La idea de hacer un evento centrado en las “Fábulas y la narración fantástica en la música del siglo XX”, empieza a naufragar
Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
Cartagena
A ESTAS alturas todo parece indicar que la posibilidad de que ocurra un milagro musical, o una noche memorable aquí en Cartagena, es bastante remota.
Porque la extraordinaria interpretación de Nubes y Ferias y Ma mère l’Oye de las hermanas Labèque la tarde del martes no es suficiente para hablar de un gran suceso.
La idea de hacer un festival centrado en las “Fábulas y la narración fantástica en la música del siglo XX” parece ser, empieza a naufragar. No es gracioso escribirlo, porque se trata del trabajo de un equipo que ha trabajado a lo largo de todo un año. Pero como en los asuntos del fútbol, alguien tiene que asumir la responsabilidad, y ese alguien parece ser el director general del festival, Antonio Miscenà.
Omar porras: trastada número 2
Luego del fracaso estrepitoso de la Historia del Soldado en el cerro de La Popa del domingo, era de esperarse un mínimo propósito de la enmienda en su actuación como narrador en Pedro y el lobo el martes pasado en la “Noche rusa”; que trajo como abrebocas el debut del pianista central del festival en “3 fragmentos de Petroushka” de Stravinski, un trozo que parece sobre medidas para los poderosísimos medios del armenio Sergei Babayan, por su sonido colosal y su fogosa interpretación. Eso estuvo muy bien.
Enseguida, la orquesta Orpheus, siguiendo con esto de la música “sobre medidas” hizo la Serenata en do mayor de Tchaikovski, que como no ofrece mayor conflicto de orden expresivo a la agrupación, y está, como todo lo de Tchaikovski, divinamente orquestada, emocionó hasta los tuétanos al ingenuo auditorio “jetsetero” del festival, y los músicos le bisaron el Vals de la Serenata.
Pero Porras de nuevo la embarró. Parecía decidido a hacerlo. Primero se paseaba por los salones del teatro antes de que empezara la función y, después, mientras la orquesta tocaba la Serenata, hacía lo propio al fondo del escenario. No me voy a extender demasiado con este asunto, pero la idea de Prokoviev de hacer de Pedro y el lobo un cuento musical no pudo ser, porque al igual que en La Popa, Porras se sobreactuó y extendió hasta lo intolerable el libreto original, recurrió a todos los lugares comunes del teatro amateur hasta convertir la encantadora pieza en algo fatigante y aburridor. La orquesta, la Orpheus, no pudo hacer nada con una obra que, como la serenata, era perfecta para sus naturales limitaciones.
Babayan: el pianista aplastante
La actuación de Sergei Babayan la noche del martes con los 3 fragmentos de Petrushka de Stravinsky generaba expectativas para su verdadero debut del miércoles, en la Capilla de Santa Clara donde interpretaría Cuadros de una exposición de Mussorgsky.
Ya alguien le censuró duramente que el martes a Babayan que tocara el Stravinsky con partitura. El miércoles las 3:00 de la tarde ¡lo mismo!
Podría pasarse por alto. Pero es que su interpretación fue realmente desagradable. Fue obvia su falta de dominio musical de la Suite y, me hizo recordar aquella sentencia de que no se trata de meter la cabeza en la partitura sino la partitura en la cabeza. La suya fue una versión torpe, vulgar, no sonora sino francamente ruidosa, limitadísima en matices y con sonido monumental o telúrico; pero nada más. Porque la música y la fantasía brillaron por su ausencia.
Comparar es odioso, pero siempre resulta muy útil: hace exactamente un año, en la Serie internacional de grandes pianistas de Colsubsidio Alessio Bax hizo una interpretación extraordinaria apasionada y asombrosa de los Cuadros; esto para no traer a cuento la histórica que tocó Ivo Pogorelich en la Luis Ángel Arango.
Confieso que me sentí absolutamente incapaz de presenciar la parte complementaria del programa, con obras de Debussy y repetición del Stravinsky.
Noche española
Al director del festival lo fascina eso de la noche francesa, la noche rusa, la gitana, la antillana, etc. La del miércoles a las 7:00, nuevamente en la capilla de Santa Clara, fue la Noche española con el dúo de guitarras de Sergio y Odair Assad y la mezzosoprano Cristina Zavalloni.
Muy bien el dueto tocando en su inmensa mayoría transcripciones de obras de Sor, Moreno Torroba, Albéniz, Granados y Rodrigo. Jugó en su contra la monótona escogencia de las tonalidades, demasiado cercanas entre sí y la poco afortunada amplificación. El resultado fue una ola de aburrimiento en el auditorio, que se evidenció, por ejemplo, en dos de mis vecinas, ambas miembros selectísimos del jet-set criollo; vestían sus mejores galas cartageneras; en la fila inmediatamente adelante, en impecable lino naranja, la dama entabló con su vecina, en sutilísimo velo verde manzana, una deliciosa conversación a lo largo de todo el recital. A mi derecha, corredor de por medio, fila O, en un traje muchísimo más llamativo que los anteriores, con un formidable collar en oro, la señora se abstrajo del mundo y sencillamente ¡chateó! deliciosamente con el fondo de la música de Sor, Granados, Rodrigo etc….no se inmutó ni por un segundo.
Porque así es el público aquí. Divinamente vestido, con las mejores joyas, los mejores maridos, las mejores sonrisas y soportando el concierto, que era en realidad un preludio al evento social de turno, que en el caso del miércoles, era una elegantísima cena alrededor de la piscina de uno de los hoteles más chick de la ciudad.
Así que a ese público, ansioso de pasar a manteles a la luz de las velas, poco le preocupó la regular versión de las Siete canciones populares de Manuel de Falla que cantó Cristina Zavalloni con los Assad.