Por Carlos Vásquez-Zawadzki
La génesis del romanticismo colombiano ocurriría –discursivamente en poesía, prosa y aún dramaturgia— “en el momento preciso de la guerra emancipadora” (…), “simultáneamente con las tertulias de Santa Fe y con la publicación de los Derechos del Hombre” (…), tomando su inspiración de los románticos de Francia e Inglaterra” (1), antes que la obra de Echeverría (1805-1851), en Argentina,
En efecto, y revisándose el canon de la primera mitad del siglo XIX en América, José María Gruesso (1779-1835), José María Salazar (1785-1828) y José Fernández Madrid (1789-1830), habrían seguido los pasos del romanticismo inglés y francés y roto la tiranía seudoclásica: “hombres de letras o intelectuales tipo que, comprometidos con el destino de la naciente nación, ejercieron su función mediadora tanto en su verso como en su prosa, dejando así testimonio de momentos fundamentales en el devenir histórico de la vida política de la nación”. A los citados arriba, se sumarían Luis Vargas Tejada, Juan Domínguez Roche y Josefa Acevedo de Gómez.
“En la mediación realizada por esos publicistas-poetas se configura tanto la concepción política de una nación en ciernes como su postulación estética: se trataba de personas que estaban haciendo y diciendo esa nueva patria” (2).
Héctor H. Orjuela señalará a José María Gruesso como el iniciador del romanticismo en el país. Al respecto escribe García Valencia: “Fue por su vida y por su obra la encarnación del romanticismo nuestro. Hubo en su existencia un hecho trágico determinante, que dio tono y razón de ser de su lirismo”, la muerte inesperada de la bella Jacinta Ugarte, en 1804, su prometida y con quien se desposaría para regresar a Popayán: Triste y desencantado abandonó entonces sus proyectos mundanales y en el Colegio de San Bartolomé recibió el sacerdocio (1806). Ya en la ciudad blanca ejercería su ministerio y se dedicaría a la formación de la juventud.
Gruesso, en Bogotá, había hecho parte de la Tertulia Eutrapélica, integrada por Manuel del Socorro Rodríguez, José M. Montalvo, y Joaquín Gutiérrez, tertulia que aglutinaba a los escritores, para respaldarse entre ellos. Otras tertulias santafereñas fueron el Casino literario de Antonio Nariño, reuniendo con sentido revolucionario a hombres de ciencia y estudio, periodistas, profesores y viajeros ilustres como C. Torres, Fco. José de Caldas, J. A. Ricaurte, Fco. Tovar, J. Tadeo Lozano, Fco. Zea y J. Camacho. Así mismo la del Buen gusto, de Manuela Sanz Santamaría de Manrique, adonde se adelantaban lecturas serias.
Gruesso integraría, a su vez, el grupo de poetas de Popayán, con José María Valdés, Francisco A. Rodríguez, Fco. A. Ulloa y Mariano del Campo, influidos por los pre-románticos Young (y su literatura lúgubre y tenebrosa) y Gray.
José María, en Popayán, ingresó a su regreso a los claustros bartolinos –donde había cursado jurisprudencia--, marcado por ‘una incurable melancolía’. Poco después iniciaría la escritura de Las noches de Geussor (anagrama de Gruesso), enunciando su dolor y pérdida de Jacinta Ugarte. De los treinta cantos o noches, Vergara y Vergara sólo conoció tres de ellos: las Noches 1, 2 y 3 (todos se habrían perdido, quizás definitivamente) y una Introducción, en prosa.
En cuanto a Las noches…, se lee en Historia de la literatura en la Nueva Granada: “El metro que escogió, y era el favorito de Gruesso, es el romance endecasílabo (…). Las noches era la obra que trabajaba: una Introducción manuscrita que dejó, y que no escribió sino para él mismo, es lo fugaz, lo que no debía salir a la luz. La obra estaba trabajada con todas las reglas del arte, y nada vale; la Introducción está trabajada sin más reglas que el dolor, y vale mucho” (ya regresaremos sobre creación literaria romántica) (4).
