190 años del estreno de 'La Fantástica', una sinfonía para Harriet | El Nuevo Siglo
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Domingo, 17 de Mayo de 2020
Emilio Sanmiguel

Tras las nueve de Beethoven, la Fantástica de Hector Berlioz es la Sinfonía que más dramáticamente influyó a la posteridad. Sin ella la obra de Franz Liszt, Richard Wagner, Richard Strauss y la del mismo Gustav Mahler sería imposible.

De esa influencia apenas se liberó Johannes Brahms, que fue sin atajos directamente a Beethoven e indirectamente a Mozart y a Haydn. Los demás, todos, están en deuda con Berlioz.

Berlioz creía que, como Brahms, estaba en la línea de los atavismos beethovenianos, pero, aunque haber conocido la Heroica lo conmocionó a punto de errar como sonámbulo durante días por las calles de París, la verdad es que la de Beethoven sólo lo influyó en un aspecto. Pero influyó.

Tras el milagro de la Fantástica, una de las composiciones más originales de todos los tiempos, está el nombre de una mujer: Harriet Smithson, que ajena a toda esta historia, la inspiró. No por completo, pero sí en varios de sus aspectos más sustanciales.

 

Berlioz: el romántico

Hector Berlioz (1803 - 1869) fue el más importante de los compositores del romanticismo francés. De hecho el único de la primera mitad del siglo XIX. Un concepto difícil de comprender para la generación del computador, internet y celular. Fue el antídoto necesario para salir del atolladero de la Ilustración que se manifestó en la estética neoclásica y se hizo evidente en la importancia que cobraron los sentimientos. Las cosas no son tan sencillas. Por una parte estaba la fuerza subjetiva y ética del ser humano ante la razón, una actitud liberal ante el Despotismo ilustrado, el derecho a ser diferente y original, el placer de practicar la nostalgia, el amor a la patria, el derecho a la imperfección y hasta lo inimaginable: el derecho a tomar decisiones, incluso disponer de la propia vida, como había señalado Goethe en Werther. Los pioneros del movimiento fueron los alemanes. Después pasó a Inglaterra, luego llegó a Francia.

Sin la posición romántica, la independencia de los Estados Unidos primero, la Revolución francesa un poco después y la misma independencia de las colonias latinoamericanas habría sido impensable.

En las artes primero apareció en la literatura y la poesía. Para la pintura fue el bálsamo que le permitió salir de la camisa de fuerza del neoclasicismo. Pero donde encontró el terreno más fértil fue en la música, por su absoluta subjetividad y posibilidad de llegar directamente al alma del oyente.

Beethoven fue el primero. Porque que se liberó del yugo de estar a las órdenes de un patrón, no tuvo que vestir de librea y componía como le daba la gana. Schubert también, seguramente en un grado mayor aún.

A Berlioz, con 23 años, haber leído el Fausto de Goethe lo conmocionó. Lo mismo le ocurrió cuando oyó por primera vez una Sinfonía de Beethoven: la Heroica.

Era la personificación misma del romanticismo: de niño La Eneida de Virgilio lo devastó. Ya adulto, luchó por tomar las riendas de su vida: obediente llegó a París para estudiar medicina, la profesión de su padre pero la visión del cadáver en la clase de anatomía lo horrorizó y decidió ingresar al conservatorio.

 

Harriet y Shakespeare

Berlioz estaba ya en posesión de Virgilio, Goethe y Beethoven cuando apareció Shakespeare en su vida. Apenas se iniciaba en la lectura de sus dramas, en la traducción de Pierre Le Tourneur cuando llegó a París una compañía que debutó en el Teatro del Odeón. Corría el 1827.

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El clima teatral en París estaba al rojo vivo por el estreno, unas semanas antes, de Hernani de Víctor Hugo que había abierto un abismo en la vida cultural de París. Los ingleses debutaron con Hamlet, Berlioz asistió. Quedó transportado con la interpretación del drama, que se presentó en inglés. Se enamoró locamente de la actriz que hizo de Ofelia, la irlandesa Harriet Smithson a quien luego vio en Romeo y Julieta. Después de haber visto el papel de Julieta interpretado por la señorita Smithson, grité “Me casaré con esa mujer y compondré mi sinfonía más importante sobre este drama” se rumoraba que había dicho. Él lo desmintió en sus memorias: Hice ambas cosas, pero no dije nada semejante. Un par de párrafos más adelante dijo: Jamás artista dramático alguno emocionó, maravilló o exaltó al público tanto como ella.

Todo parece indicar que Smithson era una gran actriz. Paradójicamente, no había conseguido triunfar en Inglaterra por su acento irlandés. Pero eso nada le importó a Berlioz, que dicho sea de paso, no estaba en la nómina de los grandes músicos del París de la época. Luchaba por lograr el Premio de Roma, una especie de beca del Estado francés que se disfrutaba en Roma. Caso único, no era ni pianista, ni cantante ni violinista, a duras penas tocaba la guitarra y la flauta. Fue de hecho el primero de los grandes compositores que no dominaba ningún instrumento.

