Director escénico argentino no supo enfrentar el desafío y el musical, mientras el mejicano José Areán no asumió adecuadamente su responsabilidad.
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Por supuesto que el público se divirtió a mares el sábado pasado en el Don Giovanni de Mozart del Teatro Mayor.
Porque la puesta en escena del argentino Marcelo Lombardero hizo de la obra maestra de Mozart -un dramma giocoso en el original- un espectáculo muy chistoso a ratos, otras innecesariamente vulgar y en general a años luz de eso que ameritaría una de las piedras angulares de la historia del melodramma. Desconcertante propuesta del argentino, que en marzo de 2018 dirigió una magnífica producción de Auge y caída de la ciudad de Mahagonny de Kurt Weill. Pero así son las cosas, un éxito rotundo seguido de un fracaso estrepitoso en el mismo teatro.
Ahora, las cosas podrían haberse equilibrado si lo musical hubiera compensado los disparates de la producción. Lo dijo Alberto Zedda en 2012 el director de orquesta siempre ha sido y debería ser el responsable de la preparación de un espectáculo lírico y por consiguiente del resultado final […] incluso cuando el montaje lleva la firma de un nombre prestigioso… que no era el caso.
Producción naufragó, pero fue muy aplaudida
La dirección de escena en ópera, como se la entiende hoy en día, es un oficio relativamente reciente. Irrumpió en la década de los 50 con dos figuras legendarias, Wieland Wagner y Luchino Visconti. Wagner y Visconti adoraban la ópera, cosa que no puede decirse de la mayoría de sus sucesores, que parecen aborrecerla. Es un hecho es que la mayoría de los grandes cantantes, los verdaderamente grandes, sienten animadversión por esa plaga, como Teresa Berganza, Galina Vishnevskaya, Elena Obrazstova, Victoria de los Ángeles, con absoluta certeza la Callas. Cantidad mucha, calidad poca, quieren hacer carrera a costa del prestigio de los cantantes que dirigen dijo de ellos la soprano española Monserrat Caballé, que se ufanaba, y con razón, de haber trabajado con los grandes: Visconti, Ponnelle, Zefirelli, Wilson. Así Lombardero se haya cuidado de instalarle al montaje toda suerte de argumentos para justificar lo que él cree, moderniza y trae a la contemporaneidad el original de Mozart, con libreto de Lorenzo da Ponte, basado en Tirso de Molina, también en el libreto de Giovanni Bertati para Il convitado di pietra de Giuseppe Gazzaniga, para no alargar la lista con los nombres de Molière, Goldoni y el propio Casanova, que al parecer metió mano en el libreto.
En todo caso, el Giovanni alla Lombardero del Mayor no anduvo ni cerca del de Mozart y da Ponte. Que es de una espontaneidad absoluta, es lo que es y no piensa explicarlo ni justificarlo, su crueldad es indiferencia hacia el otro, ciertamente no tiene ni moral ni religión, sólo conoce el instante y el instinto; lejos de toda reflexión filosófica y moral, vive sólo el presente, Don Giovanni es la vida misma y la franqueza absoluta dijeron Jean y Brigitte Massin.
Para no darle más vueltas al asunto, Giovanni, sí, es un libertino, un sibarita, paradójicamente un héroe, un desmesurado -sólo hay que oír su única aria del acto I y la escena final para saberlo-, un seductor incorregible y hasta un glotón, pero no un vulgar violador; lo glosó un conocedor serio: El vividor-abusador-violador se autodestruye; mensaje para # Me Too, porque la guinda del pastel no fue otra que ¡el suicidio de don Giovanni!
Pero, no lo dudo, para los que posan de muy audaces y de avanzada fue algo sublime.
Balance musical insatisfactorio
El trabajo del mejicano José Areán, al frente de la dirección musical, la Filarmónica de Bogotá en el foso, el Coro de la ópera y los solistas dejó mucho qué desear y. no estuvo a la altura de la música. Fue un hecho que los permanentes descuadres entre el foso y el escenario fueron más de los tolerables; es verdad que la absurda disposición de los personajes sobre el escenario ayudaba poco o nada, pero ¿es eso excusa? ¿El director no es, acaso, como afirma Zedda, el responsable del resultado?
Surge también la duda sobre el elenco. Porque sí, cantar, lo que se dice cantar, cantaron y todos, sin excepción tienen buenas voces. Pero cómo lo hicieron es otra historia. El don Giovanni del argentino Nahuel de Pierro estuvo bien, no es propiamente un modelo del mejor canto mozartiano, pero cumplió. Lo propio para el Leporello de su compatriota Hernán Iturralde, bien, pero nada memorable. No hace falta ser un gran experto para saber que Donna Anna no es una parte para una soprano ligera como la, también argentina Oriana Favaro, así haya hecho esfuerzos para forzar el instrumento, pero, el dramático recitativo del acto I Don Ottavio son morta! estuvo fuera de sus medios y si a ello se agregan las inexplicables pausas que Areán añadió por su cuenta al pasaje, pues no fue sorpresa que tampoco el aria, la dificilísima or sai chi l’onore tampoco llegara a buen puerto.
La Donna Elvira tampoco tuvo la mejor intérprete posible en la mejicana Marcela Chacón, tan poco mozartiana. Poco para comentar del Commendadore del venezolano Ernesto Morrillo, entre otras por esa dirección escénica que no le permitió desplegar sus medios en los grandes momentos de la ópera: la escena del cementerio y el final de la ópera, tuvo que contentarse con la escena de su muerte, que sí, la hizo bastante bien.
De verdad que no pretendo pasar por chauvinista, pero, con una dirección musical más idiomática, el desempeño de la colombiana Paola Leguizamón habría sido muy superior, porque, especialmente al principio de la ópera mostró los medios vocales de soprano para bordar una adecuada Zerlina. El Masetto del colombiano Juan David González, aunque menos voluminosa que el resto del elenco, fue correcto. Ahora, es probable que la única, la única de las voces que pareció estar su medio fue la del tenor, colombiano Pablo Martínez, lírico de casta, elegante en el fraseo, cuidadoso en los recitativos, el Dalla sua pace del acto I fue impecable y musical, en la del II Il mio tesoro se las vio con las vocalizaciones de los ornamentos que no logró recorrer con toda la fluidez necesaria.
La Filarmónica de Bogotá, pues, cumplió, hasta donde es posible que cumpla una orquesta con un director como Areán. Mejores noches ha tenido.
Escenografía, vestuario y luces
¿Escenografía?: mucha tecnología, pero a la final fatigante la propuesta de Diego Siliano.
¿Vestuario?: jeans y camisetas no son propiamente vestuario y a ratos mucho disfraz fue lo que diseñó Luciana Gutman.
¿Luces?: de verdad malísimas. Aunque todo Don Giovanni transcurra de noche, se le fue la mano a Horacio Efron, a ratos ni se veían los personajes. Aquí en Colombia quedamos resabiados en la materia con la magia del alemán Hans Toelstede, en los años dorados de la Opera de Colombia.
A la final: ¿Qué pasó?
¿Gato por liebre? En todo caso el Giovanni alla Lombardero no estuvo a la altura de la calidad habitual de los espectáculos del Mayor. No hay duda, faltó asesoría
Pero… el público cómo se divirtió.