Son muchas y variadas las posibilidades para conocer la capital de Taiwán, dividida en la antigua y la nueva ciudad, en la que habitan 4 millones de personas y a diario recibe a miles de turistas
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La apacible calma que caracteriza a los pobladores de la isla bañada por el Pacífico contrasta con el desenfrenado movimiento que tiene durante las 24 horas del día. Taipéi no duerme. Las 24 horas ofrece posibilidades para quienes la habitan o simplemente llegan de visita y cautiva por sus atractivos turísticos, empezando por su renovado aeropuerto Songshan, que recibe miles de pasajeros al día y a quienes les da la bienvenida un puente que se extiende a través de toda la ciudad.
Por las calles de esta ciudad enclavada en una cuenca y bañada por varios ríos circulan buses que facilitan al turista movilizarse para hacer buen uso del tiempo, o si lo prefiere puede emplear las bicicletas públicas, cuya primera media hora es gratis. Además, si lo prefiere, está el Metro subterráneo, aunque éste le impide ir divisando el desarrollo de la capital taiwanesa, que bien podría recibir el nombre de la ciudad de los puentes.
Decidir por dónde empezar a disfrutar de los encantos de Taipéi no es fácil. El menú es muy variado y para todos los gustos, empezando por museos, templos taoístas, monumentos que recuerdan la historia de esta isla que tiene un gobierno democrático, o conocer cada uno de sus entrañables rincones que conllevan algo de historia o a sus gentes, siempre cordiales y serviciales.
Para todos los fines
Si se decide por recorrer los templos taoístas, los encuentra para todos los fines. Para la salud, la protección, que no falte la comida, con la particularidad de que en todos abunda el incienso, generalmente encendido a la entrada, es un pebetero especialmente diseñado para que allí arda y propague su especial aroma.
En la mayoría, el ritual es similar. Lleva la ofrenda, pide lo que necesita y si bien lo estima conveniente, se lleva casa lo que ofreció.
Pero bien particular es un templo que resulta cada vez más concurrido, el del Dios del Amor. Mujeres y hombres, casi por igual se acercan al lugar y tras encender su varitas de incienso, ingresar y piden para encontrar el amor de sus vidas. Mientras ello ocurre, un monje hace sonar una campana y cuando se va saliendo del lugar le ofrecen un té que ayuda a “armonizar” a la persona y le da “energía positiva para que se le haga el milagro”.
Cuenta la historia que cuando se decidió trasladar el tempo al lugar donde hoy se encuentra, en la concurrida calle del comercio, 38 solados perdieron la vida tratando de salvaguardarlo. Y no falta quien diga que la tarea para el Dios del Amor en algunos casos es casi que irrealizable. Aun así mantiene su alta cuota de creyentes que le insisten en que los ayude a halla la pareja ideal.
Para no perder el viaje hasta allí, el visitante puede optar por recorrer cada una de las tiendas ubicadas por más de cuatro cuadras, cada una con una historia por contar, pero todas con una particularidad: están allí porque el puerto estaba ubicado a una cuadra y ello les facilitaba despachar los productos hacia mercados de China o de Europa.
Allí mismo se encuentra con el Museo de la Salud, un edificio de cuatro pisos, identificado a la entrada por el dibujo de una abeja extrayendo el polen de una flor. “Es el emblema de la medicina taiwanesa porque toda está basada en la miel”, explica la guía.
Allí también funcionó la primera fábrica de hielo que hubo en la isla y en su interior hay objetos que recuerdan cómo era el proceso.
Si no quiere gastar dinero en el ingreso a los museos o a otros lugares emblemáticos, bien puede dirigirse al río a escuchar la historia de cómo allí funcionaba el puerto.
También puede aprovechar para ver cómo las rondas de los ríos son aprovechadas para establecer campos deportivos, senderos peatonales, ciclovías o parqueaderos, que son bien escasos en la ciudad.
No obstante, como hay riesgo de desbordamiento e inundaciones, a lo largo de estos se construyeron barreras de protección, como si fueran represas y con modernos sistemas de alerta para evacuar a quienes estén haciendo deportes o los vehículos allí parqueados, en caso de ser necesario.
Todavía hay más
El museo Nacional no es una buena opción para visitar a menos que haya hecho la respectiva reservación con dos meses o más de antelación. Pero hay otras posibilidades, como el Geo Park, una maravilla natural en donde las figuras fueron talladas con el paso de los años por las aguas y se pueden apreciar una sandalia, un elefante o una reina, por solo citar tres de estas deslumbrantes obras de la naturaleza.
Además, el muelle de los pescadores resulta llamativo o mucho mejor la torre 101, que por años fuera el edificio más alto del mundo y en el que en su primer piso funciona el restaurante Dinner at Din Tai Fung Dupling House y un poco más arriba, en el piso 70, un mirador desde donde se puede observar toda la ciudad y a través de un aparato individual, en el idioma que escoja, le van explicando qué está viendo.
Para completar la experiencia puede pasar al frente, al I Ride en donde vivirá una experiencia sin igual. “Recorrer la isla” de forma virtual en pocos minutos y sentirlo tan real como que en algún momento se va a estrellar con una montaña, un nevado o simplemente llega al fondo del mar y disfruta de los arrecifes de coral o la gran variedad de peces y tortugas marinas.
También puede pasar por el Grand Hotel, una obra con 76 años de antigüedad, emblema arquitectónico, con 500 habitaciones y un atractivo irresistible.
Para finalizar este recorrido a vuelo de gorrión, el pájaro más popular de Taiwán y cuyo trino se escucha en toda la ciudad, puede ir al monumento a Chiang Kai-shek, el presidente que convirtió a la isla en una república democrática y cuyo cambio de guardia es todo una solemne espectáculo, pleno fe precisión y rigidez marcial.