Para nadie es un secreto que existen diferencias significativas dentro de los países latinoamericanos en cuanto a equidad y acceso a las oportunidades de la niñez en materia de educación, no obstante las exigencias de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) así como de los organismos multilaterales en materia de financiación, que analizan las naciones, entre ellas, la OCDE que cada día le pone más condiciones a los países en desarrollo, para adecuarse a su parametrización de condiciones propicias para el crecimiento en diferentes áreas.
Entre esas condiciones, desde 1997 la OCDE lanzó el Programa para Evaluación Internacional de Alumnos, conocido por sus siglas en inglés como PISA, que en realidad es un estudio de los resultados que tiene como objetivo evaluar los sistemas educativos de todo el mundo a través de un examen por computador, de dos horas de duración, acerca de las habilidades y conocimientos de los estudiantes que están en los 15 años, en tres áreas principales: lectura, matemáticas y ciencias.
Los resultados de ese estudio comparan, los países de América Latina y el Caribe con las de los países de la OCDE que no pertenecen a la región mencionada y que son la muestra de las condiciones de formación educativa de nuestros niños y niñas preadolescentes y adolescentes.
Desde 2006, el Ministerio de Educación, a través del Icfes administra la prueba en Colombia y, desde el primer momento, ya más de quince años, los resultados no nos han sorprendido, pues hace falta darle mayor alcance al sistema de aseguramiento de la calidad para la formación de nuestros futuros adultos.
El problema radica en que los examinados no saben leer, pues la competencia lectora es una de las más débiles. En ella se evalúa la comprensión, el uso, la evaluación, la reflexión y el involucramiento con los textos, que a veces pasan sin pena ni gloria. No hay sino que comprobarlo cuando en diciembre se pide en reuniones familiares o empresariales a las personas católicas que lean la novena de aguinaldos y aunque términos como “prosternado en tierra” son confusos, nadie logra entender, ni convertirse “en un personaje más”, para poderse involucrar en el texto que lee o acaba de leer.
En los más recientes resultados, Colombia retrocede: pasaríamos de 412 a 362 puntos, según estimados del Banco Mundial, no solo como culpa de la pandemia del covid, lo cual es grave teniendo en cuenta que el mínimo referencial en los países OCDE es 487.
Los resultados, en realidad malos resultados, muestran el retraso en el aprendizaje, la deserción, la falta de compromiso en el equilibrio docente-educando y las brechas de aprendizaje acentuadas por el cierre de colegios (con apoyo sindical, pues los maestros fueron los opositores al regreso a las aulas), la brecha tecnológica y falta de acceso a recursos informáticos de los estudiantes durante estos dos años; la falta de apoyo psicológico y otras medidas remediales como tutorías y consejerías para los estudiantes, así como la falta de orientación profesional para la escogencia de salidas profesionales, tecnológicas y técnicas para los bachilleres; las condiciones socio culturales del país multiétnico, así como la falta de presencialidad, e incluso de clases virtuales a cargo de docentes irresponsables o sin herramientas para dar su clase, o, atacados por el virus.
Pero, nos hace falta desarrollar en los menores el pensamiento crítico en el método de enseñanza -cualquiera que sea-, que se utilice de acuerdo con el PEI de cada institución. Hace falta comprender, evaluar y reflexionar y localizar la información útil.
Por otro lado, la evaluación de matemáticas evalúa contextos, procesos y contenidos y, en el área de ciencias, se miden contextos, conocimiento, competencias y actitudes. Vuelve y juega, la vaga formación para formar mentes que puedan evaluar críticamente su proceso formativo, requiere de procesos constructivistas, donde los docentes no solo sean guardianes del aula, sino facilitadores del aprendizaje y donde los estudiantes se apropien de su proceso formativo como protagonistas de su formación. Hace falta hacer que los estudiantes sueñen y que lo hagan en grande.
Los resultados que la OCDE mide hacen parte de un puntaje promedio, niveles de desempeño, indicadores de tendencia e indicadores contextuales, pero, la evaluación de estudiantes y rectores, pues a estos también se aplica la prueba, le generan información a los responsables de la política educativa sobre cuatro temas principales: Resultados no cognitivos (a qué aspira el estudiante en su proceso de aprendizaje); antecedentes de los estudiantes (lo que en educación superior denominamos caracterización); procesos de enseñanza y aprendizaje y políticas del establecimiento educativo, que incluyen diferentes variables.
2015 fue el año en que más estudiantes fueron medidos con las PISA en Colombia y, en 2018, el porcentaje de estudiantes de sexo femenino fue el 51% y masculino del 49%, pero, de ellos, 2.636 eran de colegios rurales, 3.202 de colegios públicos urbanos y 1.642 de instituciones privadas. Eso significa que el 22% pertenece a lo que sería un grupo de privilegiados cuyos padres pueden pagar la educación privada y, el 78% corresponde a estudiantes de la educación pública y, aunque no me quisiera referir al ‘apartheid educativo’ que comentan en “La quinta puerta”, Mauricio García Villegas, Leopoldo Fergusson y Juan Camilo Cárdenas, si vemos la conformación del grupo evaluado y, los resultados correlativos con su formación desde el sector público, que analiza cómo la educación en Colombia agudiza las desigualdades en lugar de remediarlas.
Si bien los estudiantes colombianos tienen unos resultados por encima de muchos países de la OCDE, particularmente de Europa oriental, África y Asia, con Brasil y México no hay diferencias significativas, ubicándonos como el sexto país con mayor puntaje entre los países latinoamericanos participantes hasta la versión anterior, con un resultado mínimamente superior al registrado por el agregado de los países latinoamericanos participantes en PISA 2018, sin que hayamos llegado a una verdadera calidad en la educación.