El infausto suceso -con su secuela de tragedia y pérdida, como no podía ser de otra manera- ocurrió el pasado 3 de febrero de este 2020. A los 90 años de edad, murió Francis George Steiner. Un pensador que en medio de sus luces y sombras -como es propio de las personas humanas- había nacido en Francia, en un ya lejano 23 de abril de 1929.
Su legado, a partir de la literatura comparada y las reflexiones que de la misma derivó, es una herencia cultural muy valiosa, en la cual convergen selectivamente sus criterios, sus datos, su conocimiento, de manera universal. Uno de los pocos hombres cuya erudición y aportes se enraízan en la tradición de los “hombres del Renacimiento”.
Tal y como él mismo lo reconoció, su participación se basó en campos complementarios. Para citar sólo algunos de ellos: (i) teoría del lenguaje; (ii) traducción; (iii) filosofía de la educación; y (iv) crítica literaria. Las traducciones involucraron textos en alemán, francés, inglés, italiano, latín y griego. Se asumía como un trilingüe perfecto: cuando niño fue educado en alemán, inglés y francés. De allí, que como él mismo gustaba decir: “soy un hombre extraterritorial”.
A partir de su actividad en el ámbito de la literatura comparada, elaboró estudios, deducciones, contrastes de texto y contexto, con base en los cuales dio a conocer lecciones de vida, tanto en lo individual como para grupos, clases sociales, y como respuestas a grandes interrogantes. Se refirió a los grandes temas a los que inexorablemente, debe enfrentarse nuestra civilización.
Con base en esos aportes, su pensamiento ha ejercido influencia en los actuales discursos intelectuales y políticos, en particular desde los años sesenta. En todo caso, una reseña enriquecedora e interpretativa de los últimos 100 años del pensamiento de la humanidad y sus consecuencias, la podemos encontrar en la obra “Historia Intelectual del Siglo XX”, un legado de erudición que se lo debemos a Peter Watson (1943 -).
Con el fin de mencionar apretadamente algunas de sus obras, se tiene que en su trabajo “No Passion Spent” (1966) coloca una colección de ensayos con tópicos tan diversos como la estructura de los relatos de Homero, la filosofía de Kierkegaard, textos bíblicos y los planteamientos del sueño de Freud. Su obra “Grammars of Creation” (2001) se basa y actualiza contenidos de las “Conferencias Gifford” (1990) presentadas en la Universidad de Glasgow, en donde los temas van de la cosmología a la poesía. De allí el rasgo de “hombre universal”.
Al pensar en la obra de Steiner, veo la sistematización de la filosofía como pensamiento que busca los conocimientos más universales, entre uno de sus atributos fundamentales. Pero no sólo es eso la filosofía y en ella las contribuciones de Steiner son variadas. Allí tenemos los diferentes ámbitos filosóficos caracterizados por (i) la Lógica; (ii) la Axiología o teoría de los valores, la ética y la moral, la justicia y lo legal, la estética y la belleza; (iii) la Epistemología o teoría del conocimiento; (iv) la Ontología o teoría del Ser, relacionada con la Metafísica; y (v) la Historia de la Filosofía.
Se hace evidente el valor que para la escritura le reconocía Steiner. La importancia de lo escrito, lo escrito como un método de pensamiento en el cual debe converger la coherencia y sistematicidad de las ideas, su presentación lógica, armónica, la precisión; el respeto por lo escrito y su trascendencia. Estos fueron temas valiosos para Steiner y a los mismos les dedicó buena parte de sus esfuerzos.
Elogiaba el ejercicio de escribir y el trabajo de los escritores. En una entrevista señaló: “El mármol se pulveriza, el bronce se descompone, pero lo escrito sobrevive a su autor”. De esa cuenta, Gustavo Flaubert muere, pero le sobrevive Madame Bovary, uno de los personajes centrales que había creado. Steiner sostenía que: “El libro es entonces un fantasma, el vehículo de una paradoja de sobrevivencia. Es un milagro llevar, en un libro de bolsillo, comprado a bajo costo, voces humanas que pueden remontarse a tres mil años”.
Reconozco que el nombre Steiner me sonaba a referencia difusa, a reseña somnolienta que alguna vez había reconocido en un par de menciones en textos de literatura. Pero me adentré en mayor perspectiva y perspicacia en el contenido de su obra a partir de un libro que un amigo me regaló para un cumpleaños. Fue un genuino descubrimiento.
Pude constatar la profundidad de sus visiones, del compartir de sus hallazgos en búsqueda de eso que la filosofía si puede deparar: una concepción estructural, trascendente, fundamentos para la realización de un proyecto de existencia.
Digo lo anterior, porque veo contrastes. En estos tiempos en donde se impone la frivolidad, el acostumbrarnos a la barbarie, la decadencia y la violencia, como situaciones “normales de vida”; en estos tiempos en donde los cinismos degradados amenazan con su búsqueda de gratificaciones tan efímeras como inmediatas, vidas, frutos de vivencias, de proyectos de vida encaminados a la plenitud como el George Steiner, nos alientan con el sentido de la esperanza.
Ahora, en esta era donde prevalecen más moticones y menos palabras, ahora que existen ámbitos de “pensamiento chatarra”, incluso de desprecio al conocimiento y la reflexión; ahora que vivimos con el riesgo de lo “fragmentario”, en lo específico que no nos deja ver ni el bosque, ni la atmósfera, ni las raíces, Steiner nos comparte sus luces y sus visiones. Su obra se relaciona con ser un elogio al lenguaje, a la ciencia, a la filosofía. Un llamado al sentido valorativo, axiológico, de nuestra existencia. Una llamada a la construcción de civilidades y de cultura, una llamada en pro de legados trascendentes.
Es evidente que el desafío de dar sentido a nuestras existencias fue parte de las preocupaciones de Steiner. En tal virtud, y como una proposición destacable y retadora señaló: “La inmensa mayoría de biografías humanas son sólo un grisáceo relato que se desarrolla entre los espasmos domésticos y el olvido”.