*La masacre de niños en Caquetá
*De los lamentos a las acciones concretas
Han sido tantas las veces que desde estas páginas se ha urgido un castigo drástico a quienes cometen delitos graves contra menores de edad, que el tener que insistir en ese sentido deja en evidencia que Colombia aún está lejos de proteger de manera efectiva y contundente a sus niños y niñas. Pese a los aumentos de penas de los últimos años para quienes asesinan o violan a infantes y adolescentes, así como a la restricción para que estos victimarios puedan ser objeto de rebajas de penas, libertades condicionales u otras flexibilidades en materia penal o penitenciaria, los índices de violencia contra los menores de edad continúan siendo alarmantes. Ayer la Defensoría del Pueblo traía a colación cómo, según el último informe Forense del Instituto de Medicina Legal, un total de 1.115 niños, niñas y adolescentes fueron víctimas de homicidio en el país, siendo el rango más crítico el grupo de 15 a 17 años, donde la tasa es de 34 por cada 100 mil habitantes.
Sin embargo, esas frías estadísticas, por graves que sean, se quedan cortas frente al impacto e indignación que generan casos como el ocurrido ayer en la madrugada en un paraje rural de Florencia (Caquetá), en donde fueron asesinados a sangre fría cuatro hermanos de 7,11,14 y 17 años. Las víctimas se encontraban solas en la humilde vivienda puesto que sus padres habían viajado a la capital departamental para matricularlos en escuelas y colegios. Un quinto menor que estaba en el lugar logró salvarse, aunque fue herido por el o los asesinos.
Más allá de las hipótesis que ayer se manejaban sobre los móviles y autores materiales e intelectuales del crimen, así como de los llamados de todos los sectores para que se capture y condene lo más pronto posible a los responsables del atroz crimen, lo cierto es que no se entiende qué puede pasar por la mente de una persona que ordena matar a cuatro indefensos menores de edad, uno de ellos de escasos siete años. Es difícil imaginar el grado de descomposición y deshumanización en el que se debe estar para protagonizar semejante acto de barbarie.
La masacre en zona rural de Florencia se une, lamentablemente, a una larga estela de tragedias que tiene a las niñas y niños como las principales víctimas. Un serial de crímenes al que ayer también debió sumarse el de un menor de trece años cuyo cuerpo fue encontrado desmembrado en un barrio de Tuluá, en el Valle. En ese mismo departamento, pero en Buenaventura, se han reportado en los últimos meses que dentro de las víctimas de las mal llamadas “casas de pique”, en donde las bandas criminales torturan y descuartizan personas, hubo varios menores de edad. Así, a diario, se producen noticias sobre actos de violencia extrema contra los más pequeños e indefensos, como el caso reciente de una madre desnaturalizada cuya hija murió tras una golpiza, o el de los menores de edad, entre ellos un bebé, que eran objeto de abusos sexuales en medio de un confuso episodio de ritos satánicos; o qué decir de los niños y jóvenes secuestrados para ser reclutados por la guerrilla, o aquellos que son heridos o muertos por balas perdidas, o los explotados en redes de prostitución, o los que resultaron quemados por manipular pólvora en las pasadas festividades, o los que son víctimas de matoneo en escuelas y colegios…
En fin, una interminable lista de atropellos y vejámenes que, una vez más, prenden el debate en torno de si no es hora ya de viabilizar la posibilidad de que en Colombia se establezca la cadena perpetua para culpables de delitos atroces contra menores de edad. E incluso, frente a casos como los de ayer en Caquetá y Tuluá, no faltan quienes consideran que debería irse más allá y pensar en la drasticidad de la pena capital.
Como se dijo al comienzo, ojalá en esta ocasión la masacre de estos menores, además de la obligación del Estado y la ciudadanía para evitar que termine impune, lleve a que, por fin, el país, como un todo, adopte nuevas y más drásticas medidas para castigar a quienes atentan contra los más indefensos e inocentes. Menos lamentos y más acciones concretas… De lo contrario, en poco tiempo tendremos que seguir condenando más tragedias.