Masecki y Rogiński, fenómenos de la música clásica contemporánea | El Nuevo Siglo
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Domingo, 5 de Noviembre de 2017
Tanto Rogiński como Masecki nos invitan a mirar de manera renovada obras establecidas del repertorio, revelando cosas nuevas sobre ellas y sobre nosotros mismos como oyentes, reevaluando no sólo las composiciones, sino su historia interpretativa. Chopin, referente en ambos casos

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LA HISTORIA de la música clásica occidental ha sido la historia de una complejidad cada vez mayor en su notación: desde los cantos gregorianos cuyos escuetos precursores del pentagrama no incluían siquiera valores rítmicos, hasta las partituras de un Mahler, cuyas indicaciones llegan a ser de una especificidad casi cómica. Este desarrollo ha llevado paralelamente, quizás de forma aún más determinante, a la pérdida de control sobre el producto musical final por parte del intérprete, a favor del compositor. A medida que la especificidad de la notación fue incrementando, la libertad del intérprete fue disminuyendo, hasta llegar a la cultura musical de principios de siglo XX que sigue predominando entre nosotros, en la cual los intérpretes se consideran muchas veces como meros vehículos de la visión del compositor.

En los años 1950, compositores como John Cage, Terry Riley y David Tudor experimentaron con partituras más abiertas, donde buena parte o incluso la mayoría del control sobre la obra recaía en manos de los intérpretes, cuyas guías eran generalmente poco más que algunos parámetros simples, en lo que se vino a conocer como música indeterminada o aleatoria. Recientemente ha surgido otro acercamiento, quizás más conservador pero no por ello menos llamativo al problema de la participación del intérprete en el producto musical final, un acercamiento a obras establecidas del repertorio con reverencia y respeto pero con libertad absoluta y confianza en las ideas musicales propias. Dos intérpretes polacos, el guitarrista Raphael Rogiński y el pianista Marcin Masecki, han publicado álbumes este año que nos permiten explorar este emocionante desarrollo dentro de la música clásica.

 

Raphael Rogiński - Plays Henry Purcell

Raphael Rogiński es un guitarrista polaco cuyos caminos generalmente lo llevan por el mundo del jazz (ha publicado recientemente un álbum de interpretaciones de John Coltrane) o por la música étnica de varios pueblos, en particular aquellos del Oriente cercano, zona de la cual interpreta con frecuencia varios instrumentos autóctonos.

Como es de esperarse con esta hoja de vida, su acercamiento a la obra de Henry Purcell, el más célebre compositor del barroco inglés, no es para nada convencional. Esto se hace evidente desde el comienzo con la impactante instrumentación: dominada por guitarras, tanto acústicas como eléctricas, tocadas con el melancólico abandono de un John Fahey, acompañadas de extraños sintetizadores y la misteriosa voz de Olga Mysłowska, que flota por encima de la música como una visitante fantasmagórica.

Luego viene la selección de las piezas, extraídas aparentemente al azar del amplio catálogo de Purcell, mezclando lo instrumental con lo vocal, lo operático con lo camerático, y permitiendo otra decena de contrastes poco usuales. Lo que unifica a las piezas elegidas es su atmósfera; Rogiński opta por mantener y explorar un ambiente constante de nostalgia, y ordena las piezas para tener un flujo ideal entre las más y menos activas, al igual que entre las distintas texturas instrumentales. En este sentido el álbum está construido con un método similar al de un buen disco de rock, y no nos sorprende encontrar entre las influencias que menciona Rogiński en entrevistas a grupos como Led Zeppelin y Joy Division.

A pesar de tantos referentes modernos dentro del álbum, Rogiński respeta la esencia de estas piezas, y permite que las inmortales melodías de Purcell estén siempre al centro de la interpretación, siendo todo el andamiaje contemporáneo su manera de resaltarlas y fortalecerlas. Cuando se llega al final del disco, con aquel inolvidable lamento de Dido, la violenta retroalimentación de la guitarra eléctrica se siente como un acompañamiento necesario, casi  inevitable de este clásico operático, al punto que es fácil pensar que Purcell, de haber tenido acceso a esta herramienta, la hubiera utilizado también.

 

Marcin Masecki - Chopin nokturny

Marcin Masecki, nacido, al igual que Chopin, cerca a Varsovia, es un joven pianista educado en Berklee College of Music. A pesar de su educación contemporánea en esta institución y de su predilección inicial por el jazz, su carrera lo ha mantenido muy cerca de su natal Polonia, y sobre todo, cerca del más célebre entre sus compatriotas compositores: Fryderyk Chopin. Habiendo grabado ya selecciones de polonesas y mazurcas del gran compositor, ha publicado este año un disco con ocho de sus nocturnos.

Cuando el disco comienza nos impacta inmediatamente, pues lo primero que oímos, teóricamente el famosísimo Nocturno en Si menor de la Op.9 según el título de la pista, claramente no es Chopin. Pronto comienza la inconfundible melodía del más famoso entre los nocturnos, pero la impresión es correcta; Masecki comienza su disco improvisando una nueva y juguetona introducción para una de las piezas más inmediatamente reconocibles de todo el repertorio clásico.

Después de este inesperado comienzo, las interpretaciones se mantienen por lo general fieles a la partitura de Chopin, a la manera convencional, con una que otra excepción. La distinción del disco de Masecki viene de otra parte, las libertades que se toma son más sutiles. Lo primero que resalta es la baja fidelidad de su grabación; se escuchan los engranajes de la cinta y los movimientos de micrófonos, al mejor estilo del rock independiente “lo-fi,” como Pavement o The Microphones. Esto, combinado con la extraña inocencia y levedad que infunde Masecki en los nocturnos, genera un ambiente de intimidad que está muy alejado tanto de la sala de conciertos como de las canónicas grabaciones de sellos emblemáticos como Deutsche Grammophon.

Con su grabación íntima, su falta de pompa y sus pequeños detalles improvisados, Masecki logra de cierta manera acercarse mucho más a Chopin, quien vale recordar, odiaba dar conciertos públicos, y prefería presentar sus obras en recitales íntimos en los salones de la aristocracia parisina. La melancolía palpable pero siempre controlada y elegante de esta grabación se aleja también de la manera dramática en la que históricamente se han abordado estas piezas, un alejamiento que nuevamente quizás acerque a Masecki aún más al compositor, quien admiraba a Bach, Mozart y la ópera italiana, y no tenía ni a Beethoven ni a su contemporáneo romanticismo en la mayor estima.

Tanto Rogiński como Masecki nos invitan a mirar de manera renovada obras establecidas del repertorio, revelando cosas nuevas sobre ellas y sobre nosotros mismos como oyentes, reevaluando no sólo las composiciones, sino su historia interpretativa. Así como nos abren nuevos caminos, nos acercan también más al pasado, al inigualable legado de la música clásica occidental. Sus nuevos acercamientos nos demuestran la maleabilidad y flexibilidad de dicha música, su capacidad de ser íntima para nosotros a pesar de los siglos, en fin, su carácter verdaderamente eterno.