Enamorado de Harriet le escribió cartas inflamadas de pasión. No debió ser el único. Ella, o bien las ignoró o ni siquiera se tomó el trabajo de abrirlas. Semanas después la compañía regresó a Inglaterra y él, finalmente, obtuvo el Premio de Roma.

 

Episodio de la vida de un artista

La obsesión por Harriet volvió con más fuerza en 1830, en un regreso de Roma. Fue una pasión llena de contradicciones y amor encendido. Creía, ilusamente, que la actriz de alguna manera correspondía a sus sentimientos, cuando ella ignoraba en Londres la existencia del enamorado.

Inflamado por la pasión decidió escribir una Sinfonía inspirado en esa pasión: Si ella pudiera concebir la infinitud de este amor, volaría a mis brazos, incluso si tuviera que morir en mi abrazo (…) estaba a punto de comenzar mi gran sinfonía “Episodio de la vida de un artista”.

En febrero llegó a sus oídos que Harriet sostenía un romance con su representante. Fue el detonante que necesitaba, puso el papel pautado sobre el escritorio e inició, febrilmente la composición.

Mientras la escribía, la compañía cayó en bancarrota, consciente del impedimento de su acento para hacer carrera en Londres, Smithson volvió a un París que ya no estaba interesado en Shakespeare, la diva de 1827, tuvo en 1830 que contentarse con papeles secundarios en la Ópera Cómica: no sabía cantar y no hablaba bien el francés.

A estas alturas, Berlioz ni siquiera había llegado a conocerla. Seguía enamorado pero, escribía una partitura que no era una declaración de amor sino una diatriba de venganza.

Emocionado resolvió romper con las reglas que había estudiado en el conservatorio. De la Pastoral de Beethoven tomó la idea de escribir una sinfonía con Programa, que relataba una historia, pero iba más allá y era más específica, hasta ubicó uno de los movimientos en el campo. Amplió la orquestación a límites desconocidos: 2 oboes, corno inglés, 2 clarinetes, 4 fagotes, 4 trompas, 2 trompetas, 2 cornetas de pistones, 3 trombones, 2 tubas, 4 timbales, campanas, bombo, caja clara, platillos, 2 arpas y cuerdas, en número muy superior a lo habitual para una sinfonía de la época. No fue un capricho, sencillamente necesitaba un dispositivo orquestal más complejo para expresar lo que llevaba entre el alma.

Los cuatro movimientos de las sinfonías clásicas no le fueron suficientes, necesitó cinco para el relato del artista locamente enamorado de una mujer, retratada en una melodía que tocaba la orquesta y que se repetía insistentemente a lo largo de toda la obra, una idea fija dijo él mismo, esa melodía era Harriet´, el protagonista él mismo.

En el primer movimiento, Ensueños y pasiones, un joven músico se enamora de una mujer ideal. Bajo los efectos del opio se obsesiona. En el segundo, Un baile, la mujer vuelve a aparecer en medio de un vals, la música deja la sensación de lo irreal, el gran orquestador da una lección magistral de cómo utilizar el sonido del arpa. Enseguida el tercero, Escena en el campo, la sugerencia bucólica resulta nublada con la aparición de la mujer en tono amenazante: al final, como bien dice Tranchefort Contrariamente a Beethoven, Berlioz sí que ha querido obtener aquí una imitación acústica de la tormenta.

En medio de las alucinaciones del opio, en el cuarto movimiento, Marcha al suplicio, el músico sueña que asesinó a la amada, Berlioz sueña que asesinó a Harriet, es a partir de este momento cuando realmente la Sinfonía se torna Fantástica, los pasajes apagados están encomendados a la sección grave de las cuerdas, la música parece retratar un más allá desconocido, el manejo de ritmo implacable consigue hacia el final el retrato mismo de la violencia. El movimiento final viene de Goethe, Sueño de una noche de Sabbat; tras haber presenciado su muerte, asiste ahora a su funeral se mezcla lo trágico con lo grotesco de la orgía infernal; en un momento se alcanza a oír el Dies Irae, entonces la música suena desenfrenada hasta desembocar en un final espeluznante.

 

Estreno de la Fantástica

El estreno ocurrió el 5 de diciembre de ese mismo año en el Conservatorio de París. Harriet no asistió. Berlioz, que no mucho después se convirtió en un excelente director, no estuvo al frente de la orquesta, de eso se encargó François-Antoine Habaneck.

El músico regresó a Roma. Tiempo después, ya instalado en París, logró que volviera a interpretarse y consiguió mover los hilos para que Harriet, que por el camino había leído sorprendida lo dramático del programa de la sinfonía, asistiera al teatro. Cuando ingresó a la sala voltearon a mirarla; todos, menos ella, sabían la historia detrás de la música. Harriet, inocente, creyó que era por ser famosa. Mientras oía la música descubrió que el autor era el mismo de las cartas de hacía un par de años y que ella era la inspiración.

Se casaron, pero fueron infelices. La vida no es una novela romántica.