Por Emilio Sanmiguel
Especial para El Nuevo Siglo
JAMÁS EN el pasado, la realización del festival Iberoamericano de Teatro pareció tan necesaria como este año.
Porque para qué negar que la ciudad tocó fondo. Tres alcaldes nefastos fueron suficientes para llevarla al estado de postración en que se encuentra. La inseguridad hizo de todos los rincones un atracadero, la movilidad es un verdadero infierno, el caos se evidencia en un proceso malsano de urbanización en el que cada quien construye lo que le viene en gana con la anuencia del Estado, las calles se convirtieron en rosarios parqueaderos, la única empresa distrital que trabaja con diabólica eficiencia es la encargada de talar los pocos árboles que sobreviven en algunas vías y el centro quedó virtualmente aislado por una decisión precipitada de un alcalde orate que se levantó una mañana y resolvió hacer de la carrera Séptima un nuevo muladar peatonal.
Pero para eso está el carnaval. Para olvidar las penas y echar la casa por la ventana. El de Bogotá, al contrario de los demás carnavales del mundo, no termina la noche del miércoles de ceniza sino que empieza en la alborada de la Semana de dolor, que es la que empieza el próximo lunes. El carnaval de Bogotá tiene nombre: festival iberoamericano de Teatro y se inaugura esta noche
Es parte de la herencia que Fanny Mickey le dejó al Bogotá. La otra mitad es el Teatro Nacional. Fanny era artista y empresaria, y por eso logró el milagro de que su legado la sobreviva en el tiempo: el Teatro nacional sigue en pie y este de 2014 es el segundo festival que se realiza después de su partida.
La sucesión de Fanny recayó sobre Ana Marta de Pizarro, que por décadas fue su mano derecha y ha demostrado la legitimidad de la posición que ocupa. Porque organizar un evento de las características del Iberoamericano no es faena sencilla, requiere de una capacidad organizativa monumental para conseguir lo que ha ocurrido por décadas: que Bogotá olvide sus penas por un par de semanas, se cale la máscara del carnaval y a peregrinar todos los días de teatro en teatro, de coliseo en coliseo y de plaza en plaza para ver y disfrutar un inagotable caleidoscopio cultural sin precedentes en la historia de la cultura colombiana.
Se burlaba Emilia Pardo Umaña hace más de medio siglo en los micrófonos de la HJCK del cuento de la Atenas suramericana que, decía ella, ocurrió por allá, antes del diluvio; debía tener razón, al fin y al cabo todos evocaban tiempos que aparentemente nadie vivió… hasta los festivales iberoamericanos de teatro. Porque lograr hacer de Bogotá un gigantesco escenario, es hacer realidad el sueño de la Atenas de Suramérica. De verdad que es un milagro lograrlo en la capital colombiana, que es una ciudad sin teatros. Bueno, rectifico, una ciudad que tiene teatros por todas partes, desde el centro histórico hasta sus confines, pero ninguno, óigase bien, ninguno con los méritos para ser considerado como tal.
Aquí los teatros son más de lo que carecen que lo que poseen. Ni siquiera tienen servicios sanitarios y las colas en las puertas de los baños son aterradoras; ninguno ofrece suficientes parqueaderos, ni cafeterías y muchísimo menos restaurantes; el concepto de comodidad es prácticamente inexistente. Y de las facilidades técnicas ni hablar, no hay escenarios con las condiciones mínimas para una producción de cierta complejidad, los camerinos son insuficientes, las cafeterías de artistas dan risa y por increíble que parezca, ningún teatro de Bogotá (de Colombia) posee telón de seguridad para los incendios.
Bien, pues con esa precariedad de recursos, con ese repertorio de teatritos deficientes es que la organización del Iberoamericano logra el milagro, porque es un verdadero milagro. Cuando las luces se apagan, en esos recintos se da la magia de la dramaturgia, desde el auditorio uno se olvida de eso que acabo de enumerar, de los atracos y los trancones, de la tala de los árboles, del horror de las travesías para llegar a los espectáculos, de los teatros sin baños, sin camerinos y sin parqueaderos, porque lo que ocurre a lo largo de estas dos semanas que hoy comienzan es un conjuro a la realidad.
El festival, en parte es para eso, para irse a la calle a olvidarlo todo mientras se contempla la magia de uno de los legados más extraordinarios que nos dejaron los griegos: el teatro.
Por fortuna Fanny Mickey le enseñó al Estado que no es posible marginarse de un acontecimiento de la envergadura del Iberoamericano y, a todo señor todo honor, ni el Ministerio de Cultura ni la Secretaría de Cultura del Distrito han evadido su responsabilidad; tampoco la empresa privada (cuando en Colombia haya una verdadera Ley de mecenazgo la situación deberá favorecer de manera más eficiente a las empresas culturales).
Esta noche, en el escenario del Teatro Municipal queda oficialmente inaugurado por Ana Marta de Pizarro, con su pelo azul el festival, que tiene a Brasil como país invitado (¿hará falta recordar que eso del país invitado fue una idea del Iberoamericano?). A partir de hoy, y hasta el domingo de Resurrección, lo único que hay que hacer es desplegar la inmensa sábana de programación y escoger adónde ir, entre una oferta que tiene de todo, desde circo hasta Shakespeare e Ibsen.
Son dos semanas de carnaval. De verdadera tregua de la realidad. Se sabe, estadísticas en mano, que hasta baja la criminalidad en este atracadero que nos legaron los tres alcaldes recientes: el incompetente, el deshonesto y el orate…
Bienvenido el Iberoamericano. Siempre bienvenido.