Mucha gente piensa que los laicos y las laicas carecen de vocación para la santidad oficial, es decir, para ser canonizados; sin embargo, en los tres últimos pontificados, el número de no religiosos que han llegado a los altares de la Iglesia católica ha crecido sustancialmente, ya que la ejemplaridad de la vida y muerte de las personas, puede ser la misma, o incluso superior para una ama de casa o para un hombre de oficina, frente a un sacerdote o a una monja dedicados únicamente a la oración.
Los santos y santas, por aquello de la "fragilidad humana", pueden ser cualquier persona, particularmente quienes buscan santificarse en sus labores ordinarias.
El año anterior, el papa Francisco autorizó la promulgación del decreto que aprueba el milagro atribuido a la intercesión de la ingeniera química Guadalupe Ortiz de Landázuri, madrileña, nacida el 12 de diciembre de 1916, miembro del Opus Dei, quien será proclamada beata el próximo 18 de mayo, aniversario de su primera comunión. Guadalupe quiso encontrar a Cristo en el trabajo profesional y la vida ordinaria.
Guadalupe era “una mujer enamorada de Dios, llena de fe y de esperanza que, con su trabajo y optimismo, ayudó a los demás en sus necesidades espirituales y materiales. Era manifiesta la alegría que impregnaba todo su quehacer, también ante situaciones más difíciles”, como lo señaló el postulador de su causa (que para algunos toma el nombre de <<abogado del diablo>>), el sacerdote Antonio Rodríguez de Rivera.
A los que su vocación les obligó a vivir y a la vez, "ser" santos en el "mundo", les sobran méritos, pero requieren además ser tenidos como dignos de estar en los altares, deben, por su intercesión, haber generado un milagro, que ocurrió en el 2002 y consiste en la curación instantánea de un hombre de 76, Antonio Jesús Sedano Madrid, que tenía un tumor maligno de piel junto al ojo derecho.
El beneficiado acudió con fe a la intercesión de Guadalupe Ortiz de Landázuri, pidiéndole que no fuera necesario someterse a una operación quirúrgica y, la mañana siguiente, el tumor había desaparecido por completo.
El anuncio de la beatificación de una laica del Opus Dei, realizado por la Santa Sede, fue destacado por el Prelado, Monseñor Fernando Ocáriz, máximo jerarca de la Obra, como familiarmente se conoce, en el sentido que “La vida de Guadalupe nos lleva a comprobar cómo el darse enteramente al Señor, respondiendo con generosidad a lo que Dios va pidiendo en cada momento, hace ser muy felices aquí en la tierra y luego en el Cielo, donde se encuentra la felicidad que no se acaba”, afirmó.
En ese sentido, Mons. Ocáriz pidió al Señor “que el ejemplo de Guadalupe nos anime a ser valientes para afrontar con entusiasmo y espíritu emprendedor las cosas grandes y pequeñas de cada día, para servir con amor y alegría a Dios y a los demás”.
Su padre era un militar nacionalista, ejecutado por los republicanos durante la Guerra Civil española. Guadalupe perdonó desde el primer momento a los responsables y, luego del conflicto bélico, acabó la carrera universitaria de Química en la Universidad Central de Madrid (hoy Universidad Complutense) y fue una de las cinco mujeres de su promoción. Después fue profesora de Física y Química en el Colegio de las Irlandesas y en el Liceo Francés de Madrid.
De 1950 a 1956 estuvo en México donde empezó con jóvenes universitarias el trabajo apostólico y de formación cristiana del Opus Dei. Su prioridad era cumplir la voluntad de Dios y ayudar a cada persona con desinterés y cariño. Desde 1956 se estableció en Roma, donde colaboró con San Josemaría en el gobierno del Opus Dei; a él lo había conocido en 1944 y ella dijo del santo: “Tuve la sensación clara de que Dios me hablaba a través de aquel sacerdote”.
Por motivos de salud, se trasladó a España en 1958 y reemprendió la enseñanza y la investigación en ámbito científico. Concluyó su tesis doctoral en Química y fue pionera del Centro de Estudios e Investigación de Ciencias Domésticas (CEICID). En todas sus acciones se reflejaba su anhelo de amar a Dios con su trabajo, su amistad y una honda alegría que transmitía de paz y serenidad.
Como consecuencia de una enfermedad del corazón, falleció en Pamplona, con fama de santidad, el día la Virgen del Carmen en 1975. Tenía 59 años. El proceso sobre la vida, las virtudes y la fama de santidad de Guadalupe comenzó el 18 de noviembre de 2001 en Madrid.