A propósito de la reapertura de museos y galerías en el mundo, recordamos un breve recorrido por una de las colecciones más importantes de arte abstracto y minimalista de los Estados Unidos.
Un hilo rojo. Eso es todo. Tensionado desde el techo hasta el suelo, pasa a recorrer el cemento pulido, para volver a subir hasta las vigas metálicas blancas, formando así un cuadrado. La obra no es propiamente una escultura a pesar de ser estrictamente tridimensional, ni tampoco una ilusión óptica, si bien logra transformar el espacio casi imperceptiblemente. Detrás de esta figura se ven otras instalaciones similares de rectángulos y triángulos suspendidos en el vacío. Su autor es Fred Sandback, uno de los selectos artistas que se han exhibido en Dia:Beacon.
Sin duda alguna, este es un museo particular sobre todo porque no es tan conocido. Ubicado en Beacon, un pueblo al lado del río Hudson, a noventa y seis kilómetros al norte de la ciudad de Nueva York. Sus mil quinientos metros cuadrados lo hacen el undécimo museo más grande de los Estados Unidos, pero tan solo muestra las obras, muchas de ellas permanentes, de menos de treinta artistas. En la salida ni siquiera hay un gift shop, pero en su entrada sí hay una excelente librería de arte.
Este museo también es el espacio de exposición más grande del Dia Foundation, una organización sin ánimo de lucro que financia instalaciones que no podrían ser realizadas de otra manera y patrocina artistas que muchas veces necesitan de espacios enormes para mostrar sus obras. Es por esto que es propietaria de obras icónicas del land art como el mítico “Spiral Jetty” de Robert Smithson, “The Lighting Field” de Walter de María y “Puerto Rican Light” (Cueva Vientos) de Jennifer Allora y Guillermo Calzadilla.
Buena parte de las obras que se exhiben en Dia:Beacon son minimalistas y abstractas; en un elegante giro, el mapa de este museo es una abstracción de una abstracción: sugiere que todas las salas están en un mismo nivel cuando en realidad hay cuatro pisos distintos. Cada artista tiene un espacio propio y por lo general, solo se muestra una serie. Por ejemplo, hay una sala permanente dedicada a los cuadros “blanco sobre blanco” de Robert Ryman o las esculturas gigantes de acero oxidado de Richard Serra.
A pesar de su propensión hacia la escala monumental, el diseño de este museo se reduce a la expresión mínima de cualquier construcción: metal, cemento, ladrillo, vidrio, son sus materiales predominantes. Pero lo más importante es la luz, ya que este espacio no tiene un bombillo y solo está abierto mientras haya iluminación natural. De este modo, el artista Robert Irwin, al transformar lo que antes era una fábrica de impresión de cajas de galletas, colocó las claraboyas del edificio para maximizar su luz solar.
Otro detalle sutil es que las fichas técnicas no están, como es común, impresas sobre los muros de los diferentes espacios pero en láminas plastificadas ubicadas en cajas blancas. Un texto en la pared rompería la premisa de que el museo mismo hace parte del arte que exhibe, ya no como un contenedor sino como una parte fundamental de él.
Se pueden tomar fotos, excepto donde se indique lo contrario. Prohibición bastante curiosa ya que en el momento de este recorrido solo se aplicaba a las obras de Walter de María, como su representación de todas las configuraciones posibles del I-Ching con tubos hexagonales de madera lacada en blanco o su “Truck Trilogy”, que básicamente consiste en tres camiones Chevrolet antiguos cargando varas verticales, de distintas formas, con metal cromado. Esta regla se protege con un celo especialmente escrupuloso por los guías del museo, en su mayoría, estudiantes de arte vestidos de negro que dan la impresión de ser los únicos que realmente entienden las obras.
Dia:Beacon es un espacio pensado para potencializar el impulso del que habló Donald Judd en su ensayo “Objetos Específicos”, a saber, que el arte abstracto de los sesentas y setentas, ante todo, cuestionó la distinción entre escultura y pintura. Impulso que se vuelve tangible al observar los inmensos dibujos de pared de Sol LeWitt, las pinturas de On Kawara que simplemente son las fechas en que las pintó o las obras de John Chamberlain, quien hablaba de una tensión erótica de los carros viejos que aplastaba en esculturas gigantes. Es decir, un espacio descomunal saturado de gestos mínimos.
Tal vez, la obra que mejor resume este espíritu es “North, East, South, West” del artista Michael Heizer. Originalmente concebida a mediados de los años sesentas como una escultura al aire libre, nunca se completó del todo por su tamaño colosal. Cuarenta años después, la Dia Foundation le pidió al artista que la replicara en una de las alas de este museo. La instalación consiste de cuatro pozos de seis metros de profundidad y más de treintaicinco metros de longitud. De acuerdo con la guía, dos son conos –uno completo y el segundo truncado–, otro tiene forma de dos cubos apilados y el último, de canal triangular –algo así como una chocolatina Toblerone invertida–. Sin embargo, es necesario hacer un salto de fe a este respecto, ya que una cerca de vidrio imposibilita al espectador confirmar este hecho, aniquilando de paso, el supuesto efecto asignado por la curaduría, de que por su mera magnitud la obra, “crea una sensación de peligro físico potencial que dramáticamente carga la experiencia de visualización.”
Podrá parecer exagerado viajar una hora y media para estar al frente de una obra como “Map Of Broken Glass” (Atlantis) de Robert Smithson, que no parece más que vidrios rotos arrumados en el piso. Peor aún, ver no una sino dos series de monocromos blancos. Pero tal vez solo en un lugar como Dia:Beacon se pueda apreciar realmente que algunas obras simplemente son como lo que Frank Stella decía de sus pinturas, “What you see, is what you see” –Lo que ves, es lo que ves–.
* Publicado originalmente en Revista Kairos (Diciembre, 2017)