Hay formas de leer el acuerdo que lograron las delegaciones del Gobierno y las Farc el viernes pasado en torno a “solución al problema de las drogas ilícitas” en Colombia.
La primera es la inmediata, epidérmica y coyuntural, según la cual el haber alcanzando un acuerdo sobre cómo sacar el narcotráfico del conflicto interno es una jugada política y electoral del Gobierno -y de la propia guerrilla- con el fin de darle un empujón trascendental a la campaña del candidato presidente Juan Manuel Santos, pues sólo falta una semana para la cita en las urnas en primera vuelta.
Esa fue la lectura preponderante de sus rivales en la campaña, quienes insistieron en que lo que pasó el viernes en La Habana, al cerrarse con acuerdo el punto cuarto de la Agenda de Negociación, lo que prueba es que hay una utilización oportunista del proceso de paz y que el mensaje que se quiere enviar es, precisamente, que si Santos no sigue en la Casa de Nariño después del 7 de agosto, entonces todo se romperá, más aún al ser claro que los más probables clasificados a la segunda vuelta serán el Candidato-Presidente y el aspirante uribista Oscar Iván Zuluaga.
Como se sabe, mientras que el primero hizo de la paz su bandera política más importante, el segundo se ha erigido como el crítico más acérrimo de la negociación, a tal punto que la opinión pública cree que si llega al poder acabará el proceso, al ponerle condiciones inaceptables para la subversión, y se inclinará consecuencialmente por una salida militar para tratar de extinguir a las Farc.
Ese pulso explica por qué la campaña se polarizó entre las orillas de la paz y la guerra (al punto que hay empates entre Santos y Zuluaga en la mayoría de las encuestas). Un dilema que tendrá que dilucidarse en las urnas el 25 de mayo y- ya en la etapa decisiva- el 15 de junio, cuando se lleve a cabo la segunda y definitiva vuelta en la contienda presidencial.
¿Para rearmarse?
Una segunda lectura que se le está haciendo en algunos sectores al acuerdo para desmantelar el narcotráfico, se dirige a que, en el fondo, no es más que una jugada dilatoria de las Farc.
¿Por qué? Los críticos señalan tres elementos básicos. Primero, que el acuerdo sobre participación política (que era el segundo punto en la Agenda de Negociación) se logró en noviembre pasado y desde entonces la guerrilla ‘patinó’en La Habana por más de seis meses en la discusión sobre narcotráfico, con el único fin de ganar tiempo y ver cómo quedaba el mapa político del Congreso y cuál era el escenario que pintaba la campaña presidencial. Logrado ese objetivo, procedieron a dar el sí al tercer acuerdo.
En segundo lugar, los detractores del proceso, pero sobre todo de la actitud de la guerrilla, sostienen que ésta sabía que el punto más complicado dentro de la negociación sería, precisamente, el del tráfico de drogas, pues para nadie es un secreto que tras reducir el número de secuestros y extorsiones, que antes eran su principal fuente de recursos para financiar la guerra, el narcotráfico y ahora la minería ilegal pasaron a ser su más importante entrada de dineros.
De allí que hoy por hoy se ubique a la guerrilla como un “cartel del narcotráfico” en toda la extensión de la palabra, controlando desde el cultivo, procesamiento, tráfico y hasta alianzas con mafias extranjeras para el envío de los cargamentos de cocaína, marihuana y heroína.
Incluso, fuentes de Inteligencia Militar han advertido que en las filas de las Farc, a medida que se ven avances en la negociación en La Habana, hay una creciente deserción de jefes de frente y cuadrilla, que se acostumbraron al estilo de vida mafioso y, en alianza con las Bacrim, no quieren desarmarse sino pasar a la clandestinidad como narcos puros.