Así, encontramos: << ¡Oh Dios eterno, ven pronto a socorrerme! Yo la miro… la miro que se levanta de su sepulcro… que me rinde y que me vence… ¡Ay, objeto idolatrado y causador de todos mis males! Vuelve a tu mansión de silencio y de quietud, vuelve a tu sepulcro, a tu noche sempiterna y sombría! ¡Has muerto a la luz; muere también en mi memoria! ¿A qué renovar la herida, la cruel herida que me hiciste? (…) ¡Ay, qué infeliz soy! ¿Cómo me dejo dominar de una pasión que se debía extinguir con la memoria de quien la excitó! ¡Un esqueleto pálido y frío! ¡Un sepulcro que encierra la juventud, las gracias seductoras con tantas lisonjeras esperanzas! (…). ¡Oh mundo engañador! ¡Quién no se aleja de ti! ¡Insensato, insensato de mí! >>.
Pulsiones de vida y muerte
Gruesso habría escrito en sus comienzos, y presentado a la Tertulia Eutrapélica y al grupo de Popayán, poesía erótica (también hoy perdida), que constituiría una afirmación de las pulsiones de vida, en el encuentro con su objeto de deseo. ¡Una afirmación de la vida, aún en la muerte!, como propone G. Bataille (5).
Pero, ahora, en la ciudad blanca, melancólico y triste, son las pulsiones de muerte las que lo habitan en su cotidianeidad: “(Un) marcado pesimismo que después de su trágica experiencia acompañó al poeta se percibe en sus escritos, en los que a manudo la presencia de la muerte y de pensamientos sombríos acerca del destino final de los humanos a penas se ven matizados por sus manifestaciones de su noble sentido de la amistad”, dice Orjuela.
A partir de 1806 y su regreso a Popayán –decíamos— se impone una labor en la instrucción pública. Allí escribe selectos Himnos para las escuelas (reedición en 1841, en Cali). En ellos, “domina la intención moralizante, aleccionadora, y la enseñanza de los valores esenciales de religión, patria y familia”. Por ejemplo: <<La patria en algún día/ tendrá hijos benéficos, humanos, / que se amen a porfía/ como dulces hermanos, / y la llenen de honor y de alegría>>.
Decir y hacer una nueva patria
Durante las guerras de Independencia, Gruesso, servidor de la Iglesia en calidad de canónigo penitenciario de la catedral, además de vicario general y provisor del obispado, habría defendido la causa realista.
En Popayán, coparticiparía en la fundación de la Universidad del Cauca y asumiría la Cátedra de Disciplina e Historia Eclesiástica. Es conocido su discurso de apertura de estudios, fechado en 1829; el siguiente párrafo es significativo: <<Yo hablo solamente del encanto inefable, del placer inexprimible que disfruta el literato, cuando en las diversas situaciones de la vida, o por necesidad, o por inclinación, se aleja del tumulto del mundo, y se consagra a la meditación en el silencio y en la soledad. Lo que para el ignorante es un suplicio, para él está lleno de encantos, y le proporciona los placeres más puros, y las más hermosas delicias. Porque el sabio aunque viva en los desiertos de Siberia, aunque experimente toda suerte de privaciones, encuentra dentro de sí mismo recursos para vivir en la más feliz tranquilidad>>.
Se ha afirmado la poca suerte de los manuscritos y obra de Gruesso, perdidos en gran parte. Ocurrió con su poesía erótica, los treinta cantos o Noches de Geussor, y al final, con uno de los dos cantos de Lamentación de Pubén.
Escrita el 1820 y publicada dos años después (en su dedicatoria leemos: <<La da a luz un colombiano, con la mira de que cesen las ruinas de este país, en beneficio de la prosperidad de Colombia>>), afirma H. H Orjuela: “Refleja esta composición las contiendas civiles surgidas en el Cauca después de la Independencia entre los patriotas insurgentes y las familias realistas de las que había numerosas en Popayán”.
Aquí Gruesso regresa al romance endecasílabo, como también a la voz poética que invoca ‘el genio del dolor’ (y que había guiado su escritura en la expresión de la pérdida de Lisis (Jacinta Ugarte): <<Ven a inspirarnos el doloroso idioma/ del amargo gemir, el triste acento, / con que debo cantar entre sollozos/ de mi Patria los lúgubres recuerdos>>. Allí, en la provincia, ya no reconocerá la tierra primigenia por la absurda guerra entre hermanos.
