En la exposición se podrá degustar, de manera literal, las obras que hacen un análisis de los conflictos mundiales a través de la comida
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Una relación inagotable entre la comida y los conflictos fue hallada en el poder por el artista colombiano Omar Castañeda, quien descubrió en los territorios palestinos la gran influencia que ejerce el domino en distintos aspectos de la sociedad. Esa simbiosis se convirtió en una gran fuente de inspiración para crear el colectivo Food of War, el cual hace una reflexión sobre cómo los alimentos son transformados y creados a partir de las guerras y las implicaciones que hay detrás de los platos originarios de distintas partes del mundo.
Bogotá será testigo de la exposición de este colectivo gracias al Museo de Arte Contemporáneo que se convertirá en el escenario para que se exhiban parte de sus obras el próximo 15, en el que además de explorar esa relación alimenticia y conflictiva, narrará, por medio de la comida, la actual situación del país tras el posconflicto.
“Desde que somos pequeños, la comida representa un elemento de poder que nuestros padres tienen sobre nosotros: nos controlan con los alimentos, si nos portamos mal nos mandan al cuarto sin cenar y nos obligan a comernos todo lo que este en el plato. Luego, cuando uno se libera, o de alguna manera se independiza, elige su propia tribu, se vuelve vegetariano, come comida chatarra, se revela. De ahí nace esa relación entre conflicto y comida, y la injerencia que tiene el poder para que entre ellas haya tantas similitudes”, dijo a EL NUEVO SIGLO Omar Castañeda, creador del colectivo Food of War.
El artista, tras un viaje a Israel, descubrió cómo en los alimentos se representaba la crisis política del país y en el 2015 realizó el lanzamiento oficial del colectivo Food of War o Comida de guerra, en la ciudad de Londres. Desde entonces, junto a distintos creadores del mundo, ha pasado por países como México, Ucrania, España y Brasil donde el público ha acogido con gran positivismo esas piezas artísticas que ayudan a romper las fronteras.
Las obras, como menciona Castañeda, nunca son iguales puesto que la unión entre estos dos aspectos hace que posean diversidad. Un ejemplo de ello son las manzanas negras que formaron parte de la exhibición ´Sovietic Roullet’, la cual hacía referencia a las graves consecuencias que dejó la catástrofe de Chernóbil en los cultivos. Sobre la misma tragedia se creó ‘Black Cloud’ donde se representó la carga radioactiva que quedó en las nubes, las cuales transportaron este material a diferentes partes del mundo y afectaron a la población de varios países.
Pero la comida también puede ser un conflicto en sí misma como descubrió Omar en el hummus, una preparación a base de garbanzos cuyo origen es una pelea entre Israel y el mundo árabe, la cual varia en su uso entre una y otra región pero que cada cual reclama suya.
Para el artista “la exposición en Bogotá mira bajo varios puntos de cómo está el país después del posconflicto. Qué ha pasado en el Amazonas, cómo se están abriendo nuevos campos en la gastronomía, el hecho de explorar espacios que no eran de fácil acceso por la presencia de grupos armados, gracias a los que se están encontrando nuevas plantas, otros rituales con la comida y se conocen las historias de la guerra, que se pueden relatar y liberar a través de la comida para que esos episodios de violencia no se repitan”.
Tanto Castañeada como los demás artistas que participan en esta exhibición, tienen la misión de que la obra deje un mensaje de reflexión en las personas a través de la historia detrás de cada una de ellas.
“Una de las de las frases de Food of War es que cada plato de comida es una biopsia sociopolítica y cultural del punto geográfico y temporal de donde se come el plato. Por eso queremos que en el público quede establecida la idea que relaciona la comida y el conflicto, pero también que ellos se cuestionen acerca de lo que se consume, mucho más allá de si es orgánico o no, sino preguntarse: ¿Esto de dónde viene?, ¿Por qué se da aquí?, ¿Qué implicaciones tiene que yo compre esto y no aquello?, ¿Por qué aquí se come de esta manera y en otro país se come diferente?”, añadió.
Dicha reflexión es reforzada por los artistas con las piezas que además de conocer su historia son interactivas, es decir, que se puede degustar parte de ellas.
“Estamos acostumbrados, a nivel estético, a recibir información y a estimular los sentidos de una manera visual y auditiva, incluso táctil, pero muy rara vez a través del sentido del gusto. Nos dimos cuenta de que la comida se usa mucho como tema pero no como medio de transmisión y por eso lo implementamos en las obras, pues al provocar el paladar del público logramos que la exhibición cause más impacto en ellos”, finalizó Castañeda