Quizá ningún artista ha estado tan enamorado del color y la luz como el francés Henri Matisse, conocido como el "pintor de la felicidad". Pero una muestra en el Centro Pompidou de París revela su doloroso proceso creativo, confrontando 60 de sus deslumbrantes obras.
"Matisse lleva un sol en las entrañas", dijo una vez Picasso. Y el propio pintor (1869-1954) admitió que "sólo vivía para la luz" y que cuando trabajaba, trataba de no pensar, "sólo de sentir".
Ahora, ese sol y esa luz estallan con todo su esplendor en la exposición "Matisse, pares y series", que presenta el Pompidou desde el miércoles hasta el 18 de junio.
La muestra - organizada casi dos décadas después de la gran retrospectiva que le dedicó el Pompidou en 1993 - levanta un velo sobre el rigor y la obsesión que fueron el hilo conductor de su creación.
El punto de partida de la exhibición, que llevó tres años de preparación, es comparar y acercar dos obras ejecutadas por Matisse sobre el mismo tema, en el periodo entre 1899, cuando inspirado por Signac se sumerge en el puntillismo, y 1952, dos años antes de morir en Niza, sur de Francia, donde vivía.
"El tema de los pares y series en la obra de Matisse no ha sido abordado antes en una exposición", subrayó la comisaria de la exhibición, Cécile Debray, durante la presentación a la prensa de la muestra, una de las más importantes de este año en París.
Debray obtuvo que museos y coleccionistas privados de todo el mundo le cedieran para esta exposición algunas de sus joyas, lo que -admite- "no fue un trabajo fácil".
"Varios de los lienzos que presentamos no habían jamás sido expuestos juntos", como las vistas de Notre Dame, las naturalezas muertas, los cuadros de una pecera con peces rojos y los de "Capucines bailando I et II", señaló.
Por ejemplo, su primera versión de la catedral de Notre Dame, realizada en 1914, es una obra descriptiva, naturalista, en cambio la segunda es depurada, subrayando las líneas geométricas de la catedral, subrayó.
El criterio para seleccionar las obras era no sólo que fueran sobre el mismo tema, sino que hubiesen sido ejecutadas en el mismo periodo y formato, explicó Debray.
La exhibición, que incluye también una treintena de dibujos, revela que Matisse era "un hombre obsesionado por mejorar siempre" lo que había hecho. "Un perfeccionista, que "recomenzaba todo el tiempo su trabajo para lograr la forma más absoluta", explicó.
"Matisse quería siempre conservar una huella de lo que había pintado", observó Debray. El decía que "una obra maestra no es nunca el fruto del azar, sino que el artista debe ser siempre capaz de volverla a hacer", destacó la experta.
Matisse, que fascina en Rusia y Estados Unidos, parece no conquistar del todo a los franceses, que lo tildan de "pintor fácil", "decorativo", reconoció.
Quizá esta exposición en el Pompidou, que lo muestra obsesionado, torturado, provocará la reflexión, y cambiará esta imagen./AFP