico y la corrupción.
Todo ello ha llevado, por su parte, a la depredación del medio ambiente y de los recursos naturales. Tal vez sea Su Santidad Francisco el Pontífice que ha tenido más claro, bajo el mismo tenor de San Francisco, el amor que debe predicarse por la naturaleza y el cuidado sostenible que ha de tenerse de ella, a fin de cubrir todas las generaciones futuras. Ese también es un mensaje de esperanza, viniendo por lo demás de un Papa que pisa, por primera vez en su pontificado y luego de su encíclica Laudato Si, el país más megadiverso del mundo por metro cuadrado.
Vendrá pues Su Santidad a predicar, no solo la no violencia, sino la bondad, la caridad y la misericordia. Y también el mensaje que ha llevado a todas partes del mundo de preservar el medio ambiente, sin abandonar el desarrollo, pero dentro de los cauces propios que significa habitar la tierra como la casa de Dios. ¡Bienvenido Su Santidad! Los colombianos estamos listos a escucharlo dentro de esos propósitos revivificantes.
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