Culto a la matria: << ¡Olvidar a Payán!... ¡patria querida!/ ¿Pudiera yo olvidarte? No: primero/ dejarían de abrasar las vivas llamas/ que encierra el Puracé en su vasto seno…>>.
Desde una perspectiva crítico literaria se subrayan elementos románticos “y el sentimiento roussoniano de la naturaleza, con el hombre en íntimo contacto con el paisaje, la expresión de nostalgia, la presencia del cacique indígena, la evocación del pasado, la queja emotiva, etc., todo eso intensifica la índole romántica de la composición, a pesar de ser vertida en forma y retórica que aún se asocian al neoclasicismo”. Sumándose a su impronta romántica, “expresión emocional, nostálgica visión del pasado, intensificada por la aparición del cacique Payán, cadencia musical, dominio prosódico, cuidado estilístico y notable uso del lenguaje que coadyuva a crear el tono y el ritmo adecuados para el canto elegiaco”.
Límites/poéticos/ interrogantes estéticos
El romanticismo en Colombia –y por extensión, en América- sería una asimilación del europeo (y asimilar, recuerda un García Maffla, siguiendo a Camacho Guizado, “quiere decir hacer semejante, ajustar, esto es, transformar, modificar (…). El romanticismo cambia a América, pero América cambia al romanticismo, lo hace propio, le da unas características peculiares y concretas, distintas de las que posee Europa”.
Entonces advienen dos interrogantes: ¿en qué consiste lo americano del romanticismo? Y ¿Cuáles son las transformaciones que experimenta el romanticismo al ser asimilado por las culturas colombiana e hispanoamericanas?
El hacer creativo en el lenguaje (poiein) tuvo como marco la acción política: “Su herencia era familiar, social y familiar más que poética” (García M.). En este contexto, las creencias religiosas ahogarían “la dimensión crítica y afectiva de la que habría de nacer todo romanticismo auténtico y raizal”.
En Lamentación de Pubén, en el contexto anterior, se desearía conservar un pasado, reverenciándolo. En cuanto al esperado trabajo transformativo de las formas, se continuaría el cultivo de las tradicionales, clásicas y convencionales. “Sí, afirma García M., en rigor, no hubo aventura espiritual, tampoco la hubo formal” (6). Habría ‘construcción’ mas no creatividad literaria, sin profunda aventura y diferencias formales:
“El anhelo supremo de la mayor parte de la poesía romántica escrita en Colombia (…), fue el de volcarse hacia la meditación, el pensamiento sobre los temas humanos intemporales, meditación (…) que le sustrajo a esa poesía gran fuerza en cuanto a sus opciones líricas, su vibración humana o la intensidad de la emoción que la haría posible. El poeta hizo del poema una vía para la reflexión, la solución a su preocupación religiosa o la consideración moral, esto último en poemas que eran respuesta a la incitación del instante”.
Se habrían dejado atrás “los problemas exclusivos de la conciencia creadora o los del poema y las modalidades de la propia obra”. Y se asumiría “la dicción racional en oposición al apóstrofe lírico, la precisión a la pasión o a la vaguedad, en ausencia de ese gasto subjetivo individualizador que en un romanticismo más raizal habría de conmover las fórmulas y los recursos tradicionales de la escritura! (7).
Gruesso, patriota
En Pasto, donde había recalado en 1822, José María Gruesso se había encontrado con el Libertador: “Bolívar logró convertirlo en partidario de la Independencia”, afirma García Valencia. “Desde entonces su adhesión fue por los patriotas, convirtiéndose en un apasionado defensor del Libertador”, subraya Orjuela.
Su poema Al Libertador, lo afirma: <<Bendición y alabanza, / honor, salud y gloria/ al inmortal Bolívar,/ creador de Colombia>>. Y más adelante: <<En humanal familia/ unida ya Colombia/ con cadenas de flores/ Bolívar la aprisiona, / y con laurel circunda/ su frente vencedora; / la unión, la unión proclama, / la paz, la paz invoca./ Y la paz triunfante/ con jazmines y rosa/ el inmortal Bolívar/ en su placer corona, / y con bella sonrisa/ se dice, la gloria, / el honor, la alabanza al creador de Colombia>>.