Recorrer sus vías empinadas y empedradas es retornar a la época colonial y descubrir la historia que guarda cada rincón del departamento
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Como si estuviéramos detenidos en el tiempo. Esa es la sensación que se tiene al visitar Quindío, uno de los departamentos que pareciera quedaron atrapados en la época colonial de la Nueva Granada, donde los españoles dejaron una firma indeleble, que marcó parte de la cultura colombiana.
Esto sucede en varios municipios de este departamento, que aunque geográficamente es uno de los más pequeños, se convierte en un gigante turístico por la infinidad de lugares para apreciar y disfrutar.
Salento, Filandia, Santa Rosa de Cabal, Pereira, y otros municipios más, se caracterizan por coloridas tonalidades y balcones de madera que engalanan sus calles, tan empinadas como atractivas.
Pero además de las casas coloridas y coloniales, la amabilidad de la gente es una receta más para que estos sitios se conviertan en un botín de la cultura cafetera.
Precisamente, son los cafeteros quienes se reúnen cada tarde en la Plaza Principal de cada uno de los mencionados municipios para dar inicio a unas tertulias que exaltan con orgullo los elementos que componen el paisaje cafetero del Quindío. Los cafetales e innumerables sitios de venta de tazas de esta bebida, cultivada y producida por campesinos que viven en la región, son otro ‘trago’ dulce para oler y saborear. Además es lo que convierte a la región en destino obligado para los amantes de la llamada bebida nacional.
Y aunque Huila es la región que más produce café, Quindío es el que aún conserva las tradiciones que representan el insigne grano y el que mantiene viva la cultura de un buen cafetero.
La calle del tiempo detenido
Una de las calles de Filandia, ese pequeño municipio de no más de 15 mil habitantes, es como un viaje al pasado ya que da la percepción de que se hubiera quedado atrapado en el tiempo, por allá en la época de la colonia.
Un letrero en madera que precisamente lleva tallada la corta frase: “La calle del tiempo detenido” da fe de lo que es ese municipio, pues su esencia es llevar al turista a tiempos pasados y quedarse allí.
Sus casas coloniales, como las otras que caracterizan a su vecino Salento, son una parte de lo que significa regresar a lo que los conquistadores españoles llamaban, en 1540, “La Provincia Quimbaya”.
En la época de lo que se llamó el Bogotazo, esa guerra política entre liberales y conservadores que se extendió por todos los rincones del país, Filandia por más pequeño que era, estuvo fuertemente dividido.
Los pobladores decidieron pintar sus casas de azul y rojo además de que estas adornaban las calles con estructuras en forma de “C” y “L”.
Cuando dieron por terminada esa sangrienta época, los habitantes la mantuvieron viva pero más allá del tinte político, preservaron los colores característicos de conservadores y liberales en sus casas.
Filandia, la madre del Quindío al ser el municipio más antiguo después de Salento, ofrece algo más que actividades turísticas comunes, pero eso sí, como diría un filandés por ahí: "Primero arreglemos la casa y ahí sí el resto".
Y es que precisamente ese es el lema del quindiano: mostrar, además de su amabilidad, que cada rincón de su departamento y municipio vale la pena y sobre todo que las personas que pisen sus calles empinadas y empedradas van a enamorarse una vez más de su atractiva topografía.
Más que actividades turísticas son ejercicios para deleitarse con un ‘hogar inmenso’, adornado con calles coloridas, el cual está en medio de unas gigantes montañas teñidas de verde gracias a su abundante vegetación.
Eso es Filandia, el sitio que poco a poco, gracias a entidades como Fontur y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, se está convirtiendo en un imperdible destino. Pero eso sí, atravesar este rincón del Quindío se debe hacer, sí o sí, en un Jeep.
Filandia es ese pequeño lugar que pocos conocen pero que en definitiva está apostando todas sus cartas a promover un turismo que enamora.
Más que café
Si bien uno de los atractivos del departamento es su aroma a un buen café, no es el único.
Deleitarse con los paisajes que ofrece cada rincón de esta región del centro del país es uno de los planes imperdibles, empezando por Salento.
Este municipio es reconocido por sus calles coloniales, muy parecido a Filandia, pero su riqueza va más allá. La historia que cada rincón guarda es un verdadero tesoro cultural. Esto por ser el lugar más antiguo del departamento, llamado con orgullo por sus habitantes como “el gran padre del Quindío”.
Pero es justo aquí cuando la puerta de la naturaleza se abre a una inmensa posibilidad de conocer una insignia del país: el Valle del Cocora, el paisaje encerrado en la cordillera central de Los Andes.
Su gran extensión alberga la palma de cera y otras especies endémicas, pero como es costumbre para la naturaleza, la lucha contra la mano depredadora del hombre parece estar perdiéndose.
Expertos consideran que medio siglo sería el tiempo menos pesimista para que se pueda disfrutar, al menos un poco, lo que queda del Valle del Cocora.
“La ciudad de las puertas abiertas”
“Es que aquí de verdad tenemos las puertas abiertas pa’ todo el mundo”, dice un hombre de 70 años con un acento propio de los pereiranos.
El Eje Cafetero ofrece precisamente eso, la mano extendida a cualquier ‘paisano’, como con cariño y autenticidad califican al turista.
Cada pereirano tiene presente la historia de su ciudad y el por qué es la única que se atrevió a dejar en el centro de la urbe un Simón Bolívar desnudo. Cualquiera pensaría que es una ofensa al histórico personaje, pero en realidad es tomarse muy en serio el significado de “Libertad”.
Y, aunque Pereira es la capital del Eje y se pensaría que el día a día allí va corriendo más rápido que Salento y Filandia, esta ciudad deja ver que el Quindío, Risaralda y otros departamentos que componen la gran zona cafetera, siguen aferrándose a lo que se dijo ente líneas: las calles del tiempo detenido.