Una de las polémicas deportivas que se repite todos los fines de año es la relacionada con los equipos que ascienden a la primera división y aquellos que, de un lado, por haber quedado último en el promedio de puntaje y, de otro, perdido en la instancia de promoción, descienden a la categoría B.
Los críticos sostienen que este sistema de ascenso y descenso tiene un efecto negativo, en la medida en que ciudades de tradición futbolística se quedan sin balompié de máxima categoría, en tanto que equipos con poca historia, estructura administrativa y presupuesto ajustado terminan llegando a la A y midiéndose con las escuadras más potentes del país, en una competencia desigual.
También se alega que el hecho de que caigan a la segunda categoría equipos que han forjado a lo largo de los años una afición fiel, afecta la asistencia a los estadios y la rentabilidad del deporte, pues esos hinchas ya no van a los encuentros de la primera A y tampoco acompañan a sus escuadras en la B.
Más allá de si esos señalamientos tienen piso o no, lo cierto es que el campeonato lo rigen unas reglas de juego preestablecidas y deben respetarse sin cortapisa ni excusa algunas. Si una ciudad se queda sin representante en el balompié profesional, la solución no puede ser cambiar un sistema que, aplicado en todo el mundo, está destinado a forzar a los dueños y accionistas de los equipos a tener conjuntos competitivos, pues ello redunda en el bien del espectáculo así como en la rentabilidad del mismo, pues aumentan las taquillas y los ingresos por patrocinios y transferencias de jugadores de buen nivel.
Es más, si se revisa el sistema de puntuación promedio que lleva a un equipo a estar en las zonas de peligro de descenso directo o promoción, se puede evidenciar que para permanecer en ese abismo deportivo el rendimiento de los equipos a lo largo de dos o tres años debió ser sustancialmente malo. Prueba de ello es que conjuntos que tuvieron un desempeño regular y que no logran incluso clasificar a las semifinales de ninguno de los dos torneos, salvan la categoría sin mayor problema.
Este año dos equipos tradicionales se fueron a la B: Quindío y Cúcuta. Ellos se unirán a otras escuadras que descendidas años atrás no han podido recuperar la categoría: América, Pereira, Unión Magdalena, Bucaramanga, Cortuluá, Real Cartagena… Lástima perder esas plazas y aficiones para los campeonatos de elite, pero si no han podido volver a ascender, por algo será.
Es claro que hay preocupación en plazas como Bogotá que ahora, tras el ascenso de Fortaleza, tendrá cuatro equipos en la primera categoría. O incluso en Barranquilla, en donde a Junior le salió competencia con la llegada de Uniautónoma. Sin embargo, si hay fútbol de calidad, la afición va a los estadios y es claro que patrocinios, transferencias y pagos por transmisiones de televisión ayudan a mantener a flote las finanzas mientras se gana en experiencia y competitividad. A jugar pues, que hinchas del buen fútbol y los clásicos regionales buenos, siempre habrá…