Este icónico edificio, ubicado en el centro de Bogotá, llegó a ser el lugar de encuentro de las principales figuras en los años 40. Ocho décadas después pasó a ser un lugar para habitantes de calle, desvalijado y en deterioro. Primera entrega de “íconos capitalinos en el olvido”
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EN UNA esquina opaca y lúgubre se mantiene en pie el Teatro San Jorge, un edificio carcomido por los años que desentona por su fachada europea en medio de bodegas y ferreterías en el barrio La Favorita. Muy pocos se detienen a observar aquella estructura, que con su letrero a punto de caer, el frente desgastado, sucio y en ruinas, fue varias décadas atrás el teatro más moderno y elegante de América Latina.
Hace más de medio siglo, el Teatro San Jorge fue uno de los más emblemáticos de la ciudad, y de acuerdo a los relatos de historiadores, visitantes y trabajadores se vieron por sus puertas a toda clase de asistentes, entre artistas y expresidentes, que deseaban disfrutar de esa nueva forma de ver el cine, rodeados de lujos, atenciones y los mejores largometrajes traídos de tierras lejanas.
Un regalo para la capital
En los 400 años de la Fundación de Bogotá se abrieron las puertas del emblemático Teatro San Jorge, un 7 de diciembre de 1938, una majestuosidad pensada por Jorge Enrique Pardo, el empresario boyacense que, tras cosechar una gran fortuna con su compañía de transporte Flotas Santafé, decidió dotar a la capital con el teatro más elegante, cómodo y moderno de la región.
Alfredo Barón, historiador del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural (IDPC) describe con detalles la arquitectura de este lugar, el cual cataloga como “una obra moderna para la época ya que fue el único en Bogotá que se construyó en un estilo art déco”. El frente pintado de azul estaba adornado por figuras en piedra que hacían alusión a San Jorge, a la danza y a la música. En el interior había dos grandes elementos que hicieron único al teatro: un impresionante balcón de herradura y un piso inclinado que presentaba una novedad para la época.
Aquel piso en desnivel, que obedecía a las técnicas más modernas del momento, permitía una correcta visualización de la pantalla, gracias también a la distribución de las sillas reclinables, las primeras que se usaron en Colombia, en las que se acomodaban perfectamente y sin estrecheces 1.100 personas y unas 200 más en el tercer nivel donde funcionaba una sala de té y un bar con todas las exigencias del siglo, además de poseer el más moderno equipo de proyección fabricado especialmente para este espacio por la Casa Phillips de Holanda.
Gracias al contrato exclusivo del teatro con la Metro Goldwyn Mayer (MGM), las mejores películas extranjeras fueron presentadas en la gran pantalla del San Jorge y deleitaron a cientos de espectadores que por orden del mismo Jorge Pardo debían, obligatoriamente, ser mayores de 15 años y vestirse de forma elegante con pantalones largos, camisas blancas, corbatín y sombrero de copa, como contó el exdirector de EL NUEVO SIGLO, Juan Pablo Uribe, en “Atlas histórico de Bogotá”.
El cotizado San Jorge se convirtió en escenario para la reunión de grandes personalidades de los años dorados de la capital, al recibir en sus instalaciones artistas, empresarios y varios expresidentes como Laureano Gómez, Carlos Lleras Restrepo y Alfonso López Pumarejo, a quienes no se les cobraba la entrada para disfrutar de este exclusivo espacio que impresionó gratamente, por más de 30 años, a todo aquel que por primera vez pisó los andenes de aquel emblema bogotano.
La llegada de la decadencia
80 años después de su apertura, no queda rastro de lo que fue el San Jorge. La fachada descolorida, los vidrios rotos, las figuras de piedra incompletas y una entrada que es hoy inexistente, pues fue cubierta con ladrillos y posteriormente con latas, hacen difícil imaginar que en aquel mismo lugar funcionó uno de los teatros más modernos y elegantes de toda la ciudad.
Este grave deterioro que sufrió la zona, y a su vez el teatro, es un mal que tanto el historiador Alfredo Barón como un antiguo trabajador del teatro, Carlos Páramo, atañen a la decadencia de la Estación de la Sabana y a otros factores como la ampliación de la Avenida Caracas y la llegada al barrio de indigentes y consumidores de droga que hicieron emigrar a las familias adineradas del sector a otros espacios de la ciudad.
Los días dorados del San Jorge se trataron de preservar cuando un familiar cercano a Pardo lo vendió a la barranquillera Royal Films. Pero la empresa, que no le encontró otro uso que convertirlo en una sala de películas pornográficas, años más tarde lo desvalijó llevándose las sillas, la pantalla y el sistema de sonido, quedando aquel sitio, donde antaño se reunían los más célebres personajes del país, como un lugar de paso para los habitantes de calle.
En medio de aquel deterioro paulatino, en el 2000 el San Jorge fue declarado como un bien de interés cultural. Luego, en 2014 Idartes se interesó en él y lo compró, sin embargo, un proyecto de restauración de esta magnitud se demora unos cuantos años en ver su inicio y muchos más para su finalización.
Eso es lo que espera Carlos Páramo, el extrabajador del teatro que recuerda con melancolía aquel espléndido lugar que ha visto en decadencia por varios años frente a la ferretería en la que hoy trabaja. “Yo estuve ahí y eso era muy bonito, con esos ángeles que tenía por fuera. Solo lograron rescatarle la cúpula pero no han hecho nada más. Qué pesar que lo hayan dejado perder porque sería bueno que volviera a ser como antes”.