En tercer lugar dentro de ésta óptica, están las hipótesis que advierten que las Farc están utilizando el proceso de paz para rearmarse y reestructurar su organización, puesto que tras los duros golpes asestados en los últimos años por la Fuerza Pública (incluyendo el abatimiento de varios de sus cabecillas), necesitan un tiempo para recuperarse. Ese tiempo -al decir de los críticos- se lo está dando el proceso de La Habana, y aunque la idea subversiva era seguir dilatando el ritmo de la negociación, el hecho de que la reelección de Santos, que hace dos meses se veía como más que cantada debido a su amplia ventajas en las encuestas, ahora esté en riesgo, fue lo que finalmente llevó a la guerrilla a dar el sí al tercer acuerdo, esta vez sobre narcotráfico, sumándose así a lo ya pactado sobre desarrollo rural (mayo 2013) y participación política (noviembre 2013).
Un paso histórico
Y queda una tercera lectura: se basa en señalar que el acuerdo sobre la forma de acabar con el problema de las drogas es, sin duda, el avance más importante que se ha logrado con las Farc en más de una decena de intentos de salida negociada al conflicto en las últimas dos décadas.
Según lo explicado por las partes, la “solución al problema de las drogas ilícitas” se sustenta en tres aspectos muy puntuales:
1. Programas de sustitución de cultivos de uso ilícito. Planes integrales de desarrollo con participación de las comunidades en el diseño, ejecución y evaluación de los programas de sustitución y recuperación ambiental de las áreas afectadas por dichos cultivos.
2. Programas de prevención del consumo y salud pública.
3. Solución al fenómeno de producción y comercialización de narcóticos.
Y allí, como punto adicional, pero quizá el más importante de todos: que la guerrilla se compromete a separarse por completo del tráfico de drogas.
Aunque a primera vista puedan parecer objetivos muy generales, lo cierto es que de la lectura del comunicado así como por las explicaciones dadas por los negociadores de ambas partes, complementado todo ello por la alocución presidencial del viernes en la noche, se puede derivar que hay una hoja de ruta bien definida, que se recorrerá en la medida en que se llegue a un acuerdo definitivo “para la terminación del conflicto” y que luego exista la suficiente voluntad de cumplimiento.
“Lo que hemos convenido, reconoce que para sentar las bases de una paz estable y duradera en Colombia es necesario encontrar una solución definitiva al problema de las drogas ilícitas”, sostuvo el comunicado, ratificando una premisa que si bien se ha planteado miles de veces, es la primera vez que se aterriza a un acuerdo con la subversión en el marco de un proceso de paz.
¿Qué significa?
En medio de la polvareda creada por las dos primeras lecturas, parecería que los colombianos aún no alcanzan a entender las dimensiones de lo pactado con las Farc en Cuba.
¿Se imaginan una Colombia sin coca? Eso es lo que está al alcance de nuestras manos si implementamos estos acuerdos”, indicó el presidente Santos.
A su turno, el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, dijo que "tanto el gobierno como las Farc reconocen que el fenómeno del narcotráfico ha alimentado el conflicto en Colombia". Por lo tanto, se concluye, que mientras las drogas continúen en el escenario no habrá proceso de paz – el actual o futuro- que progrese realmente.
Las Farc, a su turno, si bien fueron más precavidas en los alcances del acuerdo sobre el punto tres de la Agenda, reconocieron abiertamente que si el flagelo de las drogas deja de ser el combustible de la confrontación armada, entonces la posibilidad de llegar a un paz que vaya más allá del mero silencio de los fusiles se ve más cercana.
A nivel internacional, desde donde la perspectiva es más objetiva puesto que no está contagiada por el candente clima interno electoral, el anuncio del viernes fue celebrado como trascendental. La ONU, la OEA y gobiernos americanos y de otras partes del mundo consideraron el anuncio muy importante.
"Los esfuerzos para alcanzar alternativas de desarrollo en las regiones asoladas por los cultivos ilícitos debe significar una vida mejor para muchos colombianos", destacó el secretario General de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki-moon.
Más de la mitad
Ahora bien, aunque es cierto que la metodología de la negociación pactada desde el inicio entre las partes se basa en la premisa “nada está acordado hasta que todo esté acordado”, es evidente que el avance del proceso es real.
Como se sabe, la Agenda está basada en cinco puntos: desarrollo rural, participación política, narcotráfico, víctimas y la terminación misma del conflicto, además de un sexto punto de implementación y verificación.
