Dos semanas magistrales terminan hoy | El Nuevo Siglo
Sábado, 15 de Septiembre de 2012

Por Emilio Sanmiguel

Especial para El Nuevo Siglo

 

Resulta irónico, pero en pleno siglo de las comunicaciones, cuando en fracción de segundos se sabe exactamente lo que acaba de ocurrir en el Tíbet o lo que se pesca en el mar de Mármara, en Bogotá no se sabía nada, pero absolutamente nada, de la realización del Festival Internacional de Música de Medellín, y muchísimo menos que este, que concluye esta noche en el Teatro Metropolitano con la presentación de la Filarmónica de Medellín con la Quinta de Shostakovich, el Poema de Chausson y una bagatela de Aldemaro Romero, con dirección de Rodolfo Saglimbeni y Alexis Cárdenas, venezolanos, respectivamente director y violinista, sea el V Festival.

Evidentemente toda la atención de la prensa nacional en materia de festivales de música se concentra en el de Cartagena a principios de año, obviamente por las hordas de protagonistas de la vida social que de Bogotá se trasladan a Cartagena, cambian el Tweed y el mink por las guayaberas y los linos y aprovechan para rematar con un baño cultural la temporada de vacaciones.

En el de Medellín, a juzgar por el concierto del 8 de septiembre en el Metropolitano, el jet-set bogotano no envió ni un embajador, aunque la delegación desplazada de la semana de la moda fue nutridísima, como consta, a todo color, en la prensa criolla del corazón. Nada de jet-set criollo, y creo entender que muy poco jet-set local, que también lo hay. En cambio el teatro, el enorme Teatro Metropolitano estaba de público, de público musical, casi hasta la bandera, y eso que era concierto “de boletería”, porque también los hubo de “entrada libre”. El 8, decía, el protagonismo fue para la Filarmónica de Medellín, bajo la dirección del ruso Guerassim Voronkov con Olga Voronkova como solista. El programa trajo primero la Obertura de Don Pascual de Donizetti, luego el Concierto Nº 1 para violín de Paganini y una selección del Lago de los cisnes de Tchaikovsky.

Buena actuación de la orquesta en la obertura, Voronkov logró en su versión el colorido y el sabor italiano de la música; el Paganini corrió con menos suerte, porque pese a que Voronkova demostró tener todo el dominio técnico que la demoníaca partitura demanda, por alguna razón no consiguió la fogosidad necesaria para ligar un suceso; al fin y al cabo es la trampa mortal del virtuosismo, que demanda ir más allá de la nota escrita; sin embargo, la reacción del público fue extremadamente cálida y la solista tocó de encore el 24º Capricho, también de Paganini: en el concierto del 4 de septiembre en el Teatro del Águila descalza, Voronkova tocó la serie completa de los 24 Caprichos, lo que a la final corrobora lo dicho, que posee el dominio técnico-virtuosístico paganiniano, pero el sábado 8 no estaba en plenitud de facultades.

La segunda parte fue la que trajo las selecciones de El lago tchaikovskiano, y oír esta música bajo la dirección de un ruso sin duda siempre será una oportunidad de excepción.

Asuntos inexplicables

La dirección bicéfala del Festival está en cabeza de dos personalidades de la música antioqueña. Alberto Correa, el alma de la Filarmónica de Medellín y un músico justamente apreciado y respetado en la capital antioqueña por lo que su labor ha representado para la consolidación de la orquesta, y el también director Alejandro Posada, quien aparentemente ha cerrado su ciclo profesional europeo y está ahora afincado en Medellín, su excepcional trayectoria es de sobra conocida, por sus condiciones musicales y por una hoja de vida que incluye haberse desempeñado como titular de la Orquesta de Castilla y León en España, como director invitado de un notable rosario de orquestas europeas y, obvio, de todas las orquestas profesionales del país.

La Filarmónica de Medellín es, en buena medida, la gran protagonista de un Festival que, como es de esperarse, ha contado este año, para apenas citar un par de ejemplos, con la presencia de figuras como la pianista Blanca Uribe, que el pasado 7 septiembre en el Metropolitano tocó las sonatas “Claro de luna” y Op. 110 de Beethoven y obras de Pinzón Urrea y Chopin, y el pianista español Joaquín Achúcarro en el Concierto en la menor de Schumann el 3 de septiembre en el Metropolitano, también.

Muy prolijo detallar uno a uno los eventos de dos semanas de música, de clases magistrales, de recitales, en las que destaca con luz propia la gran obra “de resistencia” la Novena de Beethoven, interpretada en dos oportunidades, primero al aire libre en el Parque de los Pies Descalzos la noche inaugural y al día siguiente en el Metropolitano.

Lo que sí resulta inexplicable es que en un evento tan ambicioso, que en cierta medida podría, y debería, ser el gran catalizador de la vida musical de la ciudad, la gran ausente haya sido la Orquesta de Eafit que con tanto éxito y con tan extraordinarios resultados dirige Cecilia Espinosa. ¿Habrá alguna explicación convincente que explique tamaño olvido?