Cuando una ciudad abre su temporada, como ocurrió este año, con la X versión de la Serie de grandes pianistas del teatro de Colsubsidio y la cierra, como ocurre en las grandes capitales, con la presentación del ballet Cascanueces¸ con el Ballet de Santiago de Chile en el Teatro Mayor, pues no es exagerado afirmar que definitivamente la capital colombiana entró en las grandes ligas.
La temporada 2018 fue excepcional. Hacer el recuento pormenorizado de todo lo ocurrido este año es una faena poco menos que imposible. Sin embargo, hay eventos que resulta imposible dejar pasar inadvertidos.
Por su trascendencia, haber hecho en la Catedral Primada, el ciclo de 17 conciertos con la obra completa para órgano de Johann Sebastian Bach, tuvo un enorme significado. Porque es música muy compleja que demanda una organización y logística que resultó impecable. Pero sobre todo, porque la respuesta del público fue multitudinaria; sin excepción hubo cola en la Plaza de Bolívar desde el medio día para conciertos que con absoluta puntualidad empezaron a las cinco de la tarde, con la nave central abarrotada y centenares de espectadores, de pies, en las laterales: algo debe estar ocurriendo en la vida cultural de Bogotá para ocurra algo así.
Sin embargo, quien tuvo el gran liderazgo de la vida musical fue el Teatro Mayor. Y ese sí fue un verdadero milagro. Porque si la Catedral está en el corazón mismo de la ciudad, rodeada del Capitolio, la Alcaldía, el Palacio de Justicia y apenas a unos pasos del Palacio de Nariño, el Mayor está en los extramuros, en el lejanísimo norte y para llegar allá hay que invertir tiempo y sobretodo mucha paciencia porque el tráfico es una verdadera tortura.
Tiene el liderazgo porque es un teatro como cualquiera de los grandes del mundo, donde a lo largo de este año desfilaron, además de las orquestas que tienen su sede en Bogotá, orquestas internacionales, agrupaciones de ballet y danza moderna, nacionales e internacionales, solistas, coros, grupos de cámara, en fin.
Apenas para citar unos pocos ejemplos, porque como dije, el recuento pormenorizado es imposible, en marzo puso la primera “Pica en Flandes2 con la presentación de la ópera de Kurt Weill, “Auge y caída de la ciudad de Mahagonny”, un título de capital importancia del repertorio de la primera mitad del siglo XX, pero no una ópera popular, que se presentó en coproducción con el Teatro Municipal de Santiago, la Ópera Nacional de Chile y el Colón de Buenos Aires. Si se quiere, fue una audacia. Pero le dio al público la oportunidad de disfrutar de un espectáculo sencillamente sublime, por cierto, con una actuación impecable e inspirada de la Filarmónica de Bogotá. Eso no se puede negar.
Apenas unas semanas después, con un lleno hasta la bandera, ocurrió la segunda presentación de la Orquesta Filarmónica de Viena, dirigida por Gustavo Dudamel. Hablar de la Filarmónica vienesa, para qué negarlo, es hablar de la primera orquesta de mundo, lugar que comparte, a lo sumo con la Filarmónica de Berlín, o con el Concertgebouw de Amsterdam. Un lujo que el Mayor pudiera presentarla por segunda vez y más aún, con la batuta de Dudamel, uno de los grandes directores del mundo y un personaje que se había hecho familiar para el público del teatro gracias a sus presentaciones con la Sinfónica Simón Bolívar: el año pasado el Régimen de Venezuela canceló las presentaciones de la Simón Bolívar y Dudamel, así, pues, no fue mala idea ovacionarlo, como de hecho ocurrió, con la orquesta de Viena en obras de Brahms y Tchaikovsky.
Sigo con cuatro conciertos de los muchos programados allí; porque resultaron fuera de serie. El de la pianista Valentina Lisitsa, que es una de las grandes estrellas de nuestro tiempo y un caso único, porque primero se hizo famosa como celebridad de “YouTube” y luego de las salas de concierto: qué noche nos deparó la ucraniana con su versión de “Gaspard de la nuit” de Ravel y luego “Cuadros de una exposición” de Mussorgsky.
Otra de las grandes noches corrió por cuenta del pianista Simon Ghraichy que literalmente sedujo al público con una de las obras más complejas y difíciles de todo el repertorio, una partitura de esas que pocos, muy pocos se atreven a afrontar, la “Humoreske op. 20” de Robert Schumann; luego, el pianista de las múltiples nacionalidades -francesa, mejicana, libanesa- llevó al público en un recorrido por repertorio iberoamericano.
La tercera fue para otra gran seductora del piano, la china Yuja Wang. Para algunos, y debo decir que me cuento entre ellos, Wang es más una gran virtuosa que una pianista trascendental en términos de profundidad. Pero, no se puede negar, es una de las grandes figuras de nuestro tiempo, el dominio técnico que posee y su musicalidad por fuera de cualquier sombra de duda, ameritan que sea invitada a todos los grandes escenarios del mundo. La verdad es que “se ha puesto el mundo por montera2, aparece enfundada en trajes inverosímiles que forran provocadoramente su cuerpo escultural como desafiando al auditorio, así lo hizo en Bogotá, y como en tantos lugares del mundo, al final de su recital, con obras de Chopin y Prokofiev, puso al teatro a sus pies… porque toca como un verdadero diablo.
Finalmente, pues el violonchelista Mischa Maisky, que hace apenas un par de semanas demostró su clase de gran músico con el “Concierto de Dvořák” acompañado de la Filarmónica de Bogotá.
Y si a ello se agrega que el menú musical de Bogotá tiene, además, los conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango, dos temporadas de zarzuela y los Musicales de la Compañía de Missi, pues sí, es un hecho que la música “Clásica”, o como se la quiera llamar, fue una de las grandes protagonistas del 2018.