Ya hay preacuerdos (pues quedan temas aún pendientes) en el primero, segundo y cuarto (narcotráfico). Todo ello en menos de año y medio de proceso. Aunque el comienzo el propio Santos había dicho que veía la negociación en lapsos de “meses y no de años”, lo cierto es que la complejidad de la agenda hacía muy difícil cumplir ese cronograma. Incluso, sabedor ya que poner plazos fatales a este tipo de procesos de paz termina siendo perjudicial para la misma negociación y el Gobierno, el Presidente dijo semanas atrás que no hablaría de límites en el tiempo pero tenía esperanzas de que antes de terminar 2014 se pudiera firmar un pacto definitivo con la guerrilla, el mismo que después debe ser sometido a las urnas para refrendación popular. Este aspecto ha resultado clave para aterrizar los acuerdos, pues la subversión sabe que la ciudadanía no tolerará excesivas prebendas y concesiones a los violentos, a cambio de que se salgan de la guerra.
De allí la importancia de lo acordado: tiene límites y podría ser aceptado por la misma ciudadanía. Ello aumenta el optimismo de los defensores del proceso. “Ya cruzamos la línea media y podemos decir que el proceso adquiere unos bríos y una dinámica que debe conducirlo al final que todos queremos: la terminación de la guerra en Colombia”, sostuvo el Jefe de Estado el viernes pasado.
Tras agregar que aún quedan dos temas grandes “como son el de las víctimas y el de las condiciones de terminación del conflicto armado, y estamos listos para avanzar en ellos”, Santos recalcó que “esto es lo más lejos que jamás se haya llegado en el camino para terminar nuestra guerra”.
¿Cuál lectura prevalece?
Expuestas ya las ópticas, el país tiene que empezar a decidirse por alguna. Sin embargo, para ello lo primero que hay que pedir es un reto a la madurez. Ver el acuerdo sobre narcotráfico como una trapisonda electoral oportunista resulta una visión demasiado pequeña y melindrosa, que desconoce que Colombia se está jugando en La Habana una posibilidad real de acabar la guerra con las Farc, una facción con 8.000 hombres-arma y que pese a los golpes recibidos aún tiene capacidad de causar mucho daño y cobrar gran cantidad de vidas. Si se saca a esta guerrilla del conflicto, éste entrará en extinción, pues el Eln y otras facciones armadas ilegales no tienen gran capacidad de desestabilización.
Creer, por el contrario, que detrás del acuerdo sobre drogas lo que hizo la subversión fue una cesión forzada mientras termina de rearmarse para lanzarse otra vez a una guerra abierta contra el Estado, es desconocer que ya sea ahora o en uno o en cinco años la subversión no tiene la más mínima posibilidad de derrotar las instituciones o llegar al poder por la vía de las armas. No tiene los hombres-arma requeridos, la estructura bélica y menos el apoyo popular para hacerlo.
Queda, entonces, la tercera opción: la de considerar el acuerdo sobre narcotráfico como trascendental, no sólo porque nunca se llegó a tal instancia con las Farc, sino porque está claro, sobre todo para la subversión, que esta será la última oportunidad para buscar una salida negociada al conflicto. No habrá más chances. El único momento es ahora.
¿Se puede confiar en la guerrilla, sobre todo en su promesa de renunciar al narcotráfico? No, es evidente. Pero sí en la fuerza del Estado que las ha reducido militarmente y lo haría de nuevo, de ser el caso. Lo que pasa es que el Gobierno, presidido por el dirigente que más duro ha golpeado a la guerrilla, quiere ahorrarle al país vidas, recursos y tragedias. Y para ello tiene ya un proceso más avanzado que nunca antes y cree que el país debe darse la oportunidad de finiquitarlo.
¿Qué pasará? Como se dijo, son tres las lecturas que están en juego el 25 de mayo y el 15 de junio. La palabra la tienen los colombianos: persistir por la negociación de paz o persistir por la guerra para acabar con las Farc. Así de simple.