- La veeduría electoral de la OEA
- Más allá de la disputa geopolítica
En Bolivia por cuenta de Evo Morales, entronizado en el poder por Hugo Chávez desde 2006, la democracia no es más que una fachada, ya que el gobernante cambia las reglas de juego electoral a capricho, lo que le permite convertir sus derrotas en triunfos y, de paso, cerrar la posibilidad a sus opositores de removerlo de la presidencia por vía de las urnas.
En sus inicios, con un discurso demagogo, el líder indígena consiguió ganar unas elecciones plenamente garantizadas por el sistema de entonces. En el campo político aprovechó que los sectores de centro-derecha en la nación del altiplano se dividieron y le abrieron campo al triunfo de la minoría política que abanderaba el gran descontento social con un mensaje típicamente populista. Pese a que convirtió a Bolivia, casi de inmediato, en un enclave cubano-venezolano, Morales fue hábil en utilizar su condición de indígena en el poder, una cierta moderación económica y sus maniobras para atraer o dividir a sus adversarios, para mantener el apoyo de las clases populares, incluso apartándose en algunos aspectos de los altisonantes discursos de sus patrocinadores castro-chavistas. Ello le garantizó seguir dominando en las urnas.
Morales, sin embargo, es un mandatario de contrastes. Unas veces se presenta como demócrata, otras acude a prácticas típicamente demagogas y no en pocas ocasiones apela a las leyes indígenas para manejar asuntos de Estado como si fuera un viejo cacique autóctono. Una prueba de esto último fue la forma en que tras perder en 2016 el plebiscito con que aspiraba a una cuarta reelección, replicó de inmediato que, según la tradición indígena, ese dictamen popular le violentaba su derecho humano a perpetuarse en el poder por la vía, paradójicamente, de las urnas. Una corte constitucional, claramente a su favor, le avaló la controvertida tesis pese a la indignación de las mayorías demócratas.
Fue así como el presidente boliviano llegó a los comicios presidenciales del pasado 21 de octubre, en donde era claro que corría el riesgo de perder el poder. Cuando la distancia con su principal contrincante, el expresidente Carlos Mesa, se iba acortando, se suspendió el escrutinio sorpresivamente. Lo más grave es que cuando se reanudó, Morales ya tenía una ventaja mayor que lo dejaba, incluso, al borde de ganar en primera vuelta y evitar un balotaje en el que muy seguramente será derrotado. En medio de protestas y denuncias de fraude, así como de alertas a nivel internacional, el criticado Órgano Electoral Plurinacional de Bolivia terminó indicando que el Presidente se había impuesto, escrutinio sospechoso que no fue aceptado por la oposición. La tensión llegó al punto de que la presidenta del órgano electoral no solo rechazó la intromisión oficial en el proceso electoral, sino que renunció a su cargo denunciando el abuso oficial y fraude.
Las protestas han sido de tal magnitud que el gobernante, aunque se declaró ganador, ha estado casi que cercado en la sede presidencial, sin dar declaraciones por varios días, temeroso de indignar más a la exasperada población, advertido de que si llega a sacar las tropas a las calles todo podría culminar en una tragedia. Es precisamente por ello que Morales, finalmente, se vio forzado a aceptar una veeduría electoral de la OEA, como lo sugiriera desde un comienzo el secretario general del organismo, Luis Almagro. Esta delegación estará presente en un nuevo recuento de votos y su dictamen tendrá efectos vinculantes, como lo exige la oposición. Es decir, que si concluye que Morales no le sacó a Mesa un diez por ciento de ventaja electoral, se procederá a la segunda vuelta.
Ahora bien, este nuevo pacto no significa que se garantice y respete la voluntad de las mayorías, puesto que en el acuerdo entre la OEA y el Gobierno se dispuso que cualquiera de las partes puede cancelar el procedimiento de manera unilateral.
Para los críticos parecería obvio que el cuestionado gobernante simplemente está tratando de ganar tiempo y debilitar a la oposición, con miras a eternizarse en el poder. Pero ello no le será nada fácil. En el terreno de las protestas la ciudad de Santa Cruz, principal enclave económico, lleva la voz cantante cerrada en torno a Mesa y su derecho a ir a segunda vuelta. Además, llama la atención que en antiguos bastiones indígenas y electorales de Evo Morales, las manifestaciones en su contra aumentan así como la denuncia de fraude.
Mesa ha sido claro: el fraude es escandaloso y no se reconocerá resultado distinto al de citar al balotaje. Considera, igualmente, que el denominado escrutinio provisorio “se ha convertido en un instrumento para robarle la elección no a él sino al pueblo boliviano”.
En el plano internacional es evidente que Bolivia se ha convertido en un escenario decisivo para el pulso entre partidarios de la democracia y los bastiones del llamado castro-chavismo, que ahora se sienten fortalecidos no solo por el resultado electoral en Argentina, que se inclinó por el regreso del cuestionado kirchnerismo, sino por la explosión social en Chile. Incluso suman a su favor la ventaja que sacó la izquierda en la elección uruguaya, sin saberse qué pase en la segunda vuelta.