Conozca el sitio en el que ‘Rin Rin Renacuajo’ revive cada día para ir a fiestas con Doña Ratona y caer en el pico de un pato glotón.
En la calle décima con carrera quinta hay una casa donde se pierde la percepción del tiempo, donde la realidad cambia de cara, donde los renacuajos usan sombrero, las mariposas aconsejan y los gatos se lavan los dientes.
Entre las paredes de esta casa nació Rafael Pombo. De niño recorrió el patio central lleno de flores y anduvo entre estos cuartos por los que hoy pasean otros miles de niños en la Fundación que lleva el nombre del poeta.
Creada en 1985, durante la presidencia de Belisario Betancur, la Fundación Rafael Pombo ha recibido en sus 28 años a más de dos millones de niños, especialmente de los sectores más vulnerables de la población. Desde entonces, ha impulsado la lectura al permitir que los jóvenes se acerquen libremente a los libros, sin ningún intermediario, dejando que ocupen el espacio como les parezca. Así los pequeños echan a volar su imaginación sin nada que los ate al suelo.
Pombo está presente en cada lugar de la casa. En un busto que descansa al lado de las escaleras que conducen al segundo piso, en los cuadros informativos que dan cuenta de su vida, en los muñecos gigantes de los personajes inmortalizados por su pluma y en las siluetas de colores que adornan la ventana de entrada a las salas de lectura.
Todos estos personajes nacieron en la década de 1860. Mientras trabajaba en la editorial Appleton & Co, durante su estancia en Nueva York, en las páginas de los libros que traducía Rafael Pombo encontró los protagonistas de sus poemas que, a la postre, lo convertirían en el escritor de literatura infantil más conocido de Colombia. En la antología Mother Goose Melodies, integrada por poemas de la tradición oral anglosajona en su mayoría anónimos, halló entre otros a «Simple Simon» («Simón el bobito») y «Frog He Would A-Wooing Go» («El renacuajo paseador»). En las páginas de Gotthold Ep hraim Lessing encontró la fabula «La abeja y el hombre». La misma editorial Appleton & Co publicó en 1867 la primera edición de sus Cuentos pintados.
Pombo fue un brillante adaptador, no un mero imitador. Sus fábulas están matizadas por elementos de la idiosincrasia colombiana. No fueron copiadas al pie de la letra, sino amoldadas escrupulosamente a nuestra lengua. Además, traducir rimas es un ejercicio mucho más dispendioso que traducir prosa. «El error consiste en que no se tiene en cuenta que cada idioma es un modo de sentir el universo o percibir el universo», asegura Jorge Luis Borges en su ensayo «El oficio de traducir». Y en ese error no incurrió Pombo, quien pintó un universo cercano, cálido para los lectores del país, que no se cansan de escuchar la musicalidad de sus textos.
Los martes a mediodía el balcón de la casa se abre para recitar la obra de Pombo a los transeúntes. Se trata de una de las actividades de la Fundación. En las salas también se lee en voz alta durante las Tardes Encantadas. Y en Colombia Lee, actores, políticos, escritores, reinas y demás personalidades les leen a los niños.
La Fundación Rafael Pombo comenzó con cien libros. Hoy su biblioteca alberga unos 4.000 volúmenes clasificados en nueve temas y tiene más de 600 afiliados. Desarrolla talleres de expresión creativa y formación; cuenta con un teatrino y una sala de conferencias. Esta casa es un rincón de calma en medio del bullicio del centro de la ciudad, para olvidar la realidad al sumergirse un rato en las páginas de un libro.