EDITORIAL. Un Congreso anacrónico | El Nuevo Siglo
Foto archivo El Nuevo Siglo
Sábado, 29 de Julio de 2017

*Reformas se quedaron en el tintero

*El voto programático parlamentario

La mentada coalición de centro-derecha no es, por supuesto, tema que deba rondar exclusivamente en torno del proceso de paz y los ajustes correspondientes en el Congreso de la República, tal cual autorizó legítimamente la Corte Constitucional. De lo que se trata, evidentemente, es de recuperar los propósitos nacionales. Es decir un país que tenga certeza de sus instituciones y mantenga la vocación de futuro sin el cambio intempestivo y saltuario de las estrategias.

Para ello, claro está, se requiere primordialmente la reinstitucionalización colombiana. Es indispensable que la ciudadanía readquiera la confianza en la Constitución y la ley porque como están las cosas es evidente, en todas las encuestas, la grave fractura por la que pasa el país. Casi nadie cree en nada y existe un escenario propicio para el fermento populista.

Está claro, igualmente, que en los últimos años se ha perdido un tiempo precioso en las reformas que requiere la nación. Basta con hacer el repaso, como se hizo en un editorial anterior, para darse cuenta de que las mismas necesidades institucionales y populares de hace ocho años se mantienen intactas a raíz de que la elaboración de las leyes, en el Congreso, resultó un fiasco y en contravía de los postulados constitucionales. Por ello las normas se cayeron, se objetaron o no se volvieron a presentar para sus ajustes, dejando un tremendo vacío en materias fiscales, pensionales, sociales, políticas, de educación superior, salud, justicia y una larga lista que no se llevó a cabo por cuenta de que todo se concentró en el dicho proceso de paz y en ese caso el país pareció, en lo demás, entrar en un largo interregno a todas luces nocivo y paralizante. Despreciar las necesidades de cambio por vía de la reforma, elemento esencial de la democracia, es no compadecerse con los instrumentos a la mano para poner a tono el país con los tiempos contemporáneos.

En el sentido de lo anterior la campaña parlamentaria, ya en curso, no puede afincarse en los criterios proselitistas tradicionales. En efecto, si se hiciera un ejercicio matemático para comprobar cuántas de las leyes importantes se aprobaron debidamente en el hemiciclo parlamentario se encontrará, fácilmente, con que la mayoría de ellas terminaron en descalabro. El saldo en rojo del Congreso es, por tanto, un torpedo a su existencia y su razón de ser, y ello no puede volverse a repetir por cuanto esto colabora, decisivamente, en que la ciudadanía busque respuestas en escenarios diferentes a los establecidos.

De hecho, en este tiempo, el país asistió a un cúmulo de contradicciones institucionales y políticas que han producido desorientaciones calamitosas. Valga para ello recordar, por ejemplo, el caso de la figura del plebiscito, a la que no solo se le cambió intempestivamente el umbral, a rajatabla, sino en la que no se dieron las garantías propias de la máxima expresión de la democracia participativa para todos los bandos. Aun así la maniobra se llevó a cabo, pensando que el evento sería por descontado un paseo electoral, lo que se demostró al contrario cuando se llegó a las urnas. Y aun así, luego de todo lo anterior, donde se gastó buena parte de las facultades legislativas congresionales y la atención de la Corte Constitucional, se desconoció el resultado popular y a los efectos se recurrió al leguleyismo más desembozado. La erosión institucional fue de tal magnitud que todavía el país sufre las consecuencias.

No se crea, sin embargo, que para recomponer la marcha nacional y volver por el adecuado espíritu reformista, indispensable para los ajustes que se claman a gritos sobre muchos sectores, es menester pensar en salidas extraordinarias, como una Asamblea Nacional Constituyente o similares. No hay, en lo absoluto, necesidad de ello, sino de legislar bien y evitar la coyunda tradicional entre el gobierno y el Congreso. Con esto, limpiando el ejercicio parlamentario, ya, de suyo, se produciría un resultado alentador. Y posteriormente se podría entrar a pensar, libres de sobornos por puestos y contratos, en generar las grandes reformas que se han quedado lamentablemente en el tintero.

La coalición de centro-derecha que se ha venido anunciando entre los diferentes partidos proclives a esta tendencia tiene, pues, que mandar una señal categórica en este sentido. El anacrónico expediente de buscar la adhesión parlamentaria a partir de remezones ministeriales permanentes no es una práctica aconsejable en dirección a la reinstitucionalización de Colombia. Para lograr una actitud diferente las nuevas listas del Congreso, en los partidos de la eventual coalición, deberían tener un compromiso programático previo. Solo así se podrá tener certeza hacia el futuro en vez del desastroso vaivén de los últimos años.

 

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